FERNANDO ESTEVE MORA
Prácticamente no hay día en que no se oiga o lea a algún "comentarista" echando en cara al gobierno de los Estados Unidos su -digamos que- salida de Afganistán tras casi 20 años de presencia e intervención militar, económica, social, cultural y política. A lo que parece, para estos comentaristas, esa "salida" ha sido ignominiosa, dejando a su suerte (que con seguridad no será demasiado "buena") al "pueblo afgano". De ello se sigue -lógicamente- que en su opinión los Estados Unidos deberían haber seguido allí indefinidamente, pese a los costes en vidas y recursos que tal presencia les supusiese. Que eso era su DEBER.
Ni qué decir tiene que este tipo de opiniones y comentarios me han hecho recordar otros, los de hace una veintena de años, en los que se venía a decir que si los EE.UU. habían intervenido y luego se habían instalado en Afganistán, después de haber vencido a los talibanes en la guerra de venganza que contra ellos organizaron por su soporte a Al Qaeda tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, la razón de todo ello estaba en el interés económico que "los americanos" tenían en apropiarse de los abundantes recursos naturales que las tierras afganas esconden en su seno.
Pues bien, una de esas muchas pequeñas sorpresas que me ha dado la vida ha sido constatar cómo son frecuentemente los mismos que, sosteniendo como cierta hace veinte años esa "explicación imperialista" de la intervención estadounidense en Afganistán, se quejan ahora sin embargo de que los EE.UU. se larguen de allí dejando no sólo a los afganos "colgados" sino, también, dejando en su sitio, sin tocarlas, todas esas riquezas minerales que siguen ahí donde siempre han estado sin ser explotadas....y sobre las que, ahora quizás, echen mano "los chinos".
A la hora de entender este lío de opiniones contrapuestas, quizás la Economía de la Violencia (que es una "curiosa" asignatura que llevo algunos años impartiendo) pueda ofrecer algunas claves interpretativas.
Decía Tucídides, en su Historia de la Guerra del Peloponeso, que las causas últimas de los conflictos violentos entre los hombres se podían adscribir a alguna de estas tres "razones" que conformaban la condición humana: el miedo (phobos), el interés propio (kerdos), y el honor (doxia). Tanto individuos como grupos de individuos recurrían, pues, a la violencia por temor a lo que otros les pudieran hacer, por ambición o interés, o porque "eso" -el hacer la guerra y no el amor- es lo que se debía hacer, lo que no había más remedio que hacer, para mantener la propia "autoestima" (lo que Sócrates denominaba el thymos), la dignidad.
Pues bien, la Economía de la Violencia no hace sino profundizar y completar la manera de pensar de Tucídides. Para esta rama de la Economía, la guerra, la violencia, puede ser racional instrumentalmente, es decir, que puede ser el medio o instrumento más eficiente (o sea, más rentable, más adecuado tras un análisis coste -beneficio) que quienes han de "repartirse" un activo (físico muchas veces, o sea, un territorio; aunque también puede ser intangible -como por ejemplo, la "Patria", la "Nación", o la "Verdadera Religión") eligen -para esa tarea.
O sea, que para la Economía de la Violencia, todo arranca en la existencia de un "algo", un "activo", que unos actores -los rivales o contendientes- desean y valoran de modo más o menos similar y que cada uno de ellos quiere apropiárselo o quedárselo en su totalidad. Y el problema está en que, en determinadas situaciones, no encuentran otro método mejor para repartírselo que el "acudir a las manos", o mejor "a las armas", lo que convierte ese "reparto" de ser un "juego de suma cero" (un reparto en que si uno se lleva más de ese "algo", otro u otros se llevan menos) en un "juego de suma menor que cero" (un reparto en que todos colectivamente pierden).
La guerra, el uso de la violencia, es por tanto algo muy simple: surge cuando al menos uno de los rivales o contendientes encuentra que la violencia es para él un medio racional , o sea, que le merece la pena en el sentido de que le compensa los costes de usarla, para hacerse con una parte mayor del activo en disputa de la que le tocaría en un reparto pacífico. Así de sencillo. Me interesa recalcar que ha de quede claro de salida que la guerra, desde el punto de vista agregado, es un mecanismo ineficiente para resolver una disputa distributiva, es decir, que la guerra es colectivamente irracional o ineficiente, pues es extremadamente destructiva o costosa en términos del capital físico y humano que TODOS los contendientes que participan en ella destrozan.
