FERNANDO ESTEVE MORA
Más que mucho es casi infinito el tiempo que la gente pasa debatiendo la cuestión de la eficiencia o productividad diferencial de los trabajadores del sector privado y del público. Y no, no hay conclusión válida de modo general, lo cual es lo esperable dado que, en la inmensa mayoría de esas encendidas discusiones, las gentes opinan/razonan a partir de sus muy particulares malas experiencias personales con trabajadores de uno u otro sector, lo cual como es lógico no tiene el menor valor general.
A favor de la eficiencia diferencial de los trabajadores del sector privado sobre los del público está la capacidad disciplinante de los mercados. Está claro que si los trabajadores de una empresa no son lo suficientemente buenos y diligentes, las ventas de la empresa no tardarán en resentirse por lo que o bien se "ponen las piias" o bien sus jefes les pondrán de patitas en la calle. En consecuencia, los "curritos" del sector privado han de motivarse, tratar de hacer las cosas bien, ser en suma productivos si no quieren acabar en el paro.
Por contra, los trabajadores del sector público, resguardados de los vientos de la competencia, se pueden permitir incurrir en todos los defectos del comportamiento burocrático, o sea, ser ineficientes, perezosos, displicentes con sus "clientes", etc. O sea, ser (relativamente) improductivos.
Sin embargo, las cosas no están tan claras cuando se tienen en cuenta tres hechos. Primero, el que existen muchísimas empresas privadas que están muy bien resguardadas de la competencia, de modo que no sufren penalización en sus mercados cuando sus trabajadores son -dentro de unos límites amplios- perezosos, ineficaces y displicentes. Incluso para las empresas que operan en entornos competitivos, si el desempleo es bajo, tampoco el acabar en él actúa como "coco" para disuadir el comportamiento ineficiente de sus trabajadores.Segundo, las asimetrías informacionales. Es decir las consecuencias asociadas a que los trabajadores de una empresa privada saben normalmente mucho más de lo que ofrecen o venden de lo que saben sus clientes, por lo que tienen el incentivo de "engañarles" si eso les reporta algún tipo de "beneficio". Y, tercero, las consecuencias de la maximización de beneficios, de la búsqueda de ganancias pecuniarias que incentiva a las empresas a disminuir sus gastos en la medida de lo posible, incluso los gastos que redundan en ventajas para sus clientes.
Los trabajadores del sector público, por el contrario, no tienen ningún incentivo en "tangar" a sus clientes pues no ganan nada con ello. Sus protocolos de actuación están claramente definidos y lo único que hacen es ajustarse a ellos. Sí, ésa es la ventaja de la burocracia: que uno sabe siempre a qué atenerse. Además, dado que en el sector público las empresas y administraciones públicas no tienen por objetivo maximizar beneficios, no tienen tampoco incentivos en reducir los gastos y costes que redundan en ventajas para los usuarios de sus servicios.
El debate, pues, está servido, pues la casuística es infinita. Por supuesto que sí hay funcionarios burócratas que no dan palo al agua, pero también hay trabajadores que tampoco dan palo al agua en las grandes empresas del sector privado. ¿O es que la gente está contenta con el trato que recibe de los bancos, compañías de seguros, empresas de telecomunicaciones y de energía, etc., etc.? Y ¿qué decir de los fraudes y estafas que tan frecuentemente padecen los consumidores de empresas privadas como los talleres de automóviles, empresas de construcción y reformas, clínicas de todo tipo..? De igual manera, también es de sobra conocido cómo los servicios públicos (hospitalarios, educativos, etc.) a diferencia de los privados no escatiman en servicios complementarios a los principales, lo que redunda en que los usuarios se sientan mejor tratados.No hay, pues, conclusión de validez general a la cuestión de la eficiencia relativa de los trabajadores del sector privado y del público.
