“Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar.” Mark Twain.
Enriquecerse cuando otros se empobrecen suena malvado, nos hace parecer incluso cómplices de la desgracia ajena. Pero queramos o no, estamos a las puertas de un mercado muy, muy exigente que podría terminar en una nueva y mayor crisis que afrontar. ¿Qué decisiones vamos a tomar?
El mercado es amoral, como el dinero y otras cuestiones que son polémicas pero sólo si se malentienden. No es su papel decidir si algo es más o menos ético, su función es otra: poner en contacto a los que quieren comprar algo con los que quieren venderlo. Es una herramienta ciega y el resto de dilemas no le atañen.
Por ejemplo, si los mecanismos de oferta y demanda deberían aplicarse a cuestiones que intrínsecamente no son mercantiles (aire limpio, un vientre de alquiler, selvas amazónicas, asistencia médica de urgencia) es algo que no corresponde al mercado decidir, y es un error pensar así. Aunque no es muy tranquilizador, son los reguladores los que deciden qué debería entrar en los mecanismos económicos legales, y también qué se queda fuera. Ojo: si hay demanda habrá oferta, sea legal o no, y de ahí el mercado negro.
Si esto es cierto, y dentro de las reglas de juego, somos los agentes (nosotros y Usted) los que tenemos la última palabra a la hora de decidir qué nos parece ético y qué no. Así que pongamos un ejemplo concreto: ¿Es ético aprovecharnos de las caídas de los mercados para ganar dinero?
Es un hecho que los mejores momentos de compra se encuentran en las crisis, en las guerras, en los momentos de mayor pesimismo y desánimo, cuando “la sangre corre por las calles”, como supuestamente dijo Lord Rothschild en el siglo XVIII. ¿Es esto ético? Si me permiten, creo que es el momento más ético que existe para invertir, el más valiente y por supuesto el más inteligente. Me explico.
La masa de inversores es un rebaño temeroso, cuyas decisiones oscilan entre el miedo y la avaricia. La masa no hace sus deberes (si los hiciera no sería masa), y prefiere suponer que “el experto” o “el grupo” sí los ha hecho y le dirá por dónde ir. Aun así prefiere esperar confirmación y ver al mercado subir para “estar más seguro”, hasta que la avaricia le puede y todo el grupo se lanza a comprar cuando realmente no queda valor. Como ahora con la renta fija.
Durante todo ese periodo, el inversor inteligente va vendiendo poco a poco lo que compró cuando nadie lo quería, y vende masivamente al final. Entonces espera a que el ciclo se dé la vuelta, sin prisa porque sabe que lo hará.
Justo en estos momentos de euforia el pequeño inversor de pupilas dilatadas es cuando más astuto se siente, pensando que “esta vez será distinta” y el mercado nunca bajará. Pero lo hace, cayendo poco a poco al principio y de golpe después, lo que para él es impredecible. Como pasará con la renta fija.
El comprador se siente estafado, indignado, manipulado por alguna oscura élite que le ha robado su dinero. No se plantea si tiene suficiente experiencia inversora, medios, estrategia, etc., y exige un culpable. Si tenía acciones le tocará sentarse sobre ellas muchos años o realizar una pérdida, pero en la economía real ocurre lo mismo: las hipotecas valen mucho más que los pisos que las respaldaban, y muchas familias arrastrarán una losa muy pesada durante muchos años también por esta razón. Por cierto: No sólo las familias actuaron como masa, también los bancos, los promotores y los reguladores. Una burbuja no se crea sola.
Y la cuestión es: ¿Es ético dar de comer a la burbuja y poco ético comprar en crisis? ¿Es cómplice de esta catástrofe el inversor que no participó en ella? El inversor inteligente analiza la situación en medio del ruido y separa las oportunidades de las trampas, arriesgando su dinero justo cuando nadie más lo hace. Compra lo que nadie quiere, y por eso trata de conseguir el mejor precio posible. Y espera a que el ciclo se dé la vuelta, sin prisa porque sabe que lo hará.
Al hilo de este riesgo inherente a todas las inversiones, y del valor que hace falta para ir contra la masa, algunas fuentes terminan la frase del Barón Rothschild así: “[…] aunque sea tu propia sangre”. A veces como inversores y asesores hemos de gestionar nuestras propias emociones para no dejarnos llevar por la masa, y hacer lo que hay que hacer separándonos del ruido.
Esto ocurre a corto, medio y largo plazo. Pequeñas euforias y pequeños pánicos se producen a diario, con pequeñas indignaciones también cuando unos ganan y otros pierden, y en esas decisiones no hay ética, sólo resultados: Unos arriesgan su dinero por avaricia, en masa, y otros tras el estudio, independientemente. Todos tienen la misma motivación y todos juegan con las mismas reglas. ¿O no?
En realidad creo que no. Hay nuevos agentes que están interviniendo el mercado como nunca antes, y lo hacen en nuestro nombre pero sin nuestra colaboración, creándonos un enorme problema al confundir endeudamiento con crecimiento. Estamos hablando de las autoridades monetarias como el BCE, la Fed, el BoJ y el Banco de Inglaterra. Un comportamiento de masa en toda regla que está provocando el mayor riesgo económico al que nos hemos enfrentado: la explosión de la renta fija, donde está la mayor parte del dinero del mundo.
¿Qué hacer ante esto? Como asesores e inversores, elegimos no alimentar la burbuja. El lado de la masa está en la renta fija, sin duda. Y el lado de la minoría está en las materias primas, por ahora. Por eso la frase de Mark Twain sigue vigente.