Seguro que Pablo Iglesias y sus acólitos no cabían en sí de gozo cuando a finales de 2014 algunas encuestas otorgaban a Podemos una intención de voto próxima al 29% de cara a las generales, por encima de PP y PSOE, pero el paso del tiempo, gracias a Dios, está haciendo mella en las aspiraciones políticas de esta nueva formación. Hoy, Podemos apenas cosecharía el 12% de los votos, según el último sondeo elaborado por La Razón. Así pues, en apenas ocho meses, el partido que lidera Iglesias ha perdido casi el 60% de sus votos potenciales. ¿Cómo se explica semejante desplome en tan poco tiempo?
La respuesta estriba en la confluencia de diversos factores, desde la recuperación económica de España hasta el desastre que ha cosechado su aliado político en Grecia, Syriza, tras la imposición del corralito y la rendición incondicional de Alexis Tsipras ante la troika. Pero existe una variable que destaca especialmente por encima de todas las demás, ya que resume a la perfección el auge y la posterior caída de Podemos: su identificación, cada vez más clara y evidente, como un partido de extrema izquierda.
En este sentido, cabe recordar que los líderes de Podemos eran unos auténticos desconocidos para la inmensa mayoría de la población española. Lo único que hasta entonces habían percibido los votantes era el novedoso, a la par que populista y muy demagógico, discurso que pregonaban Iglesias y los suyos en los platós de televisión.
En un principio, Podemos, gracias a la habilidad comunicativa de sus representantes, supo aprovecharse muy bien del ambiente general de descontento y profunda desconfianza hacia los políticos que reinaba, y aún reina, en buena parte de la población. La larga agonía de la crisis y la bochornosa lacra de la corrupción dañaron, como no podía ser de otro modo, la imagen y el apoyo electoral de los grandes partidos tradicionales (PP y PSOE), ofreciendo así una oportunidad histórica al surgimiento de nuevas formaciones capaces de canalizar dicho hastío.
Iglesias y sus colaboradores más cercanos lo vieron muy claro desde el principio, desde el mismo momento en que un grupo heterogéneo y desorganizado de personas se pusieron de acuerdo para ocupar la Puerta del Sol el 15 de mayo de 2011. Fue ahí, en el 15-M, donde saltó la chispa que, posteriormente, daría origen a Podemos. Pero, si se fijan, el éxito de ese movimiento, al menos en sus inicios, fue su supuesta transversalidad.
En esos primeros días de protesta, la mayoría de los medios –con contadas excepciones, como LD– no acertaban a identificar una ideología concreta, y mucho menos un partido, que lograra aglutinar de forma más o menos coherente a los allí presentes. Su único punto en común, en sus inicios –insisto–, era el cabreo generalizado de la sociedad española por la crisis, la creciente tasa de paro y la nefasta gestión de José Luis Rodríguez Zapatero.
Tres años después, Podemos supo recoger ese fruto blandiendo un discurso que, simplemente, cargaba contra "la casta" (PP y PSOE), contra la impopular austeridad y contra las manidas elites económicas y financieras. Punto y final. Una vez identificado el enemigo (ellos), sería relativamente fácil transmitir a la población la única solución posible (nosotros).
Y lo cierto es que esa estrategia tuvo éxito hasta hace bien poco. Así, en octubre de 2014 el barómetro del CIS indicaba que el 17,6% de los encuestados votaría a Podemos si mañana se celebrasen elecciones generales, frente al 14,3% del PSOE y el 11,7% del PP. Sin embargo, el pasado julio este porcentaje no pasaba del 12,6%, mientras que PSOE (17,3%) y PP (16%) mejoraban de forma sustancial. Es decir, durante este período Iglesias habría perdido casi un tercio de sus votantes más acérrimos y convencidos, aquéllos que no dudarían en votarle en caso de celebrarse elecciones de inmediato.
¿Qué es lo que ha cambiado? El factor clave es que muchos españoles se han ido dando cuenta, poco a poco, de que Podemos no es más que un partido de extrema izquierda, cosa que antes eran incapaces de distinguir. Podemos está fracasando en su intento de dar una imagen de transversalidad. Sus líderes han intentado alejarse en todo momento del tradicional eje izquierda-derecha, sustituyéndolo por otro mucho más difuso y, a priori, apolítico como el de casta-pueblo. Así, si "la casta" son el PP y el PSOE, el término pueblo englobaría a todos aquellos votantes, de izquierda y de derechas, indignados con la situación general del país por culpa de la crisis y la corrupción.
El hecho de que Podemos fuera un partido completamente nuevo y sus líderes unos absolutos desconocidos para la mayoría de la población ayudó mucho a transmitir ese mensaje, ocultando así la militancia comunista y antisistema de Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa, Luis Alegre y demás miembros de la cúpula podemita. De hecho, recuerden que al principio incluso hubo conocidas presentadoras de televisión que negaban la posibilidad de que Iglesias y los suyos hubieran apoyado al régimen opresor y liberticida de Hugo Chávez. Y, efectivamente, no es que lo apoyaran, es que fueron sus asesores.
La prueba estadística de dicho desconocimiento es que en octubre de 2014 más del 60% de los españoles no identificaban a Podemos con un partido de extrema izquierda. Sin embargo, este panorama ha ido cambiando de forma paulatina, de modo que el pasado julio el 52% de los encuestados ya lo situaban, directamente, como la formación más radical y extremista de todo el espectro político, por encima incluso de Amaiur (50%) y, por supuesto, IU (43,5%).
Podemos está fracasando en su intento de engañar a la población ocultando su verdadera ideología. El tiempo ha jugado en su contra. Poco a poco, un número creciente de españoles se ha ido percatando de que Podemos no es transversal, ni mucho menos, sino un partido de extrema izquierda, tal y como evidencia su defensa cerrada del régimen bolivariano de Venezuela, su apoyo a los radicales de Syriza en Grecia o la militancia comunista de sus líderes.
Por el momento, lo bueno es que, dentro de lo malo, a diferencia de lo que ha ocurrido en Grecia, en España el votante medio se ubica en el centro izquierda, y si se pierde esa referencia es difícil ganar unas elecciones generales. En concreto, algo más del 45% de la población se coloca ideológicamente entre 4 y 6 puntos, siendo 1 extrema izquierda y 10 extrema derecha. Pero la cuestión es que el 52% de los votantes ubica ya a Podemos entre 1 y 2 puntos (extrema izquierda), mientras que tan sólo el 9% lo identifica como un partido de centro. A Podemos se le ha caído la careta socialdemócrata. Son lo que son y su techo, por tanto, no debería superar el 15% del electorado a nivel nacional, ocupando así el hueco vacío que ha dejado IU.
Manuel Llamas