Viene lo anterior a cuento de la resurrección de las ideas de John Maynard Keynes. En unos pocos meses, las ideas keynesianas que la mayoría pensaba ya obsoletas, sólo materia de la historia del pensamiento económico, o mejor, de la historia de las doctrinas económicas, han revivido. Y los pocos que se tenían por keynesianos y a los que se consideraba indignos de pasearse por el olimpo de la ciencia económica han pasado de la noche al día a convertirse en oráculos de obligada consulta, en reconocimiento de su papel de guardianes de la auténtica sabiduría económica en los años de adversidad y persecución.
No exagero ni un ápice. Tras la publicación en 1936 de la Teoría General de la Ocupación, el interés y el dinero, hubo casi cuatro largas décadas en que la mayor parte de los economistas no tenía el menor empacho en declararse keynesiana. Con las escasas excepciones de los economistas de la llamda Escuela Austriaca discípulos de Friedrich Hayek nadie ponía en duda la pertinencia del enfoque keynesiano como método de análisis de las economías de mercado. Ni siquiera Milton Friedman llegaba declararse antikeynesiano de forma radical. Lo que Friedman cuestionaba era la generalidad de la Teoría General, para él el análisis de Keynes era válido sólo como un caso particular y transitorio asociado a ciertas rigideces de los comportamientos de los agentes económicos por razones institucionales (intervención pública, existencia de sindicatos,...) o ligadas a fallos de mercado (como la dificultades de los agentes para prestar o pedir prestado en los mercados de capitales). A largo plazo y si la intervención del Estado no lo impedía, desaparecía cualquier tipo de problema macroeconómico (inflación, recesión, crecimiento) pues el mecanismo de mercado acabaría imponiendo su norma y se alcanzaría el ansiado Equilibrio con plena ocupación de los recursos.
Pero aquello acabó. En la década de 1970, el punto de vista de Friedman y en general las posiciones antikeynesianas en todos los campos de la Economía encontraron cada vez más audiencia por la confluencia de dos circunstancias. Una, proveniente de la economía real, fue el fenómeno de la estanflación, pues se pensó -erróneamente, por cierto- que la coexistencia de una situación de depresión económica con elevadas tasas de inflación era incomprensible para el modo de ver las cosas desde el punto de vista keynesiano; la otra, proveniente del mundo académico, acusaba de insuficiencia de fundamentación "científica" a las ideas keynesianas. Ante estos ataques el pensamiento keynesiano se batió en retirada, honrosa, eso sí, pues si bien en el idealizado (o mejor, imaginario) mundo académico Keynes pasó en el mejor de los casos a ser una nota a pie de página en los manuales de Macroeconomía y los economistas keynesianos a ser despreciados como sectarios o "creyentes"; en el mundo de la realidad económica, los ministros de economía en todos y cada uno de los países no tenían el menor inconveniente en acudir a las políticas monetarias, fiscales y de rentas de corte keynesiano cuando la realidad económica (recesión, inflación, desequilibrio externo) se ponía difícil (si bien hay que recalcar que incluso ahí, en el mundo más sensato de la política, conforme los "expertos" económicos de corte antikeynesiano fueron sustituyendo por razones tanto demográficas como de prestigio académico a los keynesianos el manejo de la realidad económica desde la perspectiva keynesiano se fue haciendo cada vez menos justificado, con los desastrosos efectos -ahora tan bien visibles- asociados a la desregulación de los mercados financieros que han fomentado).
Pero, si nos centramos en la segunda de las circunstancias mencionadas, a la pregunta de que en qué consistía esa inuficiencia de fundamentación de la Macroeconomía keynesiana, la respuesta era que carecía de una Microeconomía que la anclase. Se acusaba al pensamiento keynesiano de basarse en unas cuantas apreciaciones de tipo psicológico acerca de cómo se comportan los agentes económicos (consumidores, trabajadores, inversores, empresarios, financieros, ...) a partir de las cuales se definían unas funciones de comportamiento agregado (la Función de Consumo, la Función de Inversión, la Función de la Preferencia por la Liquidez, la Oferta agregada de trabajo con salarios monetarios rígidos, etc.) que no tenían sujeto. En efecto, detrás de la curva de demanda en un mercado cualquiera, por ejemplo, estan las curvas de demanda individuales y por tanto estan los individuos que se comportan racionalmente maximizando su utilidad sujetos a sus restricciones renta o de riqueza, pero ¿quién era el sujeto que estaba detrás de la Función de Consumo? Simplemente, no lo había. No había un "alguien" genérico cuyo comportamiento racional se plasmase en la Función de Consumo agregada keynesian, y lo mismo pasaba con el resto de funciones macroeconómicas características de la economía keynesiana. Dicho de otra manera, en el enfoque keynesiano se hablaba de una Función de Consumo que ligaba el gasto en consumo agregado de todos los agentes de una economía con los niveles de renta disponible (o de la riqueza) a través de unas regularidades estadísticas (las leyes sobre las propensiones al consumo) pero nadie justificaba como se llegaba a ellas a partir del comportamiento de los individuos concretos tal y como los explicaba la otra parte del análisis económico: la Microeconomía. De igual manera, se hipotetizaba que el comportamiento agregado de la inversión se describía por medio de una Función de Inversión agregada en que esta se hacía derender de diversas variables (el tipo de interés, las expectativas, el stock de capital, la tasa de depreciación, etc.), pero tampoco se justificaba cómo se llegaba a ella a partir de los comportamientos de los inversores particulares; incluso en este caso, Keynes recurría a un deus ex machina, los famosos "animal spirits", los "prontos" de los empresarios que guiaban -es un decir- sus decisones de inversión. En suma, que la economía keynesiana, o mejor dicho, la macroeconomía keynesiana carecía de un soporte microeconómico adecuado, o mejor dicho, su soporte microeconómico no era el que la microeconomía neoclásica juzgaba como adecuado para un enfoque científico.