Pero curiosamente en lo que existe una increíble unanimidad entre las gentes es en considerar a los trabajadores del llamado sector cuaternario, el de las instituciones sin ánimo de lucro: las ONG, para entendernos, como los mejores. Sin la menor duda. A lo que parece, en el imaginario colectivo anida la curiosa idea de que los trabajadores de las ONG recogen lo mejor de los "otros" dos mundos, del sector privado y del sector público, pues serían trabajadores muy motivados, como los del sector privado, pero no por la "pela" sino por vocación, por la vocación de servir a los demás por la cara, sin ánimo de lucro. Serían por ello, por un lado, muy eficaces por motivadoss, a diferencia de los trabajadores del sector público, pero, a diferencia de los trabajadores del sector privado, por no ser egoístas persiguiendo su propio interés sino el interés social, no se plantearían el sacar partido personal de sus "clientes" o patrocinadores, o sea, la gente que dona dinero y otros recursos altruistamente a sus organizaciones.
Pues bien. Esa idea es, por lo general, una tontería. Más que resumir lo mejor de los sectores público y privado, puede argumentarse que en las oenegés se recoge demasiado frecuentemente lo peor de ambos mundos económicos. Por un lado, y como pasa con los trabajadores del sector público, están al margen de la competencia, pero, a diferencia de lo que sucede en el sector público, carecen del control del aparato burocrático que les imponga unos protocolos de actuación y controle de modo transparente su remuneración . En suma que pueden comportarse como quieran sin que nadie les controle, pues, a diferencia de lo que les sucede a los trabajadores del sector privado, no hay competencia de precios en el "mercado" de las oenegés, o sea, que la competencia no actúa como mecanismo disciplinante para los comportamientos discrecionales de los trabajadores del sector no-lucrativo. Lo dicho, desde un punto de vista económico, el mundo de las oenegés es un mundo sin control.
El problema está en que a los trabajadores el sector no-lucrativo se les supone de salida, (como antes se suponía el valor a los reclutas en la mili obligatoria) que son moralmente buenos, ya sea por razones religiosas (como los que trabajan para Caritas y otras oenegés religiosas) o "laicas" (como los que trabajan para Greenpeace, WWF, o para defender los derechos de los indios mapuches, da igual). Todo el mundo da por supuesto que su motivación es altruista. Y esa presunción de moralidad lleva, adicionalmente, a los clientes de estas oenegés a no controlar/vigilar si en la realidad estas buenas personas son o no son también buenos trabajadores.
A esto se suma el que el comportamiento de los "clientes"/patrocinadores de estas organizaciones es, desde un punto de vista económico algo peculiar. Y es que más que buscar la eficiencia en el uso que las oenegés hacen de sus voluntarias contribuciones, lo que buscan es satisfacer su propia bondad y la necesidad de señalizarla.
Y esto les lleva, por un lado, a un comportamiento ineficiente como patrocinadores. Así, es raro que los "clientes" de la oenegés evalúen la efectividad diferencial de las distintas oenegés a la hora de hacer sus aportaciones(1), sino que las reparten olvidando las economías de escala que obligaría en persecución de la eficiencia a concentrar las aportaciones en pocas oenegés más bien, sino que además ese reparto o distribución de las donaciones lo hacen siguiendo procedimientos que nada tienen de racional (por ejemplo, repartiendo igualmente entre varias la cantidad de dinero que se desea donar en vez de concentrarse en una de ellas (2)).
El comportamiento económicamente irracional de los patrocinadores les lleva a despreocuparse acerca del uso real que las oenegés hacen de sus dineros. Sencillamente, como de lo que se trata para los patrocinadores es de ser y señalar a los demás que uno es bueno ello se cumple sencillamente "dando" dinero. Lo que la ONG haga realmente con ese dinero no importa para esa función señalizadora de la propia bondad. Además, que seguro que lo usará bien, dado que son "buena" gente.