Pero, a pesar de ser un absurdo colectivo, la guerra, sin embargo, acontece porque para alguno (o algunos) de los actores implicados en la disputa distributiva por un "algo" puede que sea perfectamente racional. O sea, que desde el punto de vista individual, puede ser eficiente el que los rivales usen de la violencia como medio para aumentar la parte de lo que pueden llevarse de lo que está en disputa,. La guerra, el uso de la violencia es racional instrumentalmente desde el punto de vista de cada uno de los actores implicados si cada uno estima o calcula que el hacerla compensa en un cálculo de coste-beneficio, es decir, si cada uno cree que las ganancias esperadas superan a los costes esperados. Dicho de otro modo, para la Economía de la Violencia, la guerra es una opción, una elección en situación de incertidumbre.
Pero, ¿cómo es posible que para alguno o algunos de los contendientes el recurrir a la violencia en un reparto compense a los costes que van a sufrir si se deciden por usar de la violencia. Pues bien, el uso de la violencia o de la guerra es racional, desde el punto de vista de cada uno de los actores implicados, si:
A) No hay información perfecta y completa para todos de los objetivos y fuerzas de cada uno de los contendientes. Está claro, muy frecuentemente los rivales en cualquier conflicto distributivo "van a la guerra" porque infravaloran la fuerza del o de los adversarios y sobrevaloran la suya propia.
B) Hay "problemas de compromiso". O sea, cada rival duda de que el otro se atenga a la paz. Ninguno se fía de ninguno de los demás. Estos "problemas de compromiso" pueden adoptar tres formas. El primero es el que da origen a lo que se llama "guerra preventiva", y modernamente se le llama "la Trampa de Tucídides" ya que responde a aquella situación en que un actor va a la guerra, no por ninguna ganancia inmediata, sino por miedo a que, de no hacerlo, el rival en el futuro desequilibre la situación presente a su favor. El segundo tipo de problemas de "compromiso", se conoce como la "guerra anticipada" ("pre-emptive war"), y caracteriza a aquellas situaciones en que "quien da primero da dos veces", es decir, aquellas situaciones en que la ventaja estratégica en un conflicto está en el lado de quien inicia las hostilidades, quien ataca primero. En esta situación, ningún acuerdo de paz es creíble o sostenible para ninguno de los contendientes. Y, finalmente, en tercer lugar, también cualquier actor ve como racional ir a la guerra cuando el activo en disputa es indivisible, es decir, cuando no hay manera de proceder a ningún reparto pacífico del mismo entre los contendientes porque sencillamente no es posible (recuérdese la guerra de Corea, la de Vietnam, la Guerra Civil española, o la Guerra de Secesión norteameicana, guerras que se dieron porque no era factible segregar a los contendientes en espacios -estados o países- separados).
Obsérvese que quedan fuera de estas "explicaciones" racionalistas de la guerra, cualquier tipo de consideraciones o motivaciones pasionales. Ya sea el odio, ya sea el honor, estas dos pasiones han llevado a la guerra, a la muerte y a la destrucción a incontables seres humanos. Cierto. Son -sin duda- estas pasiones causa de guerras, pero para los economistas son guerras "irracionales", carecen de sentido económico, no responden a ninguna lógica económica. O sea, una guerra generada por el odio o por "la honra" no sólo sería irracional desde el punto de vista agregado o colectivo, como lo son todas, sino que tampoco sería eficiente o rentable o racional desde un punto de vista individual. (Aunque -siempre para todo hay un pero- léase en este punto esta vieja entrada:https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428909-psicologia-economia-costes-irrecuperables )
Pues bien, teniendo en cuenta todo lo dicho, ¿qué tipo de guerra habría sido la que los EE.UU habrían llevado a cabo en los último 20 años en Afganistán? Obviamente, pasado el periodo de ira tras los atentados de septiembre de 2001, la guerra de Afganistán podría en principio ser una "guerra" explicada "racionalmente" por la indivisibilidad del "recurso" en disputa, cual era la definición del Estado afgano, y en consecuencia, del mismo país Afganistán. En efecto, lo que estaba en cuestión desde que los norteamericanos se vengaron de Al Qaeda y los talibanes (o sea, y concretamente, desde el mismo momento en que acabaron con la vida de Osama Bin Laden), la cuestión allí en disputa era la definición del Estado afgano: ¿iba a ser un estado más o menos occcidental o iba a ser un estado islámico? Cierto que, como se ha dicho, muchos al principio se apuntaron a la tesis de que lo que estaba realmente en juego eran los recursos mineros de Afganistán, pero -también como se ha dicho-conforme pasaron los años tal tesis se demostró incorrecta, con lo que para todo el mundo ha estado cada vez más claro que el problema "distributivo" es el que se acaba de decir: el de quíén se "quedaba" con el Estado afgano y cómo, en consecuencia, lo definía, organizaba y conformaba.
