Pasa con los cambios en la estructura económica de un país algo semejante a lo que sucede con los cambios en el paisaje: que son tan lentos que casi resultan imperceptibles, lo que sumado al transcurrir de las generaciones hace que, en un momento dado, parezca "natural" que un paisaje sea un erial pues ya nadie recuerda que hubo un tiempo en que era boscoso y que fueron sucesivas talas, cada una de ellas quizás pequeña, las que acabaron sin embargo desforestándolo completamente.
Ya sólo los más viejos recordamos que hubo un tiempo en que "España" se propuso ser una potencia industrial. Fue en la ya lejana década de los años 60 del siglo pasado. Fueron los tiempos en que los tecnócratas del Opus Dei que se habían hecho cargo de la gestión económica de la dictadura franquista tras el Plan de estabilización del año 1959, usando de la llamada por entonces planificación indicativa pusieron en marcha una política industrial que sobre la base de unos salarios bajos, el control político del movimiento obrero, tipos de interés bajos para las inversiones y subvenciones directas y protección arancelaria, buscaba el generar una base industrial que se repartió bastante arbitrariamente (o mejor dicho, siguiendo criterios "políticos" y no económicos) por la geografía española (los famosos por entonces "polos de desarrollo").
Hoy, de aquél paisaje cada vez más industrial ya queda poco. El peso de la industria en el PIB nacional está en torno a un raquítico 11%. Diferentes motivos se han aducido y se aducen para explicar ese proceso de "deforestación" industrial, pero todos no han sido sino formas de un mismo y repetido argumento: aquel proceso de industrialización, puesto que había sido dirigido, fue por ello ineficiente. Y puesto que esa ineficiencia original implicaba como si de un "pecado original" se tratase que es industria joven e ineficiente NUNCA podría ser eficiente y podía competir sin ayuda de la política pública, era necesario desprenderse de ella cuanto antes mejor, y qué mejor momento para ello que el proceso de internacionalización económica que venía asociado a la incorporación de España al mercado común de la por entonces llamada Comunidad Económica Europea. Recordemos, se dijo entonces que no quedaba otro remedio que "reconvertir" a nuestra industria para formar parte de Europa. Curiosa denominación ésta la de la reconversión para denominar a un proceso que se tradujo realmente en la desaparición casi completa de la industria siderurgica, buena parte de la metalúrgica, la de la llamada "línea blanca", y la naval, así como la reducción de la industria textil y la de bienes de equipo y máquina herramienta. Desde entonces bien sabido es que "reconversión" es uno de esos eufemismos mentirosos a los que los economistas que se dedican a la política nos tienen tan acostumbrados.
No me dedicaré en esta entrada a cuestionar el argumento de la eficiencia. Sólo diré que es y era más que cuestionable en la medida que es consecuencia de la muy criticable Teoría Neoclásica del Comercio Internacional. Prefiero dejar de lado esta cuestión que apuntaría una vez más a la responsabilidad de los sedicentes expertos y economistas académicos en los desmanes que se suceden en el mundo real, y señalar que ese argumento fue aceptado casi de modo general, aunque repito que su sustento real es debilísimo. Y a ellos, a los teóricos de la eficiencia y la integración, con el discurrir del tiempo, se sumaron los utópicos ilustrados. Son aquellos que deslumbrados como niños chicos ante un escaparate de juguetes antes del día de Reyes, no han parado de decir que todo eso, que toda esa desindustrialización, era en el fondo y al final para bien, que la economía española lo que tenía que hacer era dar un salto de caballo de ajedrez y pasar del sector primario al terciario de un bote, pues dado que el sector industrial o secundario "clásico" era algo pasado de moda, lo que había que hacer era pasar directamente a lo más moderno siguiendo la estela que parecía seguirse de la revolución en las tecnologías de la información y la comunicación.
Pero el problema es que el sector terciario es un cajón de sastre en dónde se agrupan actividades de lo más variopintas que aunque puedan usar de las tecnologías de la información y la comunicación más rutilantes y modernas, sus caracterizaciones económicas sean de lo más dispar. Puestos a diferenciar podemos separar dos grandes subsectores dentro del sector terciario: el subsector que agrupa las actividades de servicio a las actividades productivas y el subsector que acoge las actividades al servicio de las actividades de consumo. Las actividades que entrarían en el primero serían aquellas dirigidas al cuidado, mantenimiento y desarrollo del capital físico y humano que se usa en los sectores primario y secundario. Se incluirían en este subsector no sólo actividades de finamciación, gestión, contabilidad, comercialización y distribución sino también las de salud, educación e investigación y desarrollo, en la medida que se traducen en innovaciones que hacen crecer la productividad de los factores usados en los procesos de producción. Por contra, en el otro subsector, se incluirían el conjunto de servicios de tipo personal que los individuos usan en sus actividades de ocio y consumo. O sea, actividades de restauración, entretenimiento, arte, etc.
