Como siempre, pondré en azul la adaptación al mercado de las frases concebidas para la guerra
Con el término «información» significamos todo el conocimiento que poseemos sobre el enemigo y su territorio (los planes de los otros operadores). De hecho constituye, por tanto, el fundamento de todos nuestros planes y nuestras acciones. Considérese la naturaleza de este fundamento, su incertidumbre y su volubilidad y bien pronto se tendrá la impresión de que la guerra es una estructura peligrosa, que puede desmoronarse fácilmente y sepultarnos entre sus escombros (dejar nuestro bolsillo más limpio que una patena). Aunque en todos los libros se nos dice que sólo debemos confiar en la información segura y que no tenemos que dejar de ser desconfiados, esto no es más que un consuelo libresco, producto de esa sabiduría en que se refugian los artífices de sistemas y de compendios cuando no tienen nada mejor que decir.
Una gran parte de la información que se obtiene en la guerra resulta contradictoria, otra parte más grande es falsa, (ver la información que daba Fortis) y la parte mayor es, con mucho, un tanto dudosa. Lo que en este caso se puede exigir de un oficial (operador) es la posesión de cierto poder de discriminación que sólo puede obtenerse gracias al juicio y al conocimiento de los hombres y de las cosas. La ley de la probabilidad tiene que ser su guía (80% de fiabilidad cuando se inicia en enero una tendencia primaria bajista). Esta no representa una dificultad insignificante, ni siquiera con referencia a los primeros planes, aquellos que se preparan en los despachos y que permanecen todavía fuera del ámbito real de la guerra; pero aquélla se acrecienta enormemente cuando en el fragor de la batalla un informe sigue al otro (las instituciones serias dicen hace dos meses que lo peor ya ha pasado) . Hay que dar gracias a la fortuna si estos informes, al contradecirse unos a los otros, producen una especie de equilibrio y provocan por sí mismos la crítica. El inexperto se encuentra en una situación conflictiva cuando la suerte no le presta tal servicio, sino que un informe sirve de fundamento al otro, lo confirma, lo magnifica, y aporta al cuadro un nuevo colorido, hasta que la necesidad, con urgente prisa, le obliga a tomar una decisión que bien pronto se revelará como un desatino, dado que todos esos informes no eran más que falsedades, exageraciones, errores, etc. En pocas palabras: la mayoría de los informes son falsos, y la timidez (o ignorancia de las leyes del mercado) de los hombres insufla nueva fuerza a las mentiras y las falacias. Como regla general, todo el mundo se siente inclinado a creer más en lo malo que en lo bueno (en el mercado esto es completamente al contrario *** lo explico abajo). Todos tienden a magnificar lo malo en cierta medida y, aunque los peligros asi proclamados se apaciguen como las olas en el mar, pueden, lo mismo que éstas, cobrar altura sin causa aparente. El jefe confiado en su mejor conocimiento interno debe mantenerse firme y no ceder, como la roca contra la cual rompe la ola. La coyuntura no es fácil. Aquel que por naturaleza no sea de estirpe débil, o se haya ejercitado con la experiencia en la guerra y fortalecido en su juicio, puede adoptar como regla inclinarse fuertemente, es decir contra el íntimo nivel de sus propias convicciones, desde el lado del temor al lado de la esperanza. Sólo así será capaz de mantener un equilibrio verdadero. La dificultad de ver las cosas de manera correcta, que es una de las mayores fuentes de fricción en la guerra, hace que las cosas parezcan completamente distintas de lo que se esperaba. La impresión de los sentidos es más poderosa que la fuerza de las ideas procedentes de un cálculo fundamentado, y esto llega tan lejos que probablemente no se ha ejecutado nunca un plan de cierta importancia sin que el comandante en jefe, en los primeros momentos de la ejecución, no haya tenido que dominar nuevas dudas surgidas en su pensamiento. Debido a ello, los hombres comunes, que suelen hacer caso de las sugestiones de los demás, (acaban recomendando comprar valores en tendencia primaria bajista) por lo general se tornan indecisos cuando han de entrar en acción; creen que las circunstancias con que se encuentran son distintas a lo que habían esperado, en mayor medida en cuanto de nuevo ceden aquí ante las sugestiones de los demás. Pero incluso el hombre que traza por sí mismo sus planes pierde fácilmente la fe en su primera opinión cuando alcanza a ver las cosas con sus propios ojos. La firme confianza que tenga en sí mismo puede armarle contra la presión aparente del momento. Su primera convicción quedará confirmada por el mismo desarrollo de los acontecimientos, cuando sea descartada la decoración inicial que el destino introduce, con sus formas exageradas de peligro, en el escenario de la guerra, y el horizonte se amplíe. Esta es uno de las grandes honduras que separa la concepción de la ejecución.
*** Aclaración a la afirmación de arriba
Como regla general, en la guerra, todo el mundo se siente inclinado a creer más en lo malo que en lo bueno, pues el defecto que predomina en la guerra es el miedo a perder la vida, eso hace que se de una mayor importancia a los peligros que acechan aunque sean infundados. En cambio, en el mercado, el defecto que predomina es la avaricia, y debido a él se está dispuesto a creer con la mayor naturalidad que un águila disecada remontará el vuelo. Se cree en cualquier imposible que arrime el ascua a la sardina de la operación que se ha tomado en el mercado.
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