El otro día hablaba de lo que debería ser la estructura de los sueldos de los políticos en España. La estructura de los sueldos es mucho más importante que su cuantía porque con mucha frecuencia olvidamos que el coste de los políticos, aún siendo importante, es completamente irrelevante si lo comparamos con el coste de las decisiones de los políticos.
Quizás lo podemos entender de otra forma; Podemos tratar de determinar la diferencia entre la situación actual y un escenario en el que pondríamos en los bancos centrales y en los gobiernos un carton piedra, acompañado de un mp3 que repita de forma los slogans que tocan. En total, una grabación para los de los bancos centrales, y luego otra versión para oposición y para gobierno y todo solucionado. La diferencia de coste entre estas dos situaciones sería única y exclusivamente el coste de personal, (y los partidos políticos), pero lo triste del caso es que seguiríamos completamente arruinados. ¿Por qué?. Pues es sencillo, porque lo que nos está arruinando no es el coste de los políticos, sino que es el coste de sus medidas o mejor dicho, el coste de que se tomen toda una suerte de medidas que van en contra de los ciudadanos para beneficiar a todo lobby que pase por los despachos.
Para salir de esta situación, por tanto, la comparación no es entre estos dos escenarios, sino que se debe comparar entre una situación en la que los políticos se preocupan de los intereses de los ciudadanos representándolos o no. Por esto precisamente es por lo que es mucho más importante un diseño en los sueldos que no genere incentivos perversos, que incluso el propio volumen de sueldos, (que repito tampoco es un tema menor). Por esto mismo, es importante, limitar los conceptos variables, la nula transparencia y sobre todo bloquear en lo máximo posible la existencia de unos intereses cruzados que nos están destrozando en un esquema en que se intercambian cargos entre empresas y organismos con una facilidad pasmosa, aunque siempre dentro de un nivel determinado. Esto es, de puestos claves en banca de inversión y grandes empresas a puestos claves en gobiernos y bancos centrales, de puestos clave en ayuntamientos, a puestos clave en empresas con importancia local y similares…
En todo caso, más allá de las cuestiones salariales, el otro día hablaba de aquello de que toda persona que recibe un sueldo, asume a cambio unas obligaciones y por tanto incurre en unas responsabilidades. Y esta es la gran cuestión de los cargos públicos.
Los cargos públicos son elegidos por los partidos políticos, (que a su vez cobran a los elegidos por ocupar un cargo designado por el partido unas cuotas a los elegidos), aunque en teoría representen a los ciudadanos. El resultado es que al final la responsabilidad y las obligaciones que contrae cada persona que desempeña una función pública acaba siendo con los partidos y no con los ciudadanos, que son los que en realidad pagan y son los que deberían exigir responsabilidades; pero, y pongamos un ejemplo: ¿Qué hubiese ocurrido si Andrea Fabra hubiese soltado el famoso “que se jodan” al gobierno del Partido Popular?. No es más que un ejemplo de la perversión de la responsabilidad y las funciones. Aquí cualquier diputado o cargo puede hacer lo que le da la gana, (o mejor dicho, dentro de unos amplísimos límites), siempre y cuando no se meta con el que contrata, que son los partidos.
El resultado es que controlando el partido, controlas a todos los cargos y por tanto al país, mientras se mantiene una ficción, (cada vez más imposible de creer), en la que nos cuentan que los cargos son nuestros representantes.
Para que esto fuese así, deberíamos conseguir una situación en la que los ingresos de las personas que se dedicasen a la política no dependiesen de los favores prestados, y por supuesto, de que respondiesen individualmente con los ciudadanos de las decisiones tomadas. Evidentemente en un entorno en el que las listas cerradas, las disciplinas de partido, las consignas de todo tipo e incluso la inmunidad penal para determinados cargos electos, (por no hablar de la impunidad), supone que no existe ningún tipo de responsabilidad, lo cual nos lleva a una situación como la actual.
Por tanto es sencillísimo, lo que se impone; listas abiertas, eliminación de las disciplinas de partido, (totalmente incompatibles con aquello de “voto intransferible”), y sobre todo, cambiar el esquizofrénico esquema en el que aquellas personas que mayor responsabilidad han de tener y aquellas personas que más daños pueden causar son precisamente las que tienen recogida una inmunidad difícilmente comprensible. ¿O va a ser normal que cualquier trabajador (o persona) deba responder de todos sus actos salvo precisamente aquellos que han de dar ejemplo y que tienen la potestad de hundir millones de vidas?.
Y claro todo esto no ha de dejarnos olvidar que estas son las armas que la sociedad necesitaría para tener el control de la sociedad, y que a su vez los políticos fuesen representantes de los ciudadanos. Sin las armas de una participación realmente representativa, (y jamás lo podrá ser aquella en la que ni podemos elegir, ni tan siquiera cada cuatro años a cada persona, ni esta responderá ante nosotros, ni tan siquiera en teoría), no hay nada que hacer; pero hace falta la munición, (prensa que sirva para informar en lugar de para difuminar) y sobre todo que luego nos tomemos la molestia de usarlas.
Y quizás creamos que esto no es un problema económico; pero es muy obvio que existe una correlación muy fuerte entre la calidad democrática y la clase media, y a su vez entre esta y un desarrollo sostenido, (por usar una palabra que está de moda).
Esto va así; cuando no hay democracia, (lo digo por aquellos que aboguen por eliminarla o reducirla), no existe más que expolio y explotación, lo que lleva a distribuciones salvajes de la renta, lo que a su vez lleva a la pobreza, y la participación y la responsabilidad, lleva a mejores lideres y a repartos mejores de la renta, lo que generan nuevas oportunidades para las empresas y todos los avances sostenidos en el tiempo.
Y ojo porque digo sostenidos, porque lo anterior es una relación que se ha cumplido en todo momento en la historia, salvo en circunstancias muy especiales en los que sin democracia y sin clase media han existido avances espectaculares en los números globales, que siempre se definen como milagros, para pasar a suaves desaceleraciones o aterrizajes suaves, que acabaron en tortazo.