El resultado de todo ello es que los trabajadores del sector no lucrativo tienen todos los incentivos para ser malos trabajadores por muy buenos que sean como personas, por muy preocupados que estén por la salud de la Tierra o la de sus más pobres habitantes. Es decir, tienen todos los incentivos (y también, la auto-justificación moral) para ponerse unos sueldos muy elevados por hacer muy poco. No es por ello nada extraño que las oenegés se indignen cuando se les solicita que saquen a la luz sus cuentas. No sólo se indignan ante ello como si eso, tan común y natural, pusiese en duda su moralidad ("pero ¿cómo alguien puede dudar de su bondad?"), sino que incluso lo consideran una ofensa, pues una oenegé no debe usar algo (la contabilidad de costes) que usan las empresas que buscan beneficios. En suma, una hipocresía infinita.
NOTAS:
(1) Existe una organización creada por dos economistas, Holden Karnofsky y Elie Hassenthal, que tras trabajar como asesores de inversión, intentaron analizar el mundo de las oenegés con un criterio de eficacia o rentabilidad social semejante en cierto modo al que guiaba en sus asesorías privadas a sus para elaborar un ranking de oenegés dedicadas a ayudar a seres humanos que guiara a los donantes de forma que pudiesen orientar de la forma más efectiva posible sus donaciones altruistas. Esta organización, "GiveWell", creada en 2007, elabora así una lista de las mejores oenegés de ayuda humanitaria donde los ciudadanos norteamericanos pudiesen "donar/invertir" eficientemente. Para 2015, la organización de ayuda humanitaria era "The Against Malaria Foundation" que se dedica a una activad tan poco glamorosa como distribuir mosquiteras en el África Subsahariana. En segundo lugar viene "GiveDirectly", que hace algo tan para muchos cuestionable como distribuir dinero de modo directo a la gente necesitada sin condiciones, . Y, en tercer lugar, estaba "The Schistomiasis Control Initiative", que ayuda a tratar a las personas infectadas por este parásito. Ciertamente no son ni mucho menos las onegés más populares, ¿no?
(2) En tanto que la diversificación de las inversiones es una buena política en el mundo económico pra resguardarse respecto a al riesgo y la incertidumbre, no lo es en el sector de la ayuda, pues ahí no hay ningún riesgo
Más que mucho es casi infinito el tiempo que la gente pasa debatiendo la cuestión de la eficiencia o productividad diferencial de los trabajadores del sector privado y del público. Y no, no hay conclusión válida de modo general, lo cual es lo esperable dado que, en la inmensa mayoría de esas encendidas discusiones, las gentes opinan/razonan a partir de sus muy particulares malas experiencias personales con trabajadores de uno u otro sector, lo cual como es lógico no tiene el menor valor general.
A favor de la eficiencia diferencial de los trabajadores del sector privado sobre los del público está la capacidad disciplinante de los mercados. Está claro que si los trabajadores de una empresa no son lo suficientemente buenos y diligentes, las ventas de la empresa no tardarán en resentirse por lo que o bien se "ponen las piias" o bien sus jefes les pondrán de patitas en la calle. En consecuencia, los "curritos" del sector privado han de motivarse, tratar de hacer las cosas bien, ser en suma productivos si no quieren acabar en el paro.
Por contra, los trabajadores del sector público, resguardados de los vientos de la competencia, se pueden permitir incurrir en todos los defectos del comportamiento burocrático, o sea, ser ineficientes, perezosos, displicentes con sus "clientes", etc. O sea, ser (relativamente) improductivos.
Sin embargo, las cosas no están tan claras cuando se tienen en cuenta tres hechos. Primero, el que existen muchísimas empresas privadas que están muy bien resguardadas de la competencia, de modo que no sufren penalización en sus mercados cuando sus trabajadores son -dentro de unos límites amplios- perezosos, ineficaces y displicentes. Incluso para las empresas que operan en entornos competitivos, si el desempleo es bajo, tampoco el acabar en él actúa como "coco" para disuadir el comportamiento ineficiente de sus trabajadores.Segundo, las asimetrías informacionales. Es decir las consecuencias asociadas a que los trabajadores de una empresa privada saben normalmente mucho más de lo que ofrecen o venden de lo que saben sus clientes, por lo que tienen el incentivo de "engañarles" si eso les reporta algún tipo de "beneficio". Y, tercero, las consecuencias de la maximización de beneficios, de la búsqueda de ganancias pecuniarias que incentiva a las empresas a disminuir sus gastos en la medida de lo posible, incluso los gastos que redundan en ventajas para sus clientes.