Y este podía ser -como lo fue efectivamente- un problema que podría engendrar racionalmente violencia, como se ha argumentado, pues a menos que se pudiesen alterar las fronteras y se creasen DOS países distintos en Afganistán, uno "occidental" y otro islámico, ( o sea a menos que se creasen dos "Afganistanes", como se hizo por ejemplo en Corea, lo cual a lo que parece es hoy geopolíticamente inviable) el problema de definición del estado afgano encaja dentro de lo que se acaban de llamar "problemas de compromiso" tipo 3 en la explicación racionalista de la guerra: es decir, que el estado afgano o era en su totalidad "occidental" o era en su totalidad talibán, o antioccidental, y en ese caso no hay otro medio de dirimir tal problema que la violencia. Como ha pasado tantas veces en la historia, si el problema es definir el estado, al final lo define quien gana en el campo de batalla en una guerra "intraestatal" o civil. Y en el caso de Afganistán ya sabemos quién ha acabado ganando.
Pero, sin darnos cuenta, hemos pasado por alto una cuestión previa y esencial, y es la de para que haya guerra ha de haber "actores" rivales o contendientes que valoren el "recurso" en disputa si no de forma idéntica si de forma similar. Y en el caso de Afganistán, cierto que, por una parte estaban los talibanes, pero por la otra parte, ¿quién estaba?
Veamos, en esa guerra por ese "recurso", los EE.UU. tomaron obviamente partido por aquella parte del pueblo afgano que quería y quiere una definición occidental del estado afgano. Y esa toma de posición por parte de los EE.UU. se ha manifestado a lo largo de estos últimos 20 años en soldados, dinero, médicos, maestros, etc., etc., recursos de todo tipo, hasta un total que puede ascender a más de un billón de dólares (sin contar el "valor" monetario de las vidas perdidas).
Pues bien, a nadie debería parecerle nada extraño que los norteamericanos se hayan planteado tras 20 largos años si ese esfuerzo, si esa ayuda, "merecía la pena". O sea, si era eficiente. Es decir, por fin se han planteado una cuestión que cualquier economista se habría planteado "de salida: la de si la parte del pueblo afgano, en cuyo nombre e interés ellos actuaban y combatían, valoraba una definición "occidental" del estado afgano por encima de lo que valoraban una definición "islámica" o talibán de ese mismo estado sus compatriotas que apoyan a los talibanes. Valor, por cierto, en el sentido que dan los economistas a esa palabra valor, es decir, como lo que se está dispuestos a pagar por algo ("willingness to pay for"), y, en este caso concreto, por la definición del estado afagano. Porque, recuérdese, en la perspectiva económica de la guerra, ésta ha de entenderse como una suerte de mecanismo que asigna un recurso disputado en función del valor que cada contendiente le dé, en función por tanto de lo que están dispuestos a pagar o sufrir en el campo de batalla. La guerra pues es un tipo de "subasta" de un activo -sea el que sea-, en donde tiene más probabilidades de ganar quien más lo valora, quien más "pone en ese sangriento asador" que son los campos de batalla.
Y la respuesta a esta cuestión en el caso afgano ha sido evidente. La mayoría de los afganos ha demostrado en la práctica que estaba contra una definición del estado afgano de tipo occidental, digan lo que digan los periodistas y tertuliano. Es decir, que el valor que los talibanes le daban a una definición islámica de Afganistán, lo que estaban dispuestos a pagar por ella, era superior al valor que los opuestos a los talibanes le daban a una definición no islámica del país. Y es que los talibanes, una vez que los norteamericanos anunciaron que no seguirían combatiendo, han vencido sin disparar un sólo tiro a sus rivales, los afganos "pro-occidentales", pese a que estos tenían todas las armas y toda la ayuda financiara de Occidente... salvo sus soldados.
