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"TUVE QUE MATARLA: ME FALTÓ AL RESPETO". La economía de la violencia machista.

A día de hoy, Día de San Valentín, ya van muertas 12 mujeres en lo que llevamos de año por violencia de género. Según datos del Informe Anual del Observatorio estatal de Violencia sobre la Mujer de 2007, la evolución de las mujeres muertas por sus parejas o ex-parejas desde el año 2000 es la siguiente[1]:
 

2000: 63
2001: 50
2002: 54

2003: 71
2004: 72
2005: 58
2006: 68
2007: 75

A la vista de las cifras ni la Ley Integral contra la violencia doméstica de 2004, ni las campañas de concienciación, ni el uso de instrumentos judiciales y policiales más contundentes parece que estén “funcionando”. Hace años, me interesé someramente por este “tema” desde el punto de vista de la Economía, incluso publiqué un articulillo al respecto en EL PAIS (22/12/98) que creo que no estaba mal del todo (aunque quedaba algo confuso debido a las necesidades de recortarlo que me impusieron los del periódico). En él distinguía entre dos tipos de violencia contra las mujeres. Por un lado habría una violencia “racional” o mejor, racionalizable[2], en el sentido de que la violencia era uno de los medios que utilizaban los varones agresivos para conseguir ya sea fines instrumentales (el que la mujer alterase su comportamiento en la línea deseada por su “compañero”) ya expresivos (la violencia como manifestación de la superioridad de status del varón o, al contrario, como medio de resarcirse de sus frustraciones por su bajo status fuera del “hogar”). Este tipo de violencia se plasmaría fundamentalmente en malos tratos físicos o psicológicos pero no buscaría directamente o expresamente la muerte de la pareja, pues caso de que esta se produjera, no se cumplían por ello mismo los objetivos instrumentales y expresivos que dirigían la conducta de los varones agresivos. En la medida que este tipo de violencia era "económicamente racional” podía lucharse contra ella mediante la adecuada combinación de desincentivos penales y económicos, como así ha ocurrido: parece que los malos tratos están decreciendo conforme las mujeres hacen más uso de los instrumentos legales, policiales y sociales a su alcance.
 
Pero había otro tipo de violencia, la “irracional” o no-racionalizable , la que sí buscaba la destrucción física de la mujer independientemente de las consecuencias. Al quedar lo irracional o lo pasional fuera de la parsimonia del comportamiento económico racional, no parecía que nada se pudiera decir sobre este tipo de violencia desde la Economía. Pero quizás hoy, el día de los enamorados del Corte Inglés, se pueda decir algo más (poco, no obstante) sobre este tipo de violencia.

 

Lo que sorprende en primer lugar es, obviamente, que los hombres maten, pero en segundo lugar extraña también que maten proporcionalmente tanto, es decir, que la violencia doméstica sea en la práctica una violencia contra las mujeres. Y a la pregunta de qué puede motivar ese comportamiento diferencial sólo caben dos respuestas.

Una consiste en el habitual recurso de acudir a la existencia también aquí de una diferencia biológica entre uno y otro sexo que, en este caso, vendría a afirmar que siendo el género masculino más violento por "naturaleza" que el femenino, su respuesta ante cualquier frustración o conflicto en la pareja se orientaría con mayor probabilidad por el camino de la agresividad llegando al extremo del homicidio.

Ahora bien, la supuesta y archimencionada conexión causal testosterona → agresividad → violencia es eso: una suposición no avalada por los hechos que, por el contrario, más bien apuntarían a que la conexión causal va en sentido contrario: una cultura que apoya una idea de lo masculino en la que los comportamientos violentos son aceptables en cierto grado genera o al menos no coarta las actitudes agresivas que, eso sí, crecen más que bien sobre el suelo bien abonado que pone la testosterona en el caso de los varones. Dicho de otra manera, los varones pueden tener una mayor capacidad/predisposición para la agresividad física relativamente a las mujeres, pero que esa capacidad se manifieste en la práctica de su comportamiento depende crucialmente del modo que los varones han aprendido a ser un determinado tipo de hombres.