Los trabajadores del sector público, por el contrario, no tienen ningún incentivo en "tangar" a sus clientes pues no ganan nada con ello. Sus protocolos de actuación están claramente definidos y lo único que hacen es ajustarse a ellos. Sí, ésa es la ventaja de la burocracia: que uno sabe siempre a qué atenerse. Además, dado que en el sector público las empresas y administraciones públicas no tienen por objetivo maximizar beneficios, no tienen tampoco incentivos en reducir los gastos y costes que redundan en ventajas para los usuarios de sus servicios.
El debate, pues, está servido, pues la casuística es infinita. Por supuesto que sí hay funcionarios burócratas que no dan palo al agua, pero también hay trabajadores que tampoco dan palo al agua en las grandes empresas del sector privado. ¿O es que la gente está contenta con el trato que recibe de los bancos, compañías de seguros, empresas de telecomunicaciones y de energía, etc., etc.? Y ¿qué decir de los fraudes y estafas que tan frecuentemente padecen los consumidores de empresas privadas como los talleres de automóviles, empresas de construcción y reformas, clínicas de todo tipo..? De igual manera, también es de sobra conocido cómo los servicios públicos (hospitalarios, educativos, etc.) a diferencia de los privados no escatiman en servicios complementarios a los principales, lo que redunda en que los usuarios se sientan mejor tratados.No hay, pues, conclusión de validez general a la cuestión de la eficiencia relativa de los trabajadores del sector privado y del público.
Pero curiosamente en lo que existe una increíble unanimidad entre las gentes es en considerar a los trabajadores del llamado sector cuaternario, el de las instituciones sin ánimo de lucro: las ONG, para entendernos, como los mejores. Sin la menor duda. A lo que parece, en el imaginario colectivo anida la curiosa idea de que los trabajadores de las ONG recogen lo mejor de los "otros" dos mundos, del sector privado y del sector público, pues serían trabajadores muy motivados, como los del sector privado, pero no por la "pela" sino por vocación, por la vocación de servir a los demás por la cara, sin ánimo de lucro. Serían por ello, por un lado, muy eficaces por motivadoss, a diferencia de los trabajadores del sector público, pero, a diferencia de los trabajadores del sector privado, por no ser egoístas persiguiendo su propio interés sino el interés social, no se plantearían el sacar partido personal de sus "clientes" o patrocinadores, o sea, la gente que dona dinero y otros recursos altruistamente a sus organizaciones.
Pues bien. Esa idea es, por lo general, una tontería. Más que resumir lo mejor de los sectores público y privado, puede argumentarse que en las oenegés se recoge demasiado frecuentemente lo peor de ambos mundos económicos. Por un lado, y como pasa con los trabajadores del sector público, están al margen de la competencia, pero, a diferencia de lo que sucede en el sector público, carecen del control del aparato burocrático que les imponga unos protocolos de actuación y controle de modo transparente su remuneración . En suma que pueden comportarse como quieran sin que nadie les controle, pues, a diferencia de lo que les sucede a los trabajadores del sector privado, no hay competencia de precios en el "mercado" de las oenegés, o sea, que la competencia no actúa como mecanismo disciplinante para los comportamientos discrecionales de los trabajadores del sector no-lucrativo. Lo dicho, desde un punto de vista económico, el mundo de las oenegés es un mundo sin control.