La tarea de los economistas fué entonces construir una Macroeconomía bien fundada a partir de la Microeconomía neoclásica, aquella construida a partir del supuesto de que los agentes se comportan racionalmente es decir siempre eligen óptimamente en situación de escasez guiados por la persecución de sus intereses particulares. La búsqueda de unos fundamentos microeconómicos de la macroeconomía dió como resultado lo que se conoció como Nueva (Macro)Economía Clásica que ponía en solfa todas las novedades del pensamiento keynesiano. Por decirlo en pocas palabras: una economía en que los agentes se comportan como prescribe la Microeconomía neoclásica no puede tener rasgos keynesianos. Si, por ejemplo, hay desempleo éste sólo puede serlo voluntario (consecuencia de que prefieran disfrutar del ocio hoy -endeudándose pasra vivir si es necesario y trabajar emn el futuro cuando sus salarios serán más altos por ser entonces la productividad del trabajo más elevada como fruto del aumento de la cantidad de capital de la economía consecuencia de su renuncia a trabajar) o causado por intervenciones insitucionales exógenas al mercado de trabajo que llevan a los trabajadores a optar racionalmente por estar desempleados (sindicatos y estado), si hay problemas de inversión insuficiente, estos sólo puede ser debido a que el estado por su comportamientio dispendiador expulsa a la inversión privada haciendo subir los tipos de interés por el defict público, si hay una burbuja en los mercados financieros (o de la vivienda) es racional que la haya pues los individuos con arreglo a la información de que disponen se comportan racionalemnte es decir con arreglo a su expectativa racional de que los precios van a subir más en el futuro. Si los individuos son racionales en su comportamiento, como presupone la Microeconomía y si los mercados son eficientes, el enfoque de Keynes no es que no sea general, es que es incorrecto. Simplemente es que no debería haber problemas macroeconómicos.
Pero haberlos, haylos. Los ha habido a los largo de los últimos treinta años en multitud de países, alguno de la relevancia de Japón, pero ello no fue suficiente para poner en cuestión todo el precioso armatoste conceptual de la Nueva (Macro)Economía Clásica. En estos últimos tiempos, sin embargo, las cosas han cambiado. La presente crisis financiera y sus efectos sobre la economía real que está sacudiendo a la economía norteamericana y por extensión a la economía de todo el mundo son, por su magnitud, las circunstancias del mundo real que está cuestionando a los "nuevos macroeconomistas clásicos" de modo semejante a como la estanflación de la década de los años 1970 cuestionó a los keynesianos. Pero, al igual que entonces, también desde la propia academia corren nuevos aires que ponen en la cientificidad de la Nueva (Macro)Economía. Y la acusación, ahora, no es que no tenga fundamento, sino que el que tiene es patentemente incorrecto. El enfoque microeconómico basado en el comportamiento racional de los agentes económicos está cada vez más puesto en solfa por la Economía del Comportamiento, la Psicología Económica, la Economía Experimental y la Neuroeconomía. Simplemente, los seres humanos no nos comportamos como prescribe el modelo de comportamiento racional por lo que ese modelo no puede ser una base adecuada para el análisis macroeconómico, su explicación y el diseño de políticas apropiadas. Obviamente, reconocer esta necesidad de cambio no es nada fácil para aquellos que se han formado en la tradición intelectual neoclásica, aunque como "actos fallidos" de tipo freudiano, a veces les salga inconscientemente. Así, por ejemplo, sorprende que un economista tan creyente en el modelo neoclasico y azote de keynesianos y socialistas como Xavier Sala-i-Martin en su, por otro lado, muy correcta descripción del desenvolvimiento de la actual crisis, en un momento determinado afirme lo siguiente: "cuando los financieros recuperen la cordura, el capitalismo no sólo no desaparecerá sino que la economía americana saldrá disparad hacia una nueva senda de crecimiento" (Crisis Financiera (2):1929, en http://www.columbia.edu/-xs23/catala/articles/2008/Crisis_Financiera/Crisis%20Fina..). De acuerdo con que el capitalismo no va a desparecer, pero lo que me extraña y muy mucho es eso de la cordura de los financieros. ¿Es que se han vuelto locos? ¿Es que se guían por unos "animal spirits" poseídos por el espíritu de keynes? ¡Pero, bueno! ¿No nos habían llevado por fín Sala-i-Martin a aceptar la cientçifica verdad de que los mercados financieros eran el epítome de los mercados eficientes, aquellos donde los agentes actuaban más racional y flexiblemente adaptando sus decisones racionalmente a las nuevas informaciones? ¿Cómo es que ahora hemos de esperar a que "recuperen la cordura" para que la cosa económica se enderece?
Así que en estas estamos. Sí la Macroecomía keynesiana se abandonó porque no tenía una sólida fundamentación microeconómica, ahora hay que abandonar a la Nueva Macroeconomía Clásica por lo contrario, por tener una tan sólida fundamentación que la hace incapaz de abordar los problemas macroeconómicos del presente e incluso la hace crearlos si se siguen sus recetas estrictamente. En estas condiciones no es extraño que las ideas de Keynes hayan resucitado pues ciertamente es la macroeconomía más apropiada para unos agentes que no son racionales sino "predeciblemente irracionales" como dice Dan Ariely.