Los hechos son tozudos, pero son hechos: los talibanes han ganado sin necesidad de enfrentarse violentamente a OTROS afganos. Piénsese un momento en ello. No ha habido afganos que les hayan plantado cara a los talibanes. La implicación es obvia: los talibanes y sus defensores son, en Afganistñán, la mayoría de la población, y , en consecuencia, valoran colectivamente más una definición talibán de su estado (como un emirato islámico) que una definición occidental. Estaban dispuestos a pagar más por ello, incluso con sus propias vidas. Dicho de otra manera, para los Estados Unidos, la guerra en Afganistán era un auténtico despropósito, una irracionalidad, pues en términos relativos eran pocos, poquísimos, los afganos realmente dispuestos a pelear por esa definición occidental del Estado Afgano, que era lo que los talibanes les disputaban.
(Y, por cierto, no puedo sino señalar una vez más la completa incapacidad de todos los políticos y periodistas españoles de los que tengo noticia para siquiera pretender objetividad. He oído y leído frases como "España no tiene que olvidar Afganistán o abandonar a los afganos" en boca de todos ellos. Pero, ¿de qué Afganistán están hablando? De uno imaginario, eso está claro, porque ¿es que acaso los talibanes y sus partidarios no son afganos?)
Así que, desde el punto de vista de la Economía de la Violencia, los EE.UU. han hecho lo más eficiente: irse de donde no eran queridos, de donde eran combatidos como invasores por la mayoría de la población. Han hecho, también lo correcto, cual ha sido llevarse con ellos a aquellos afganos que, aunque no se hayan opuesto a los talibanes con armas, han sido sus colaboradores. Pero lo que carece de sentido son las llamadas a los comportamientos irracionales, al "honor", a la "honra", por parte de todos aquellos que preferirían que los EE.UU siguieran allí, matando y siendo matados, disputando una guerra irracional en un país que, los hechos lo han demostrado, mayoritariamente no los quiere. Eso, por cierto, sí que sería imperialismo. ¡Vaya paradoja!
Prácticamente no hay día en que no se oiga o lea a algún "comentarista" echando en cara al gobierno de los Estados Unidos su -digamos que- salida de Afganistán tras casi 20 años de presencia e intervención militar, económica, social, cultural y política. A lo que parece, para estos comentaristas, esa "salida" ha sido ignominiosa, dejando a su suerte (que con seguridad no será demasiado "buena") al "pueblo afgano". De ello se sigue -lógicamente- que en su opinión los Estados Unidos deberían haber seguido allí indefinidamente, pese a los costes en vidas y recursos que tal presencia les supusiese. Que eso era su DEBER.
Ni qué decir tiene que este tipo de opiniones y comentarios me han hecho recordar otros, los de hace una veintena de años, en los que se venía a decir que si los EE.UU. habían intervenido y luego se habían instalado en Afganistán, después de haber vencido a los talibanes en la guerra de venganza que contra ellos organizaron por su soporte a Al Qaeda tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, la razón de todo ello estaba en el interés económico que "los americanos" tenían en apropiarse de los abundantes recursos naturales que las tierras afganas esconden en su seno.
Pues bien, una de esas muchas pequeñas sorpresas que me ha dado la vida ha sido constatar cómo son frecuentemente los mismos que, sosteniendo como cierta hace veinte años esa "explicación imperialista" de la intervención estadounidense en Afganistán, se quejan ahora sin embargo de que los EE.UU. se larguen de allí dejando no sólo a los afganos "colgados" sino, también, dejando en su sitio, sin tocarlas, todas esas riquezas minerales que siguen ahí donde siempre han estado sin ser explotadas....y sobre las que, ahora quizás, echen mano "los chinos".
A la hora de entender este lío de opiniones contrapuestas, quizás la Economía de la Violencia (que es una "curiosa" asignatura que llevo algunos años impartiendo) pueda ofrecer algunas claves interpretativas.
