La semana pasada recibí una llamada a mi casa, en la que me comunicaban que había salido seleccionado para una promoción de un gimnasio de mi zona. Llamaban desde un número oculto, lo cual además de ser algo prohibido por la ley de competencia desleal, no genera demasiada confianza.
En la llamada se me ofrecía que durante dos años, tendría el gimnasio completamente gratis, aunque a media llamada se me informaba de que sólo tendría que pagar una parte de los costes de mantenimiento que ascendían a un equivalente a 2,84 euros al mes, y para esto tenía que acudir a una cita en el gimnasio donde tenía que dar un código y comunicar que iba por la promoción “equivalente a 2,84 euros”.
Aunque en la llamada, les comunique que bajo ningún concepto pagaría dos años por adelantado, me ofrecieron acudir a una cita al gimnasio donde se me explicaría la oferta. Cuando pedí un número de teléfono, me dijeron que estaban cambiando la centralita y que por tanto no funcionaban los teléfonos, de forma que al final me he quedado sin un teléfono al que llamar. El caso es que a pesar de todo, acudí a la reunión fijada para conocer un poco más en profundidad la oferta.
Por delante de todo, debo decir que todo me sonaba a una maniobra extraña; Una vez en el gimnasio, lo primero es que comprobé que existía, y si bien es cierto que no había demasiado movimiento, había gente haciendo ejercicio a una hora que no era la hora punta.
En la reunión me explicaron que los dueños del gimnasio habían decidido que podían acoger a 70 personas adicionales, por lo que encargaron a una empresa especializada en dinamizar el mercado de los gimnasios, (la que me atendía), la captación de estas personas. En definitiva la oferta era pagar ahora cerca de 300 euros y tenías acceso a las instalaciones del gimnasio durante dos años, saliendo de esta forma el equivalente a 2,84 euros al mes.
En la visita por el gimnasio, la realidad es que costaba entender que las instalaciones tuviesen una capacidad para 70 personas, y sobre todo adicionales a las ya existentes; Por supuesto, les pregunté por las razones de dicha acción, y por supuesto me encontré con la explicación de que buscaban encontrar clientes. Y para ello, lanzaban una promoción muy agresiva.
Lo cierto es que en la oferta saltan todas las alarmas, y aunque me interesaba, la realidad es que es fácil entender que si lo que buscas es clientes, no haces pagar 24 meses por adelantado, (aunque sea una cantidad muy reducida), sino que diseñas ofertas en el sentido de un período gratis, (o a un precio muy reducido), para captar clientes.
¿Qué buscaba la empresa?. Pues está claro que lo que buscaba era dinero, y se me ocurren dos posibilidades; o bien necesitaban una cantidad de dinero urgente, de forma que diseñaban esta operación, o bien lo que buscaban era que se apuntase mucha gente, calculando que la inmensa mayoría acabaría no usando las instalaciones. Las diferencias entre los dos casos son abismales y si intentaban solucionar problemas financieros, buscando alguna forma de cobrar el futuro, (a cambio de una salvaje reducción de márgenes), dudo mucho que la empresa siga existiendo dentro de los dos años en los que se contrata.
Sí el caso fuese que estima que un número importante de clientes pagarían la suma y no irían finalmente al gimnasio la diferencia sería sustancial; y por supuesto, en este caso, trataría de pensar en la posibilidad de aceptar la oferta.
Quizás hace unos años hubiese aceptado la oferta, confiando en las palabras, o confiando en que la razón fuese tratar de aprovecharse de aquellos que piensan ir al gimnasio y luego no van. Pero lamentablemente hoy es una absoluta temeridad confiar en estos términos.
Y es una absoluta temeridad, porque realmente existen numerosos casos de estafas, engaños y discursos de marketing, que luego no se cumplen. No sería problema si no estuviésemos todos los días ante casos en los que una persona es engañada de buena fe, y luego se encuentra con que no puede hacer absolutamente nada, y de hecho que tales actos quedan siempre sin castigo.
Esto significa que yo no puedo creer lo que me cuenta esta empresa, porque resulta que si me engaña, nunca podré hacer nada, y de hecho, de alguna forma, me encontraré en una situación en la que la culpa sería mía por creérmelo. Por supuesto, el castigo para la empresa o empresario, sería desde luego improbable de todo.
Si nos damos cuenta, la realidad es que yo aún no sé si era una estafa; si era un intento desesperado de salvación o una buena idea comercial; y nunca lo podré saber porque en estas condiciones es imposible confiar en nadie.
Y este es un gran problema, porque no puede ser que un sistema funcione correctamente, si cada paso que damos lo tenemos que analizar caso a caso, como si fuésemos paseando por un campo de minas. Es decir, no podemos ir por sistema no creyéndonos lo que nos cuentan, (como este es el caso), porque en esta historia al final no podemos distinguir los empresarios innovadores de los chorizos; (¡y repito que no sé cuál de los dos casos es el que nos ocupa!).
La realidad es que en determinados comentarios de este blog, se me ha acusado a veces de dejar caer cierta sensación de que los empresarios no están a la altura, (por decirlo finamente); Pues a lo que voy con este ejemplo es a tratar de defenderme de tal acusación; diciendo que directamente creo que se yerra el disparo.
El problema no es que existan numerosos casos de empresarios ventajistas, que se pasen la vida en los medios preocupándose de lo suyo. El problema no es que yo escriba o deje de escribir algo en un blog. El grave problema es que existe un nutrido grupo de empresarios, (por llamarlos de alguna forma), en los medios y en las calles, que son los que realmente le confieren una fama determinada.
Con los empresarios pasa una cosa muy similar a la que pasa con los economistas; resulta que lo que se ve en los medios y los que salen a hablar no son más que vendedores de humo, de forma yo puedo echar la culpa de nuestra imagen a los medios y determinados grupos, o entender que a la sociedad solo llegan los discursos de unos cuantos de forma que es completamente normal que piensen que somos unos parásitos. Y lo grave es que por lo menos en el caso de los economistas, empiezo a pensar que es verdad.