Una de las incógnitas que más suenan desde hace tiempo es tratar de entender si estamos en deflación o en inflación. En este sentido el surrealismo nos ha llevado a inventarnos cuatrocientas mil palabras nuevas como desinflación, estagflación, reflactación y alguna que olvido, para tratar de dar vueltas a lo mismo.
Debemos recordar que los precios, son los ingresos de las empresas de una economía, por lo tanto inflación es la subida generalizada de los precios que cobran las empresas de una economía, mientras que la deflación es la bajada generalizada de los precios que cobran las empresas. Por supuesto, términos como desinflación son absurdos, porque no explican lo que ocurre con los precios, sino “el porqué”. Si nos damos cuenta, lo que nos indica es que los precios habían subido irracionalmente, y en consecuencia ahora se están ajustando a la baja. Curiosamente, parece que el término desinflación se ha usado para negar la deflación, cuando en puridad, lo que significa es que significa que primero ha existido un proceso de inflación y luego un proceso de deflación, (debido, eso sí, a la subida anterior). Cada uno de los procesos tiene efectos negativos, que no se compensan, sino que se acumulan; visto de otra forma, el primer proceso explica, (en lugar de negar), el segundo.
El resto de términos incluye la combinación con el crecimiento o decrecimiento económico, de forma que tampoco sirven (por lo menos en teoría), para resolver la disyuntiva de si estaremos en inflación o deflación.
Por lo tanto, lo que tenemos que tener claro es simple. ¿Los precios están subiendo o bajando de forma generalizada?. La contestación a esta pregunta es si estamos en inflación o deflación. Una vez contestado esto, podremos avanzar y comprobar si es una desinflación o no, y podremos añadir el crecimiento para tratar de construir nuevas palabras. Lo que no debemos hacer jamás es tratar de marear la perdiz con términos innovadores para tratar de esconder una realidad, aunque no nos guste.
Por supuesto, para tratar de entender lo que está ocurriendo con los precios, tenemos que optar por mirar los índices de precios y cómo funcionan. Existen multitud de índices de precios, pero sin embargo, parece que sólo se usa el Índice de Precios al Consumo, como indicativo. Es decir, para tratar de determinar si estamos en inflación o deflación, usamos exclusivamente el IPC como indicativo.
En este proceso de identificar el IPC con la evolución de los precios estamos cometiendo un buen número de errores, que son los que explican que estemos con esta discusión no resuelta todos los días. Poniendo un símil, imaginemos la cabina de control de un avión en la que la imagen que tenemos en la cabeza nos lleva a un buen número de indicadores, alarmas y botones. Pues ahora imaginen a un piloto informando del estado del avión, mirando uno sólo de los indicadores. Aunque usemos el más relevante, la información perdida es simplemente inmensa, de forma que cuantos más indicadores obviemos, menor será la comprensión del estado y desde luego mayores las discusiones.
Volviendo a la economía, para tratar de entender si estamos en deflación o en inflación, debemos tener en cuenta que tratamos de determinar la evolución generalizada de los precios que cobran las empresas, y comparar eso con la definición de IPC, para tratar de corregir los defectos que este indicativo tiene a la hora de presentar la información. Dicho de otra forma, tenemos que ver qué aspectos de la realidad que tratamos de estudiar, no recoge el indicativo usado y buscar las formulas para completarlo.
El proceso no es complicado y se trata de jugar a las diferencias entre las dos definiciones: “precios que cobran las empresas de España” y “precios de los bienes de consumo en España”.
El primero es obvio y claro, y en este sentido todo el mundo los reconoce. Existen una serie de bienes y servicios producidos por España pero que no son consumo, a efectos estadísticos. Un ejemplo y desde luego de una importancia capital es la vivienda. En este sentido la vivienda no ha entrado en la definición del IPC, de forma que a pesar de que representa una parte importante de los bienes producidos, no se recoge. Es fácil inferir que cuando no miramos este precio estamos subestimando la inflación cuando el bien sube, y estamos sobrevalorándola cuando baja. La oferta monetaria expansiva de la primera parte de la década de 2000 supuso una inflación que simplemente no fue detectada, mientras que la caída del precio de la vivienda es un elemento deflacionario que no es detectada. Sin embargo, muchas empresas han tenido beneficios importantes y pérdidas relevantes, produciendo los dos casos, efectos sobre la economía, (efectos que además son muy evidentes).