Decía Tucídides, en su Historia de la Guerra del Peloponeso, que las causas últimas de los conflictos violentos entre los hombres se podían adscribir a alguna de estas tres "razones" que conformaban la condición humana: el miedo (phobos), el interés propio (kerdos), y el honor (doxia). Tanto individuos como grupos de individuos recurrían, pues, a la violencia por temor a lo que otros les pudieran hacer, por ambición o interés, o porque "eso" -el hacer la guerra y no el amor- es lo que se debía hacer, lo que no había más remedio que hacer, para mantener la propia "autoestima" (lo que Sócrates denominaba el thymos), la dignidad.
Pues bien, la Economía de la Violencia no hace sino profundizar y completar la manera de pensar de Tucídides. Para esta rama de la Economía, la guerra, la violencia, puede ser racional instrumentalmente, es decir, que puede ser el medio o instrumento más eficiente (o sea, más rentable, más adecuado tras un análisis coste -beneficio) que quienes han de "repartirse" un activo (físico muchas veces, o sea, un territorio; aunque también puede ser intangible -como por ejemplo, la "Patria", la "Nación", o la "Verdadera Religión") eligen -para esa tarea.
O sea, que para la Economía de la Violencia, todo arranca en la existencia de un "algo", un "activo", que unos actores -los rivales o contendientes- desean y valoran de modo más o menos similar y que cada uno de ellos quiere apropiárselo o quedárselo en su totalidad. Y el problema está en que, en determinadas situaciones, no encuentran otro método mejor para repartírselo que el "acudir a las manos", o mejor "a las armas", lo que convierte ese "reparto" de ser un "juego de suma cero" (un reparto en que si uno se lleva más de ese "algo", otro u otros se llevan menos) en un "juego de suma menor que cero" (un reparto en que todos colectivamente pierden).
La guerra, el uso de la violencia, es por tanto algo muy simple: surge cuando al menos uno de los rivales o contendientes encuentra que la violencia es para él un medio racional , o sea, que le merece la pena en el sentido de que le compensa los costes de usarla, para hacerse con una parte mayor del activo en disputa de la que le tocaría en un reparto pacífico. Así de sencillo. Me interesa recalcar que ha de quede claro de salida que la guerra, desde el punto de vista agregado, es un mecanismo ineficiente para resolver una disputa distributiva, es decir, que la guerra es colectivamente irracional o ineficiente, pues es extremadamente destructiva o costosa en términos del capital físico y humano que TODOS los contendientes que participan en ella destrozan.
Pero, a pesar de ser un absurdo colectivo, la guerra, sin embargo, acontece porque para alguno (o algunos) de los actores implicados en la disputa distributiva por un "algo" puede que sea perfectamente racional. O sea, que desde el punto de vista individual, puede ser eficiente el que los rivales usen de la violencia como medio para aumentar la parte de lo que pueden llevarse de lo que está en disputa,. La guerra, el uso de la violencia es racional instrumentalmente desde el punto de vista de cada uno de los actores implicados si cada uno estima o calcula que el hacerla compensa en un cálculo de coste-beneficio, es decir, si cada uno cree que las ganancias esperadas superan a los costes esperados. Dicho de otro modo, para la Economía de la Violencia, la guerra es una opción, una elección en situación de incertidumbre.
Pero, ¿cómo es posible que para alguno o algunos de los contendientes el recurrir a la violencia en un reparto compense a los costes que van a sufrir si se deciden por usar de la violencia. Pues bien, el uso de la violencia o de la guerra es racional, desde el punto de vista de cada uno de los actores implicados, si:
A) No hay información perfecta y completa para todos de los objetivos y fuerzas de cada uno de los contendientes. Está claro, muy frecuentemente los rivales en cualquier conflicto distributivo "van a la guerra" porque infravaloran la fuerza del o de los adversarios y sobrevaloran la suya propia.
