A pesar de la tendencia de los historiadores nacionalistas catalanes de retorcer la naturaleza "catalana-aragonesa" de la Corona de Aragón, nunca ha existido nada, en la historia medieval, y mucho menos en los tiempos modernos que pudiera considerarse ni de lejos un embrión del Estado catalán, excepto en las imaginaciones más románticas y soñadoras», explica en uno de sus trabajos el historiador Enric Ucelay-Da Cal. Una tradición historiográfica que Jordi Pujol retornó en los años ochenta del siglo pasado para componer un relato alternativo y «victimista» de Cataluña.
Como recuerda Henry Kamen en su último libro «España y Cataluña: historia de una pasión», la Generalitat se ha basado en la idea de que la historiografía de España está controlada y dictada desde Madrid para recurrir a periodistas y otras figuras no académicas que desarrollen un relato alternativo. Toda la historia moderna de Cataluña está sujeta a las normas impuestas desde la Generalitat, sin que exista un precedente igual en ninguna otra región de España, lo cual queda manifestado en que los hombres responsables de dirigir los aspectos históricos del «Tricentenari de 1714» fueran periodistas afines al gobierno de Mas y no historiadores.
«Pujol se estaba apropiando de la herencia de Cataluña»
Así, una directiva interna de CiU despachada por Jordi Pujol en los años noventa reclamaba: «Cataluña debe seguir siendo un pueblo. Para conseguirlo el primer y principal objetivo es nacionalizar al pueblo catalán (es decir, reforzar la identidad, la conciencia y los sentimientos nacionales del pueblo catalán y hacerlos operativos)». Algo que en su momento desató las críticas de miembros socialistas que denunciaron que «Pujol se estaba apropiando de la herencia de Cataluña en beneficio de su propio partido».
No en vano, incluso entre los pocos historiadores que han colaborado con la Generalalitat en estos años han surgido voces discrepantes con las exigencias de Pujol. Este es el caso de Josep Benet que afirmó en una ocasión: «Yo no estoy de acuerdo con el proyecto nacionalista porque creo que no es así como deberían hacerse las cosas en el campo historiográfico. Fue una decisión gubernativa».
A falta de historiadores formados, Jordi Pujol bromeó en varias ocasiones diciendo: «Yo soy historiador». Y de hecho, la política de la Generalitat en temas históricos ha estado completamente influenciada por decisiones personales de Pujol como la creación del «Museo de l'Historia de Cataluña» tras una visita del líder catalán a Jerusalén, donde quedó profundamente impresionado por «el Museo de la Diáspora». Y cuando se abrió el museo, con un coste de 35 millones de dólares, la coordinación corrió a cargo de un miembro de CiU y no de un historiador.
Los desterrados de la Cataluña de Pujol
Frente a esta alergia a los historiadores que ha servido a Pujol para modular la historia de Cataluña, el hispanista Kamen lanza dos advertencias en el prólogo de su libro: «Consecuentemente, personalidades que deberían gozar de un lugar de privilegio en la historiografía catalana, como Narcís Feliu de la Penya o Jaume Vicens Vives, han sido olvidados (como sinónimo de silenciados) o relegados a un lugar marginal en el mejor de los casos. El primero “porque se sentía tan catalán como español” mientras que el segundo “fue criticado por alguno de sus colegas y calificado como un instrumento de los españoles”».