Por supuesto, nos encontramos con otros bienes que no son producidos, que son las exportaciones. Por puro sentido común el índice de precios al consumo no recoge las variaciones de los precios de los bienes exportados, de forma que el IPC no recoge las evoluciones de los precios de bienes y servicios que han supuesto 250.000 millones, (o el 25% del PIB) en 2009, según la primera estimación del INE.
Por tanto para entender si estamos en deflación tenemos que acordarnos que un buen número de empresas cobran sus precios en el extranjero, y tampoco salen en el valor del IPC.
Muy similar razonamiento tendríamos que aplicar a las importaciones. En este caso el esquema es exactamente al contrario. En el caso de que algún país que exporte a España, tenga inflación, los productos que importamos nos saldrán más caros. Dicho de otra forma, la inflación cuando hablamos de comercio internacional se produce en el país que vende, pero se detecta en el IPC del país que compra. En este sentido, tenemos que ajustar la evolución de los precios que importamos para tratar de saber si los precios de las empresas españolas caen o suben de forma generalizada.
Esto nos lleva a otro punto clave, que representa el fin de los ajustes que tenemos que hacer para saber si estamos en deflación o inflación. En el párrafo anterior he puesto que la inflación en los países exportadores se detecta en el ipc del país que importa. Por supuesto esta detección no es automática, en el sentido de que las importaciones no van al IPC, debido a que las importaciones no son bienes de consumo, por el importador. En el proceso de comercio exterior, nos encontramos con que una empresa extranjera vende a otra de un país nacional de forma que el bien se introduce en el circuito económico nacional o simplemente se pone directamente a la venta por una empresa nacional. En consecuencia, el precio de los precios de las importaciones impacta de forma indirecta y sobre los costes de las empresas que compran, mientras que en el ipc no se recoge la subida de este precio, sino el precio del bien final.
Si tenemos claro esto, tendremos que acordarnos que el IPC recoge los precios de los productos finales, y por tanto tenemos que entender que para determinar si los precios de las empresas están subiendo o bajando de forma generalizada, tenemos que entender que el ipc sólo tiene en cuenta los precios de los bienes que están disponibles para el consumo por los agentes particulares. Desde luego, por el efecto cascada, se supone que están recogidos todos los precios de todos los bienes intermedios, pero debemos tener en cuenta que tan sólo desde esta suposición el IPC recoge la evolución de los precios de la economía.
En consecuencia, debemos recordar que el IPC no facilita información alguna sobre los precios que cobran todas aquellas empresas que no venden productos a particulares. Es decir, nos encontramos con que no se recogen los precios cobrados por todas las empresas que trabajan para otras empresas realizando bienes intermedios. En este grupo de precios que no están recogidos, (al menos directamente), en el IPC nos encontramos con todo el sector primario, el sector secundario y una gran parte del sector servicios, (incluido el sector financiero). Y me gustaría que pensásemos en un ejemplo claro: los precios de todo el sector agrícola están cayendo de forma espectacular, caída que no hay forma de ver en el ipc, puesto que los precios en punto final de venta suben.
Por último, nos queda un pequeño detalle a ajustar para llegar a determinar con el ipc que está pasando con los precios, y son los impuestos indirectos, (especiales e IVA). En el caso de que los impuestos se mantengan constantes, no habría que realizar ningún tipo de ajuste. Pero ante una subida de estos impuestos, debemos tener en cuenta esto para determinar la evolución de los precios que cobran las empresas. Es decir, con la subida del IVA, el índice de precios al consumo sobrevalora los precios cobrados por las empresas en virtud de este cambio.
Por tanto, mirando todos estos detalles y desde luego teniendo en cuenta las especificaciones técnicas del indicador, (en particular, el efecto calidad, y el efecto de la variación de consumo real sobre la cesta base), podemos tratar de analizar la realidad de los precios que cobran las empresas.
Y volviendo al simil de la cabina del avión, la sensación que tengo actualmente es que el avión está cayendo, mientras suenan todas las alarmas y están encendidas todas las lucecitas del panel. Sin embargo de alguna forma estamos discutiendo si tenemos o no problemas en el avión, porque el indicativo de la presión de aceite, (pelín manipulado), nos dice que no hay un problema muy grave. Y todo ello en base a que alguien ha llegado a la conclusión de que lo importante para que el avión vuele es que todos creamos que no tiene problemas.