B) Hay "problemas de compromiso". O sea, cada rival duda de que el otro se atenga a la paz. Ninguno se fía de ninguno de los demás. Estos "problemas de compromiso" pueden adoptar tres formas. El primero es el que da origen a lo que se llama "guerra preventiva", y modernamente se le llama "la Trampa de Tucídides" ya que responde a aquella situación en que un actor va a la guerra, no por ninguna ganancia inmediata, sino por miedo a que, de no hacerlo, el rival en el futuro desequilibre la situación presente a su favor. El segundo tipo de problemas de "compromiso", se conoce como la "guerra anticipada" ("pre-emptive war"), y caracteriza a aquellas situaciones en que "quien da primero da dos veces", es decir, aquellas situaciones en que la ventaja estratégica en un conflicto está en el lado de quien inicia las hostilidades, quien ataca primero. En esta situación, ningún acuerdo de paz es creíble o sostenible para ninguno de los contendientes. Y, finalmente, en tercer lugar, también cualquier actor ve como racional ir a la guerra cuando el activo en disputa es indivisible, es decir, cuando no hay manera de proceder a ningún reparto pacífico del mismo entre los contendientes porque sencillamente no es posible (recuérdese la guerra de Corea, la de Vietnam, la Guerra Civil española, o la Guerra de Secesión norteameicana, guerras que se dieron porque no era factible segregar a los contendientes en espacios -estados o países- separados).
Obsérvese que quedan fuera de estas "explicaciones" racionalistas de la guerra, cualquier tipo de consideraciones o motivaciones pasionales. Ya sea el odio, ya sea el honor, estas dos pasiones han llevado a la guerra, a la muerte y a la destrucción a incontables seres humanos. Cierto. Son -sin duda- estas pasiones causa de guerras, pero para los economistas son guerras "irracionales", carecen de sentido económico, no responden a ninguna lógica económica. O sea, una guerra generada por el odio o por "la honra" no sólo sería irracional desde el punto de vista agregado o colectivo, como lo son todas, sino que tampoco sería eficiente o rentable o racional desde un punto de vista individual. (Aunque -siempre para todo hay un pero- léase en este punto esta vieja entrada:https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428909-psicologia-economia-costes-irrecuperables )
Pues bien, teniendo en cuenta todo lo dicho, ¿qué tipo de guerra habría sido la que los EE.UU habrían llevado a cabo en los último 20 años en Afganistán? Obviamente, pasado el periodo de ira tras los atentados de septiembre de 2001, la guerra de Afganistán podría en principio ser una "guerra" explicada "racionalmente" por la indivisibilidad del "recurso" en disputa, cual era la definición del Estado afgano, y en consecuencia, del mismo país Afganistán. En efecto, lo que estaba en cuestión desde que los norteamericanos se vengaron de Al Qaeda y los talibanes (o sea, y concretamente, desde el mismo momento en que acabaron con la vida de Osama Bin Laden), la cuestión allí en disputa era la definición del Estado afgano: ¿iba a ser un estado más o menos occcidental o iba a ser un estado islámico? Cierto que, como se ha dicho, muchos al principio se apuntaron a la tesis de que lo que estaba realmente en juego eran los recursos mineros de Afganistán, pero -también como se ha dicho-conforme pasaron los años tal tesis se demostró incorrecta, con lo que para todo el mundo ha estado cada vez más claro que el problema "distributivo" es el que se acaba de decir: el de quíén se "quedaba" con el Estado afgano y cómo, en consecuencia, lo definía, organizaba y conformaba.
Y este podía ser -como lo fue efectivamente- un problema que podría engendrar racionalmente violencia, como se ha argumentado, pues a menos que se pudiesen alterar las fronteras y se creasen DOS países distintos en Afganistán, uno "occidental" y otro islámico, ( o sea a menos que se creasen dos "Afganistanes", como se hizo por ejemplo en Corea, lo cual a lo que parece es hoy geopolíticamente inviable) el problema de definición del estado afgano encaja dentro de lo que se acaban de llamar "problemas de compromiso" tipo 3 en la explicación racionalista de la guerra: es decir, que el estado afgano o era en su totalidad "occidental" o era en su totalidad talibán, o antioccidental, y en ese caso no hay otro medio de dirimir tal problema que la violencia. Como ha pasado tantas veces en la historia, si el problema es definir el estado, al final lo define quien gana en el campo de batalla en una guerra "intraestatal" o civil. Y en el caso de Afganistán ya sabemos quién ha acabado ganando.
Pero, sin darnos cuenta, hemos pasado por alto una cuestión previa y esencial, y es la de para que haya guerra ha de haber "actores" rivales o contendientes que valoren el "recurso" en disputa si no de forma idéntica si de forma similar. Y en el caso de Afganistán, cierto que, por una parte estaban los talibanes, pero por la otra parte, ¿quién estaba?