 

La segunda respuesta a la anterior pregunta parte precisamente de esta conclusión y viene avalada por la circunstancia de que una buena parte de las muertes se producen en el curso de la separación de la pareja o bien cuando la relación ya está totalmente rota (la cifra entre paréntesis):

 

2000: 21 (11)
2001: 23 (7)
2002: 16 (7)
2003: 28 (16)
2004: 28 (16)
2005: 17 (15)
2006: 30 (18)

 

Ahora bien, este tipo de muertes apuntan a dos resultados. En primer lugar que el homicidio no es enteramente impulsivo, fruto de un “pronto”, con el resultado de que al agresor “se le habría ido la mano” porque a mano tiene el instrumento mortal (véase la entrada en este mismo blog de título "Cocinas, armas y automóviles" de 3/12/07), siendo esto mucho más evidente para las muertes cuando ya no existe ninguna relación ni legal ni sentimental entre agresor y víctima; y, en segundo lugar, el que la relación de pareja estuviera dañada a los extremos de que sólo cupiese esperar su resolución indica que la finalidad instrumental o expresiva de la violencia habría desparecido. En efecto, si la relación fuese inexistente o estuviese ya tan rota que ya no habría posibilidad de volver a una situación previa, ya nada podría esperar conseguir de su “pareja” el asesino y, entonces, ¿a qué vendría entonces la violencia contra ella?

Sólo cabría aquí, a la hora de dar con una explicación, el cambiar la perspectiva dirigiéndola a la satisfacción de una necesidad íntima del propio agresor a la que sólo él pudiese darle satisfacción: su propia autoestima.

 

 

La relación de pareja es una relación de confianza, quizás el epítome de las relaciones de confianza. Recientemente los economistas, tras la asunción de que la confianza es la actitud que está detrás de lo que se conoce como capital social, han empezado a hurgar en qué significa la confianza, qué dificultades hay para su surgimiento y cómo se puede fomentar dada la relevancia que hoy se concede a la acumulación de capital social para que se afiancen los procesos de desarrollo económico.

 

 

La confianza, definida como disposición a aceptar la vulnerabilidad es, si bien se mira, un comportamiento arriesgado pues cuando una persona deposita su confianza en otro u otros se convierte por ello mismo en vulnerable pues -resulta obvio- esa confianza puede estar mal emplazada con lo que la persona confiada puede acabar siendo víctima del abuso por parte de aquellos en quienes ha confiado.

 

No es nada extraño por ello que en casi todas las sociedades los resultados de las encuestas confirman que entre un 60 y un 70% de la gente manifiesta ser, en principio, desconfiada, lo que es congruente con la aversión al riesgo que es común entre los humanos sobre todo para las decisones o situaciones importantes y que explica el comportamiento de asegurarse ante estas eventualidades.

 

Ahora bien, en el caso de la confianza, esta aversión al riesgo genérica adquiere características especiales, pues para la mayoría de la gente no es la mismo la actitud que se tiene frente a los riesgos “naturales” (una tormenta, una inundación) o “sociales” de tipo genérico (un incendio, un accidente de tráfico) que ante el riesgo “personalizado” que se corre cuando se confía en otra u otras personas. En este último caso, se distingue entre dos riesgos, el primero, relacionado con los resultados de la relación de confianza, es el riesgo que se corre de que quien confía obtenga un rendimiento mucho más pequeño que el de la persona en quien ha confiado, es decir, es el riesgo que uno corre de ser explotado en esa relación de confianza, el riesgo en suma de que la relación sea asimétrica, desigual en sus resultados netos.

 

El segundo riesgo no se refiere a los resultados y tiene más bien que ver con el proceso de alcanzarlos y se refiere al riesgo que se corre, cuando uno confía, de ser traicionado o engañado en la relación independientemente de en cuánto se traduzca la pérdida. No sólo duele el salir malparado de una relación en la que uno confiaba sino que hace daño el propio hecho de ser engañado, de ser tomado como un pipiolo, de que se rían de uno mismo. El hecho de ser traicionado en sí mismo puede incluso llegar a ser más importante que la pérdida real que se experimente. ¿Cuántas veces no hemos dicho u oído algo así como que los que más duele no es la pérdida que uno experimenta en una relación de confianza sino que la confianza que uno había depositado en otro se ha visto defraudada? Obsérvese que en este caso, la aversión a la traición tiene que ver con la posibilidad de que la vulnerabilidad personal sea maltratada, con la perdida de autoestima que se ha escapado por esa brecha que uno abre en la coraza que protege a su yo cuando se “abre” a otro en una relación de confianza.

