Quizás un episodio antiguo contribuya a explicar la controvertida relación de
Xabier Arzalluz con
ETA. La historia la contó en varias ocasiones
José María Bandrés, el abogado que fuera considerado el rostro de ETA polimili, disuelta en 1982. «Se estaba negociando el Estatuto con Madrid», relató también en su día a esta redactora, «un día quedé con dos personas importantes del
PNV. Se comió, se bebió, y a los postres se dijo claramente que estábamos tocando la flauta, que a quién se le ocurría decirles a los polimilis que dejasen de dar golpes cuando estamos en un momento importantísimo en la profundización del autogobierno. Luego los propios polimilis me lo contaron: 'Oye, que ha estado aquí Arzalluz para decirnos que no hagamos tonterías, que no nos disolvamos'». El presidente del
Eukadi Buru Batzar (EBB) se reunió en aquella época dos veces con los peemes y una con los milis y la acusación era tan grave que valía la pena comprobarla.
En esa reunión estuvieron los etarras
Mikel Goiburu,
Jesús Abrisqueta y
Fernando López Castillo. Según éste último, Arzalluz les había explicado que el PNV se iba a oponer a la LOAPA y había añadido: «Vosotros ya sabéis lo que tenéis que hacer». «Una parte de la organización dedujo que los puntos suspensivos significaban que había que seguir dando hostias», explicó en su día López Castillo. Goiburu por el contrario sostuvo que no era justo realizar una interpretación política retorcida de unas palabras que fueron pronunciadas en un ambiente de confianza y Abrisqueta ni lo dudó y lo usó como excusa para seguir matando.
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Mucho después de ese episodio, un documento incautado a
LAB recogería una frase no menos grave y extremadamente gráfica que le venía atribuida: «Unos sacuden el árbol» -por ETA-, «y otros recogen las nueces» -por los partidos nacionalistas-.
El carismático presidente del PNV siempre negó las acusaciones o señaló que se le había malinterpretado pero su ambigüedad en unos momentos en los que ETA mataba casi a diario, su posicionamiento en el que el nacionalismo era la única verdad revelada, sus declaraciones y su absoluta falta de empatía con las víctimas del terrorismo resultaban argumentos con el peso suficiente como para ahogar sus protestas.
Los dirigentes más veteranos del PNV siempre recuerdan que, tras la muerte del fundador
Sabino Arana, la formación se dividió entre los aberrianos y loscomuniones: unos favorables a romper vínculos con España y los otros más prácticos, y no rupturistas. En el partido jeltzale siempre consideraron que, tanto Arzalluz como su círculo de confianza, se identificaban más con los aberrianos.
Xabier Arzalluz, durante su época al frente del PNV. / MITXI
Probablemente por eso, en el único momento en el que tuvieron la oportunidad de inclinar de forma abrumadora la balanza política en el aislamiento de ETA y de su entorno político, una vez más, dieron marcha atrás y le tendieron la pista de aterrizaje. Lo hicieron cuando cayó la cúpula de Bidart en 1992 dejando a la banda descabezada, y volverían a hacerlo cuando ETA asesinó a
Miguel Ángel Blanco y el espíritu de Ermua acorraló a la izquierda abertzale y puso en peligro la hegemonía del nacionalismo en el País Vasco.
Apenas 20 días después de que el lehendakari
Ardanza proclamase la necesidad de un pacto para aislar a
Batasuna, Arzalluz le enmendó la plana y dio vis libre a los contactos que llevarían al
Acuerdo de Lizarra, el trato que el PNV hizo con ETA en el que se aseguraba que «no podemos dejar el control de las instituciones en manos de quienes no son abertzales» y se proclamaba que las «cuestiones fundamentales que hay que resolver son la territorialidad, el sujeto de decisión y la soberanía».
El PNV de Arzalluz fue el que consideró normal establecer la mayoría nacionalista mientras a sus partidos rivales los esquilmaba ETA matando a sus dirigentes; el que miraba hacia otra parte cuando las víctimas eran culpabilizadas con el «algo habrá hecho»; el que siempre se opuso a las medidas que acabaron derrotando a la banda: desde las solicitudes de extradición de etarras hasta la Ley de partidos.
De Arzalluz son frases escandalosas tratando a los autores del terrorismo callejero como jóvenes descarriados; argumentos indecentes como aquellos con los que despreció a
Pilar Ruiz, la madre de
Joseba Pagaza, recién asesinado; o testamentos como el «Idos, idos, que ancha es Castilla», con el que despidió de Euskadi a quienes se vieron forzados a marcharse por la amenaza de ETA.
También es cierto que pocos se atrevieron a señalarle con dureza mientras fue casi todopoderoso.