Como sucede con todas las clasificaciones dicotómicas que se hacen en el mundo de los temas sociales y económicos, ésta también adolece de ambigüedades puesto que hay actividades que entrarían a formar parte de los dos subsectores. Por ejemplo, los servicios de salud o de restauración son a la vez una forma de conservar el capital humano que interviene en los procesos productivos como un factor clave para que los individuos puedan ser consumidores. Cierto que no es una clasificación "comme il faux", pero al menos a efectos ilustrativos generales y sin ánimo de precisión, creo que esta clasificación puede ser útil a la hora de plantearse cuál puede ser el resultado de una política económica del tipo "salto de caballo", o sea, una política de modernización económica que persiga pasar de una estructura económica dominada por el sector primario y de construcción al sector terciario sin pasar por el ruidoso y sucio sector secundario como se ha hecho en nuestro desventurado país.
Pues ha de ser obvio que si no hay un potente sector secundario al que "servir", el sector terciario al que se llegará tras una política desindustrializadora o de reconversión industrial por usar de ese eufemismo estará constituido inevitable y fundamentalmente por el segundo de los subsectores a los que acabo de hacer referencia. Es decir, la estructura económica no se habrá escorado claramente hacia el sector servicios productivos , sino a lo que podríamos denominar sector servicios de y para el consumo, a lo que llamaré economía servil.
Y esto de servil entiéndase que se dice sin ningún ánimo ofensivo. Camareros, modelos, toreros, futbolistas, prostitutas y chaperos, crupieres, diseñadores de interiores, mayordomos, cocineros, "nannnies", paseadores de perros,cuidadores de ancianos, veterinarios de mascotas, tatuadores, "coaches" y curas, asesores matrimoniales y de cualquier otro tipo, esteticiennes, vendedores de seguros, disk-jockeys, artistas, payasos, seguratas, novelistas, poetas, tahúres, economistas teóricos, cuentacuentos, actores, cantantes, "camellos", psicólogos, astrólogos y videntes, tertulianos, conductores, etc., etc., etc.,, ...son para mí ocupaciones respetables, aunque sólo sea porque permiten a mucha gente "buscarse la vida", y necesarias todas ellas en la medida que en el mercado hay demanda para ellas.
Pero el que asi lo sean no es óbice para también calificarlas como lo harían los viejos economistas clásicos (Adam Smith, David Ricardo, Karl Marx,...) como improductivas. Son trabajos serviles en la medida que están al servicio de las actividades de ocio o de consumo de otros. Y, por ello, son en un sentido muy real, actividades económicas secundarias o sea, dependientes, respecto al resto de actividades, a las actividades realmente productivas. Y si las llamo serviles es por mantener una clara consistencia histórica pues resulta claro que no son sino las versiones modernas o actuales de las ocupaciones que prestaban los servidores a la aristocracia terrateniente en el Antiguo Régimen.
Jeff Faux es uno de esos economistas despreciados por los miembros de la sedicente "Academia de Economistas", ese ágora virtual de la que sienten que forman parte exclusiva todos los que a sí mismos se consideran "grandes" investigadores en Economía en la medida que publican en esas pretendidas revistas "científicas" que nadie lee (ni ellos siquiera) y que, curiosamente, se caracterizan porque la realidad siempre, siempre, desmiente sus predicciones y pone en ridículo sus propuestas. Pues bien, Jeff Faux ha escrito un libro acerca de la economía norteamericana que tiene un interés generalizable a situaciones como la española.
El libro se llama "The Servant Economy", y en él, Faux encara este asunto de la relación existente entre una economía de servicios a la producción y una economía de servicios al consumo o economía servil como aquí yo la he llamado. Como se ha sabido desde siempre, bueno, desde los años 60 del pasado siglo, la productividad del sector de servicios personales es más baja y nunca crece al mismo ritmo que la del sector primario o secundario. A esta situación se la conoce como "enfermedad de los costes de Baumol".
La implicación obvia es que depender en demasía del sector servil implica una economía de baja productividad y en consecuencia, una economía de bajos salarios por término medio. En este tipo de economía, obtener un buen empleo, un trabajo remunerado por encima de la media es tarea entonces difícil y que depende no tanto de los oferentes sino de encontrar un buen demandante, un buen amo.
Pues esta situación hay que ponerla en relación con la otra tendencia a la que ya se ha hecho repetidamente mención en otras entradas de este blog: la creciente desigualdad en la distribución personal de la renta que está dando lugar a una estructura social y de la demanda de tipo aristocrático meritocrático conforme las rentas se distribuyen más desigualmente. En ese tipo de economía, Faux señala, "you are the product", uno es el producto que se ofrece a la venta buscando comprador, por lo que tanto o más que la "capacitación" personal cuenta y mucho el que uno sea atractivo, acomodaticio y agradable. En suma, es característico de las economías serviles el que uno sea servicial.
Y en eso estamos. ¡Qué pena de país!