 

Y un elemento más, los estudios llevados a cabo señalan que de estos dos componentes de aversión al riesgo presentes en las relaciones de confianza, el primero, la aversión a la explotación o a la desigualdad suele darse más en aquellas personas de status bajo, más preocupadas o interesadas, debido a su condición, en que la relación de confianza sea igualitaria “puesto que sienten que si no hay igualdad no obtendrán lo que merecen recibir en la medida que su contribución a la relación no es considerada tan valiosa como la contribución de una persona de mayor status” (Hong, Bohnet, 2007:201); en tanto que la aversión a la traición predomina en los individuos de status más elevado pues en una relación de confianza “ceden el poder sobre los propios resultados a la parte en que depositan su confianza y aceptan cierto grado de sumisión a la voluntad del otro. Los miembros de los grupos de alto status están más acostumbrados a asumir los papeles de poder que los miembros de los grupos de bajo status …Las personas de los grupos de elevado status reaccionan, cuando se las coloca en una posición inferior de poder seleccionando una acción ‘equilibradora’, principalmente abandonando la relación, restaurando así su propio control” (ibídem, 202), el control que habrían perdido en la relación de confianza fallida.

 

 

Y ahora, si se aplican estas ideas a la relación de pareja se tiene que, para la mujer, cuyo status social suele ser de forma característica inferior al del hombre, lo importante sería sobre todo que la confianza que deposita en su pareja no se traduzca en explotación en tanto que, para el hombre, cuyo status social suele ser superior lo importante es que su ego, su autoestima, no se vea dañada. Y, entonces, ¿qué sucede en caso de que sea la mujer la que decide por dar por concluida la relación de pareja por las razones que sean? Pues que ello coloca al tipo de hombres cuya autoestima se centra en el dominio que jerce en una relación de pareja en una “posición inferior de poder” (pues ¿acaso no ocurre eso cuando un “ser inferior” -como es la propia mujer- es quien decide por su cuenta acabar con la relación que un “ser superior” –como el hombre- graciosamente la habría decido conceder?) en busca de una acción “equilibradora” que les devuelva la autoestima perdida como individuos de mayor status relativo, acción que para algunos puede llegar al asesinato de su ex pareja.

 

 

Y, frente a ello, ¿qué se puede hacer? En el largo plazo, está claro que una educación más igualitaria así como un cambio en los valores en torno a los que los varones han construido sus identidades repercutirá en este problema. Pero en el corto plazo, no parece que se pueda hacer mucho desde el punto de vista penal salvo castigar. Pero el castigo, en los casos de autoestima dañada, no suele actuar como mecanismo disuasorio o preventivo pues la disuasión opera mediante la amenaza creíble de que, caso de que se cometa un delito, el ego del delincuente será dañado si se comete un delito, por ejemplo, perdiendo la libertad. Pero si el yo ya está dañado de poco parece que puedan valer las amenazas y los castigos, e incluso no sería extraño que el agresor considerara al castigo como el precio a pagar por rehacer el ego, como el precio de recuperar la autoestima perdida. Sólo cabe imaginar un mecanismo disuasorio efectivo avalado por la Economía. Sería aquél que acompañase al castigo penal con un coste o precio psicológico adicional que buscase que el asesino supiese que le esperaría una todavía mayor pérdida de autoestima caso de que atacara a su ex pareja. El sometimiento a la humillación pública, al oprobio y la vergüenza sociales presentes en el sistema de castigos del Antiguo Régimen sería aquí lo adecuado, sólo que en estos tiempos ya tan civilizados ya no parece factible.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Bohnet,I., Greig,F, Herrman,B., & Zeeckhauser, R. (2005) "Betrayal aversion" Working Paper, Kennedy Scholl of Government, Harvard University.
F.Esteve Mora. “La economía de la violencia doméstica”. http://http//www.elpais.com/articulo/sociedad/economia/violencia/domestica/elpepisoc/19981222elpepisoc_9/T Hong, K. & Bohnet, I. (2007) "Status and distrust: The relevance of inequality and betrayal aversion". Journal of Economic Psychology, 28, 197-213
Harris, Marvin “¿Son los hombres más agresivos que las mujeres?” en Nuestra Especie (Madrid: Alianza ed., 1995)

 

 

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[1] La cifra de 2007 es la que acaba de salir hace poco en la prensa según un informe del Consejo General del Poder Judicial.

 

 

[2] ¡Ojo! Que explicar o entender algo no significa justificarlo.

