En estos días estamos en plena vorágine de privatizaciones de todo, salvo curiosamente las pérdidas que pretenden ser nacionalizadas. Desde luego todo este esquema de funcionamiento no es en absoluto nuevo, ya que lleva cocinándose a fuego lento durante bastante tiempo. Pero en los últimos tiempos tenemos una extraña esquizofrenia en lo que se refiere al papel del sector público en la actividad económica. Ya hace más de un año que en un post en el que trataba de forma muy sucinta los sistemas de economía de mercado o planificada; defendía por un lado la necesidad de que nos aclarásemos y por otro lado la sensación de que últimamente parece que todo el mundo está en un sistema hibrido en el que socializamos pérdidas y protegemos y planificamos beneficios.
Esta semana a cuenta de la polémica que se está generando a partir del caso de Islandia, me volvía a repetir la misma pregunta otra vez; “O se privatiza o se nacionaliza, ¡pero con todas las consecuencias!”. En este campo entramos en el campo de la discusión, porque no hay una respuesta determinada. Curiosamente, tenemos dos respuestas a valorar, (o se privatiza o se nacionaliza) y alguna mala; (que es la actual que ni lo uno, ni lo otro).
Si alguien me pregunta por la conveniencia o no de que un determinado bien o servicio sea prestado por una empresa pública, ha de entender que nos estaremos en un campo de estos que encontramos con demasiada frecuencia en el que los que hablan mantienen posiciones completamente extremas. Supongo que nadie se extraña si el mejor ejemplo de estos terrenos es la respuesta al papel que debe tener el estado y las empresas en la vida económica. Cierto que no es una discusión muy extendida, por que uno de los bandos tiene una superioridad arrolladora en militantes y medios, (tanto de comunicación como de los otros).
De esta forma, cuando se le pregunta a un analista si un servicio determinado lo ha de prestar el estado o lo ha de prestar la empresa privada, en una abrumadora mayoría nos encontraremos con que contestarán que la empresa. Si buscamos a alguna persona que proceda del ámbito del comunismo, (alguna aún hay aunque no salga en los periódicos), nos encontraremos con que la respuesta va a ser la contraria.
Y como todos tenemos nuestra opinión, yo voy a emitir la mía; si me preguntan si un servicio debe ser prestado por el estado o debe ser dejado a la iniciativa privada, tengo que contestar en plan Gallego y decir con toda rotundidad: ¡DEPENDE!.
Es posible que a algunos no les parezca suficiente explicación y rotundidad, y a lo mejor me piden que amplie un poco mis explicaciones; pues entonces tendré que volver a ejercer de gallego y devolver la pregunta con otra pregunta: ¿Qué es mejor un Land Rover o el Ferrari de Fernando Alonso?.
Está clarísimo que el Ferrari tiene más lustre, más avances tecnológicos, es más caro y todo lo que queramos, pero resulta que en Galicia no sirve absolutamente para nada que no sea adornar.
Sé que puede parecer una tontería, pero el “depende” es la mejor contestación para muchas de los argumentos que nos están dando. Si a una persona le preguntamos por la sanidad, por la educación, por las tecnologías de la información, por las pensiones, por el desempleo o incluso por la asistencia social, (pública o mediante sistemas de beneficencia privadas) por el gasto en i+d, por las loterías, por el agua, por los aeropuertos, por la energía, por las centrales nucleares, por la lucha contra el narcotráfico, por la distribución textil, por las producciones de electrodomésticos, los gimnasios e instalaciones deportivas y por lo que nos dé la gana, y siempre nos contesta o sector privado o sector público; podemos descartar absolutamente esta opinión.
Cada uno de los servicios, bienes y productos que se producen, que se consumen o que se necesitan en una determinada economía, responden a situaciones que son completamente distintas; y situaciones distintas exigen respuestas distintas . y en consecuencia, todo aquel que pueda contestar a la pregunta de si es mejor el sistema privado o el sistema público, directamente se está perdiendo muchos matices.
Y lo triste es que esta pérdida de enfoque está muy generalizada, incluso a la hora de diferenciar el sector privado del sector público. Es decir, si asumimos las tesis dominantes, (y por abrumadora mayoría), en la actualidad absolutamente todo debe ser privatizado, porque la empresa privada es mucho mejor que la empresa pública.
