El desastre humanitario en la dictadura venezolana ha dejado sin referente latinoamericano a Podemos. Después, los vapores socialdemócratas nórdicos no pasaron de la sauna, y el electorado no creyó en el adelgazamiento centrista de los podemitas, a los que sigue situando en la extrema izquierda. Luego salió el concepto confuso de transversalidad, y no caló. Decidieron entonces abrazarse a Siryza. Qué mejor que una foto con el vencedor: "El cambio empieza en Grecia", gritaba eufórico su líder. Pero hete aquí que Tsipras finalmente ha cumplido el tópico que sirve de terapia a la izquierda desde 1917: qué buenas ideas, pero qué mal ejecutadas.
La campaña de la gente de Iglesias para que la sociedad española vinculara Syriza con Podemos fue intensa. Tsipras estuvo en la elección de Iglesias como secretario general podemita, y el español en la victoria electoral de los populistas griegos. Fue entonces, en enero de 2015, cuando Iglesias dijo que los griegos habían elegido tener un primer ministro de verdad, "no un delegado de Merkel".
El populismo socialista, que ya tenía su enemigo interior –la casta–, construyó entonces su enemigo exterior: la Troika, la Europa del capital y Alemania. Según decían Iglesias y los suyos –exasesores de Hugo Chávez, ojo–, Merkel era "enemiga de la democracia". Y en un tono patriotero y xenófobo propio de otras latitudes, añadían: "No tiene que venir ningún alemán a decirnos qué tenemos que votar". Incluso llegaron a comparar a los alemanes de hoy con los nazis.
Las imágenes de Tsipras y Varoufakis enfrentándose a los jefes de la Unión Europea, en especial a los alemanes, encandilaron a las bases de Podemos. "¡Sí se puede!", gritaban. Y el paroxismo populista llegó cuando el jefe del Gobierno griego sometió a referéndum la cuestión de la deuda. El triunfo del no –que pague otro– era para Iglesias una "victoria de la democracia". Pero ahí empezó todo a truncarse, y llegó el corralito, la huida de Varoufakis, el tercer rescate alemán (y europeo) a Grecia, la traición al resultado de la consulta popular y a su programa electoral, la división de Syriza y la dimisión de Tsipras.
El impacto en Podemos ha sido casi mortal. ¿Cómo reconducir el discurso identitario? Es decir; si lo fetén era la resistencia al capital y a Alemania, no pagar la deuda y salir de las garras de la Troika para crear otra Europa, ¿cómo elogiar ahora el arrodillarse ante la Unión Europa y sus normas económicas? ¿Y cómo mantener a las bases una vez que se traiciona el programa y el discurso? Y en este dilema, ¿hay que apoyar a Tsipras o a los disidentes de Unidad Popular, que mantienen el viejo discurso de Siryza? De ahí el "temblor de piernas" de Teresa Rodríguez, que acaba siendo siempre la voz de las bases, al tiempo que Errejón emitía la versión oficial del partido: lo de Tsipras es valor, responsabilidad y devolver la voz al pueblo.
Iglesias ya ni se atreve a ir a tertulias televisivas; no vaya a ser que le hagan preguntas incómodas (ya ha asimilado el comportamiento de "la casta"). Las pocas bases que quedan están desconcertadas y desanimadas, y muchos no se decantarían por el valeroso Tsipras, sino por la disidencia. Hasta sobrevuela una pregunta: si el Podemos de Iglesias era como el Siryza de Tsipras, y éste ha dimitido por coherencia y porque el programa no se puede cumplir, ¿por qué no dimite el español? La respuesta es sencilla: un líder mesiánico no se rinde, sino que entrega un argumentario nuevo y camina sobre el agua política.
Pero da igual. Podemos, roto, sin referentes ni discurso, gracias en buena parte a la cuestión griega, parece que recita el jroña que jroña de la vieja del yogur, aquella que denunciaba que le quitaban todo y acababa dando un portazo a la realidad.
Jorge Vilches