 

2
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  1. #2
    21/02/08 22:16

    No dudo que una educación siguiendo el principio que dices pueda tener efectos sobre este problema en el largo plazo. Menos aún dudo que la desaparición de la violencia sobre los niños tenga el mismo efecto, a tenor del hecho de que los violentos hoy parece que fueron violentados en su infancia. Claro que creo que a la larga, se p`roducen cambios en las actitudes y valores de las sociedades humanas como la historia nos muestra. Pero tan a la larga. Por ejemplo, en las sociedades nórdicas sigue habiendo violencia de género tras largos años de enseñanza igualitaria y no sexista. ¿Cuánto habrías que esperar para acbar con este problema' Es aquí donde creo que la Economía tiene algo que decir. Y lo priemerop, como economista te digo que no, que el ehecho de que un comportamiento sea "emocional", "irracional" o "amoral" no lo hace por ello meno susceptible tanto de análisis económo como de manipulación mediante instrumentos o políticas económicas. Los economistas han mostrado que las ratas, las arañas, los gusanos, los chimpnacés y por supuesto los delfines se comportan como predice el modelo de comportamiento económico racional más y mejor que los propios seres humanos que, como enseña la llamada "bahavioral economics", en sus comportamientos a veces se alejan del modelo simple de comportamiento racional económico. Y si esto lo hacen estos bichos irracionales, ¿por qué no va a poderse analizar el comportamiento de unos "seres humanos" como los homicidas de género? Por decirlo de modo senscillo y a las claras, los economistas razonan bajo el siguiente supuesto no siempre expuesto.; los psicólogos, sociólogos, curas y dremás moralistas puede que tengan razón y a la largo plazo alterar el comportamiento de la gente "comiendoles el coco" en la dirección deseada, pero para los economistas hay una forma más rápida: alterar el sistema de premios y castigos para premiar el comportamiento deseado y desincentivar el no querido. Puede parecer inmoral, en el sentido de que se preocupa por los fines y no por los medios, o sea que como el economista no les "devora el tarro" a los individuos estops no cambian sus actitudes o sus deseos o preferencias, pero el caso es que funciona, o funciona más rápidamente que las estrategias de manipulación mental. Lo que yo pretendía con esta entrada en el blog era señalar que, posiblemente, el sistema de castigos para los asesinos de género no está bien diseñado por las razones que sea, porm lo que no se produce el efecto disuasor que ha de tener el sistema de castigos. Lo dífícil es imaginar un sistema de castigos que funcione ¿se te ocurre uno?

  2. #1
    Anonimo
    20/02/08 20:34

    Qué difícil intentar racionalizar lo que, por su propia naturaleza, es irracional! Me temo que en el caso de la violencia de género los factores emocionales juegan un peso mucho mayor que las variables sociales o económicas –bien sabido es que hay maltratadores y maltratadas de toda clase y condición- o aquellas que pueden medirse de un modo u otro. Ordenar el desorden, o arrojar luz sobre las sombras que se ponen en marcha en la dinámica relacional matratador-víctica es tarea harto difícil… De ahí que las políticas sociales al respecto tengan un alcance limitado: van dirigidas a la conciencia, cuando en los casos de maltrato es precisamente eso lo que falta.

    Los problemas de autoestima de víctima y maltratador se confunden en este tipo de relaciones enfermas. La víctima, con su autoestima maltrecha, siente merecer el maltrato e incluso lo justifica porque, al menos, “él me quiere”. El maltratador –con su autoestima igualmente maltrecha- coloca el respeto por sí mismo fuera de él y lo deposita en su víctima (“tienes que tratarme así para que yo pueda quererme a mí mismo”). Es evidente que los aspectos culturales tienen aquí su peso: el “por mis huevos” (haciendo referencia a la testosterona y no solo) es algo asociado al poder que tradicionalmente se ha otorgado a los poseedores de esos atributos. Cuánto han pagado las mujeres a lo largo de la historia por no tenerlos…

    Al ponerse en marcha esos mecanismos –tan profundos, tan poco racionales- es indiferente que la pareja se haya roto hace tiempo para ejercer el maltrato. La mujer se ha ido con la autoestima del ex puesta, así que el agresor no puede permitir que ella campe a su gusto (y menos con otro) por ahí… Como tú dices, para recuperar su autoestima debe eliminar a la que se la ha “robado.” En esos casos, el castigo que puedan recibir les es indiferente. Ellos han recuperado lo propio: “la maté porque era mía” (la mujer, la autoestima). Aquellos que temen ser penalizados externamente o por sus propias conciencias –si aún les queda alguna- optan por matarse; eso sí, una vez que la “ladrona de su autoestima, orgullo y dignidad” ha sido aniquilada.

    ¿Soluciones? Asignatura obligatoria desde la primaria: “Quiérete bien y querrás bien a los demás”