De hecho hemos llegado a tal superioridad del argumento o hemos olvidado hasta tal punto el “depende”, que estamos asumiendo que en el dramático caso de que un servicio sea prestado por una empresa pública ¡esta debe funcionar como una empresa privada!. Da igual la que sea; desde Correos hasta AENA; lo mismo va para Renfe que para las empresas de agua, que para las cajas. En general lo que se entiende es que cualquiera de estas empresas ha de ser rentable, y el hecho de ser rentable se entiende únicamente de acuerdo a la generación de beneficios.
Lo que no acabamos de entender es que el sector público ha de funcionar de acuerdo a unos criterios y el sector privado de acuerdo a otros criterios. El sector privado ha de buscar la generación de negocios, ha de asumir riesgos, si queremos ha de ser el ferrari de Fernando Alonso en nuestra comparativa. Pero el sector público ha de buscar el bien común, que pasa por que los negocios a cuenta de este campo sean los mínimos posibles, (e incluso cero). Se trata de que en aquellos servicios o bienes en los que se necesite la estabilidad se obtenga.
Si en el sector privado se deben buscar beneficios individuales y rentabilidad, en el sector público se ha de buscar el menor coste posible y beneficios sociales máximos. El sector privado debe funcionar de acuerdo a unas reglas, (que por cierto se han de respetar al contrario que ahora mismo), y el sector público ha de funcionar de otra forma completamente distinta. Es importante entender que el sector público ha de volcarse en la estabilidad, mientras que el sector privado debe buscar el dinamismo.
Tenemos que tener claro que el sistema privado ha de crear, mientras que el sistema público ha de facilitar que determinados precios y servicios sean prestados a un coste inferior, aunque sea a costa de no generar beneficios o incluso generar perdidas. Claro que en este esquema de funcionamiento universal lo que nos hemos encontrado es que se decide qué cuando el sector público puede prestar un servicio más barato que la iniciativa privada, (en numerosas ocasiones), entran en juego las “competencias desleales”. Cada vez que escuchemos esta frase tenemos que entender que la queja es de una limitación a los negocios privados. Pero los negocios generados no son lo único que ha de ser tenido en cuenta a la hora de decidir si un servicio en particular debe ser prestado o no por el sector público.
Quizás no nos acordemos pero aquello de los servicios estratégicos era uno de los criterios hasta no hace mucho, y de hecho sigue siéndolo en muchos de los países de Europa. Los servicios estratégicos con aquellos que tienen un gran impacto sobre las sociedades, de tal forma que existen unos claros incentivos para que el control de estos no esté en manos privadas que lógicamente actúan (o deberían actuar), con unos criterios de maximizar el beneficio o el valor para los accionistas, en lugar de buscar el valor social. Esto normalmente se traduce en la discusión entre escasez y abundancia, ya que el sector privado por definición tendrá que buscar la escasez, para de esta forma maximizar el valor de cada producto, para los mismos costes, al contrario de los bienes públicos para los que se busca la maximización de lo obtenido.
Por supuesto, y quizás muy relacionado está el tema de riesgos. En este campo nos encontramos con aquellas situaciones en las que los planes no salen como esperamos. En este caso podemos hablar de riesgos del tipo de las centrales nucleares, o bien de riesgos de tipo económico; desde luego el hecho de que una entidad o una actividad deba ser rescatada es un poderoso incentivo para que esto quede en manos públicas, (aunque solo sea una parte).
Tenemos que analizar también aspectos como los mercados, las existencias de monopolios, informaciones imperfectas, y unos cuantos aspectos más.
En fin, el caso es que la respuesta de “Depende” no es algo que vaya a solucionar ninguna duda, y desde luego que incluye más interrogantes que respuestas, pero lo que está claro es que es la única respuesta válida. Cuando tengamos que discutir si una actividad debe ser prestada con criterios públicos, y por tanto convertirse en un bien público, (ver el post sobre los bienes públicos y bienes privados), toca analizar caso a caso.
Quizás sea un poco más latoso que decir “público a todo” o “privado a todo”, pero yo juraría que tenemos por ahí miles de expertos y organismos económicos que pueden dedicarse a analizar esto en lugar de llegar a una conclusión universal y luego ponerse a hacer cuentos para justificar la conclusión.
Por cierto; para el monte el todoterreno, para los circuitos el ferrari, y para el caso general, yo creo que ya he expuesto mi opinión en una fábula que titulé: “De “la comunidad” a “Aquí no hay quien viva””