Veamos, en esa guerra por ese "recurso", los EE.UU. tomaron obviamente partido por aquella parte del pueblo afgano que quería y quiere una definición occidental del estado afgano. Y esa toma de posición por parte de los EE.UU. se ha manifestado a lo largo de estos últimos 20 años en soldados, dinero, médicos, maestros, etc., etc., recursos de todo tipo, hasta un total que puede ascender a más de un billón de dólares (sin contar el "valor" monetario de las vidas perdidas).
Pues bien, a nadie debería parecerle nada extraño que los norteamericanos se hayan planteado tras 20 largos años si ese esfuerzo, si esa ayuda, "merecía la pena". O sea, si era eficiente. Es decir, por fin se han planteado una cuestión que cualquier economista se habría planteado "de salida: la de si la parte del pueblo afgano, en cuyo nombre e interés ellos actuaban y combatían, valoraba una definición "occidental" del estado afgano por encima de lo que valoraban una definición "islámica" o talibán de ese mismo estado sus compatriotas que apoyan a los talibanes. Valor, por cierto, en el sentido que dan los economistas a esa palabra valor, es decir, como lo que se está dispuestos a pagar por algo ("willingness to pay for"), y, en este caso concreto, por la definición del estado afagano. Porque, recuérdese, en la perspectiva económica de la guerra, ésta ha de entenderse como una suerte de mecanismo que asigna un recurso disputado en función del valor que cada contendiente le dé, en función por tanto de lo que están dispuestos a pagar o sufrir en el campo de batalla. La guerra pues es un tipo de "subasta" de un activo -sea el que sea-, en donde tiene más probabilidades de ganar quien más lo valora, quien más "pone en ese sangriento asador" que son los campos de batalla.
Y la respuesta a esta cuestión en el caso afgano ha sido evidente. La mayoría de los afganos ha demostrado en la práctica que estaba contra una definición del estado afgano de tipo occidental, digan lo que digan los periodistas y tertuliano. Es decir, que el valor que los talibanes le daban a una definición islámica de Afganistán, lo que estaban dispuestos a pagar por ella, era superior al valor que los opuestos a los talibanes le daban a una definición no islámica del país. Y es que los talibanes, una vez que los norteamericanos anunciaron que no seguirían combatiendo, han vencido sin disparar un sólo tiro a sus rivales, los afganos "pro-occidentales", pese a que estos tenían todas las armas y toda la ayuda financiara de Occidente... salvo sus soldados.
Los hechos son tozudos, pero son hechos: los talibanes han ganado sin necesidad de enfrentarse violentamente a OTROS afganos. Piénsese un momento en ello. No ha habido afganos que les hayan plantado cara a los talibanes. La implicación es obvia: los talibanes y sus defensores son, en Afganistñán, la mayoría de la población, y , en consecuencia, valoran colectivamente más una definición talibán de su estado (como un emirato islámico) que una definición occidental. Estaban dispuestos a pagar más por ello, incluso con sus propias vidas. Dicho de otra manera, para los Estados Unidos, la guerra en Afganistán era un auténtico despropósito, una irracionalidad, pues en términos relativos eran pocos, poquísimos, los afganos realmente dispuestos a pelear por esa definición occidental del Estado Afgano, que era lo que los talibanes les disputaban.
(Y, por cierto, no puedo sino señalar una vez más la completa incapacidad de todos los políticos y periodistas españoles de los que tengo noticia para siquiera pretender objetividad. He oído y leído frases como "España no tiene que olvidar Afganistán o abandonar a los afganos" en boca de todos ellos. Pero, ¿de qué Afganistán están hablando? De uno imaginario, eso está claro, porque ¿es que acaso los talibanes y sus partidarios no son afganos?)
Así que, desde el punto de vista de la Economía de la Violencia, los EE.UU. han hecho lo más eficiente: irse de donde no eran queridos, de donde eran combatidos como invasores por la mayoría de la población. Han hecho, también lo correcto, cual ha sido llevarse con ellos a aquellos afganos que, aunque no se hayan opuesto a los talibanes con armas, han sido sus colaboradores. Pero lo que carece de sentido son las llamadas a los comportamientos irracionales, al "honor", a la "honra", por parte de todos aquellos que preferirían que los EE.UU siguieran allí, matando y siendo matados, disputando una guerra irracional en un país que, los hechos lo han demostrado, mayoritariamente no los quiere. Eso, por cierto, sí que sería imperialismo. ¡Vaya paradoja!