Como se ha demostrado en el caso griego, Europa es una cosa bastante seria. Podrá gustar más o menos, pero su burocracia es implacable y no está para monsergas. Los eurócratas no estarán dotados de gran legitimidad ni sensibilidad social, pero sus informes, análisis y recomendaciones son órdenes tajantes. Las reglas, los tratados y, sobre todo, las condiciones de los préstamos están para cumplirse al pie de la letra pequeña. Y la hipótesis de una Cataluña independiente ha sido profusamente rechazada por la UE a través de sus portavoces y cargos más cualificados.
No hay un ápice de complicidad entre ningún dirigente europeo, ni siquiera medianejo, y el separatismo catalán. Mas es un apestado. No le contestan las cartas, no le reconocen las embajadas y no le reciben en ningún lado que merezca el nombre de despacho oficial. Mucho antes que en España, los hombres de negro y los que no van de negro también descubrieron que el presidente de la región catalana es tóxico, un antisistema con corbata, alguien que no es de fiar, un misil extraviado, un iluso y un peligro para la convivencia social, la estabilidad institucional y la recuperación económica. Un estorbo, un incordio y un embaucador de ovejas.
Todo esto se sabe en Madrid, Berlín, París, Roma y hasta en Estocolmo, pero no es tan conocido en Cataluña, donde se necesita ser un ciudadano realmente muy bien informado para estar al corriente del ridículo que hace Mas, y por ende el Gobierno de Rajoy, cuando el primero apela a Europa para desembarazarse del resto de España.
El modelo informativo catalán se basa en los argumentarios y consignas de economistas de muy dudosa reputación, gente más acostumbrada a las tertulias que a dar clases o investigar, miembros del star system endogámico de TV3 y Catalunya Ràdio. Tampoco es desdeñable la aportación del Consejo Nacional para la Transición Nacional, que es otra tertulia cuyos mejores momentos forman parte de los planes para la desconexión, más de la realidad que de España.
Entre todos ellos han acordado que los Tratados de la UE no dicen nada sobre las secesiones, que la situación geoestratégica de Cataluña es la órdiga, que el Principado es contribuyente neto y que si la república catalana quisiera estar en la UE debería ser admitida de forma casi inmediata. ¿Cómo rechazar a estas gentes tan simpáticas y laboriosas?
Pero si no les quieren, no problemo. La república catalana, dicen los panfletos, seguirá formando parte "geográficamente" del continente europeo. Igual que Albania. La república catalana también podría mantener el euro, como Andorra, que no es Europa sino el lugar donde está enterrado el tesoro de Pujol. Y en caso de que a la república catalana le interesara mandar Europa al cuerno de África, podría mantener la libre circulación de personas, bienes, mercancías y capitales con todos los países europeos, al igual que Noruega o Islandia.
Esta colección de disparates va a misa en Cataluña, es indiscutible, irrefutable e impepinable, y quienes dicen lo contrario son ninguneados, ridiculizados, señalados, objeto de toda clase de befas y mofas por los columnistas/humoristas del régimen. Pero en Europa, la Europa de la UE, no la de Syriza, el cuento no cuela. El dato es crucial porque no es improbable que la cuestión catalana acabe en el frente de Bruselas, una vez superada la Línea Maginot del PP, del PSOE o del apaño multipartidista que gobierne en España después de las próximas generales.
Planas