Los más radicales puede que objeten que operar en los mercados (que es lo que yo hago), no produce ningún bien ni servicio, pero eso sólo denota su falta de visión global de las normas sociales que ellos mismos han aceptado como reglas del juego.
Desde el preciso momento en el que se aceptan unos papelitos como moneda de cambio, trueque, transacción o cambalache, se está aceptando trabajar a cambio de esos papelitos. Como la cantidad de papelitos que se cobran nunca es exactamente igual a la cantidad de papelitos que se gastan (unas veces sobran y otras veces faltan), inmediatamente se crea un mercado de papelitos que pone en contacto a las personas que les sobran papelitos con los que les faltan. Y como siempre, al igual que en la naturaleza la necesidad crea el órgano, estas transacciones crean el mercado de papelitos.
La única ley que puede sobrevivir en un mercado es la ley de oferta y demanda, todas las demás normas o leyes posibles pronto quedan obsoletas por su misma naturaleza. Y la oferta y demanda crea el precio justo en el mercado de papelitos.
Ejemplo:
Alguien que cuando es joven trabaja y gana más de lo que consume, tiene la obligación de tratar de mantener el poder adquisitivo de los papelitos que le han sobrado hasta el momento en que no pueda o no quiera trabajar y tenga que usar esos papelitos para cubrir unos gastos que en ese momento son superiores a sus ingresos. Lo mismo puede ocurrir al contrario: alguien que decide disfrutar cuando es joven y puede saborear plenamente los placeres que le ofrece la vida, y decide endeudarse de papelitos que devolverá cuando decida sentar la cabeza y trabajar cuando su vida haya entrado en sazón. En ambos casos tiene que haber una compensación que iguale las dos posturas tan radicalmente distintas.
El que trabaja y ahorra antes de gastar debería verse recompensado, pues asume el riesgo de que le atropelle un autobús antes de gastar sus ahorros y no llegar a saborear por completo el fruto de su trabajo.
El que disfruta a crédito debería asumir un coste, pues en este caso el riesgo del atropello del autobús le beneficia, porque en tal caso nunca devolverá lo que debe.
El precio del coste o compensación según sea el caso lo pone el mercado, y a eso me dedico yo: tengo que pronosticar si en el futuro inmediato la sociedad va a producir más ahorradores que juerguistas o viceversa, para tratar de adivinar el precio que la gente estará dispuesta a pagar por correrse (aquí puede haber doble interpretación de la palabra) las juergas por adelantado.
EL TRABAJO
El trabajo a su vez, como toda clase de bienes y servicios, también está sujeto a la ley de oferta y demanda. Debido a esto, la sociedad se encarga de crear falsas necesidades en la población para que aumente la necesidad de ganar más dinero y con ello aumente la oferta de personas queriendo trabajar y, como en todos los mercados, el aumento de oferta produce la bajada de los precios, en este caso del precio de la hora de trabajo.
Compañeros trabajadores, toda esta introducción es para que comprendáis la siguiente advertencia que voy a hacer: en los últimos años los sindicatos no están defendiendo los derechos de los trabajadores, están apoltronados viviendo del dinero público, y nadie en su sano juicio muerde la mano que le da de comer. La manifestación del 12 del 12 a las 12 convocada por los sindicatos y subvencionada con el dinero de todos ha sido la gota que ha colmado el vaso de la desfachatez.
Si los sindicatos realmente quisieran defender los intereses de los trabajadores, cada año, en los convenios, en vez de negociar un porcentaje de aumento del importe de los sueldos para compensar el incremento del coste de la vida, negociarían el mismo porcentaje de disminución de horas de la jornada laboral, dejando el sueldo congelado.
Esta estrategia tendría los siguientes efectos sobre el mercado laboral:
- Los empresarios no tendrían ninguna objeción con este sistema, pues el coste total para ellos sería exactamente el mismo.
- Al disminuir el número total de horas trabajadas, disminuiría la oferta de mano de obra, propiciando con ello que la misma demanda de trabajo empujase los sueldos al alza.
- Para cubrir las horas trabajadas de menos, habría que emplear a más personas, disminuyendo con ello la tasa de parados y, a su vez, disminuyendo el gasto en subvenciones a los desempleados, aportadas por los propios trabajadores.
- Al no aumentar la cantidad total del sueldo de cada persona, sería un freno al gasto familiar, con la progresiva disminución de gastos absurdos y compras impulsivas, y, como consecuencia directa, un control efectivo de las subidas salvajes de precios auspiciadas por una fuerte demanda.
- Al distribuir el trabajo entre todos, supondría una distribución de la riqueza más moral y más digna. Siempre se siente uno mejor cuando cree que ha ganado lo que cobra que cuando recibe una subvención (hablamos de la gente honesta, claro).
- Los padres dispondrían de más tiempo para dedicarlo a la educación de sus hijos y se ahorrarían el dinero que ahora gastan con sus hijos como compensación a la falta de tiempo para darles afecto, sin olvidar el dinero gastado en guarderías.
- Con la reducción de jornada se iría compensando el trabajo que, cada día más, desarrollan las máquinas y ordenadores y que hace diminuir la demanda global de empleados.
- Como la disminución de la jornada laboral se iría recortando cada año para compensar la inflación, produciría un efecto progresivo que llevaría la jornada laboral a sus términos reales y justos, situándose por debajo de las 20 horas semanales. Quien crea que esto es una utopía, que se moleste en sacar las cuentas de las horas realmente trabajadas en España, que le reste los trabajos absurdos, inventados e inútiles y que divida el resto entre toda la población en edad laboral.
El truco para conseguir un trabajo bien pagado está en decantar la balanza de la oferta y demanda a favor de los trabajadores. Eso nunca lo propondrán los sindicatos, pues su idea trasnochada de justicia social ha quedado anquilosada a la imagen de presentar a los empresarios como vampiros que chupan la sangre de los débiles trabajadores. En ese escenario, los sindicatos se presentan como los únicos que tienen el monopolio de los ajos y los crucifijos para controlar a tan sanguinarias alimañas.
Mi propuesta es que no aceptéis en el futuro ningún aumento de sueldo, sino una reducción de la jornada laboral. Para ello tendréis que crear un nuevo sindicato, pero eso en la época de Internet es fácil, se puede tomar ejemplo de las acciones que se han producido con el asunto de todos contra el canon.
Y, sobre todo, no hay que olvidar nunca que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar, y que la calidad de vida no se consigue despilfarrando más que nadie, sino viviendo intensamente las cosas maravillosas de la vida que suelen ser gratis.
Esta propuesta, cuyo único fin es la defensa de los legítimos derechos de los trabajadores, puede ser copiada íntegramente sin mencionar la fuente. El objetivo es que se difunda sin importar su procedencia.