El problema está en que a los trabajadores el sector no-lucrativo se les supone de salida, (como antes se suponía el valor a los reclutas en la mili obligatoria) que son moralmente buenos, ya sea por razones religiosas (como los que trabajan para Caritas y otras oenegés religiosas) o "laicas" (como los que trabajan para Greenpeace, WWF, o para defender los derechos de los indios mapuches, da igual). Todo el mundo da por supuesto que su motivación es altruista. Y esa presunción de moralidad lleva, adicionalmente, a los clientes de estas oenegés a no controlar/vigilar si en la realidad estas buenas personas son o no son también buenos trabajadores.
A esto se suma el que el comportamiento de los "clientes"/patrocinadores de estas organizaciones es, desde un punto de vista económico algo peculiar. Y es que más que buscar la eficiencia en el uso que las oenegés hacen de sus voluntarias contribuciones, lo que buscan es satisfacer su propia bondad y la necesidad de señalizarla.
Y esto les lleva, por un lado, a un comportamiento ineficiente como patrocinadores. Así, es raro que los "clientes" de la oenegés evalúen la efectividad diferencial de las distintas oenegés a la hora de hacer sus aportaciones(1), sino que las reparten olvidando las economías de escala que obligaría en persecución de la eficiencia a concentrar las aportaciones en pocas oenegés más bien, sino que además ese reparto o distribución de las donaciones lo hacen siguiendo procedimientos que nada tienen de racional (por ejemplo, repartiendo igualmente entre varias la cantidad de dinero que se desea donar en vez de concentrarse en una de ellas (2)).
El comportamiento económicamente irracional de los patrocinadores les lleva a despreocuparse acerca del uso real que las oenegés hacen de sus dineros. Sencillamente, como de lo que se trata para los patrocinadores es de ser y señalar a los demás que uno es bueno ello se cumple sencillamente "dando" dinero. Lo que la ONG haga realmente con ese dinero no importa para esa función señalizadora de la propia bondad. Además, que seguro que lo usará bien, dado que son "buena" gente.
El resultado de todo ello es que los trabajadores del sector no lucrativo tienen todos los incentivos para ser malos trabajadores por muy buenos que sean como personas, por muy preocupados que estén por la salud de la Tierra o la de sus más pobres habitantes. Es decir, tienen todos los incentivos (y también, la auto-justificación moral) para ponerse unos sueldos muy elevados por hacer muy poco. No es por ello nada extraño que las oenegés se indignen cuando se les solicita que saquen a la luz sus cuentas. No sólo se indignan ante ello como si eso, tan común y natural, pusiese en duda su moralidad ("pero ¿cómo alguien puede dudar de su bondad?"), sino que incluso lo consideran una ofensa, pues una oenegé no debe usar algo (la contabilidad de costes) que usan las empresas que buscan beneficios. En suma, una hipocresía infinita.
NOTAS:
(1) Existe una organización creada por dos economistas, Holden Karnofsky y Elie Hassenthal, que tras trabajar como asesores de inversión, intentaron analizar el mundo de las oenegés con un criterio de eficacia o rentabilidad social semejante en cierto modo al que guiaba en sus asesorías privadas a sus para elaborar un ranking de oenegés dedicadas a ayudar a seres humanos que guiara a los donantes de forma que pudiesen orientar de la forma más efectiva posible sus donaciones altruistas. Esta organización, "GiveWell", creada en 2007, elabora así una lista de las mejores oenegés de ayuda humanitaria donde los ciudadanos norteamericanos pudiesen "donar/invertir" eficientemente. Para 2015, la organización de ayuda humanitaria era "The Against Malaria Foundation" que se dedica a una activad tan poco glamorosa como distribuir mosquiteras en el África Subsahariana. En segundo lugar viene "GiveDirectly", que hace algo tan para muchos cuestionable como distribuir dinero de modo directo a la gente necesitada sin condiciones, . Y, en tercer lugar, estaba "The Schistomiasis Control Initiative", que ayuda a tratar a las personas infectadas por este parásito. Ciertamente no son ni mucho menos las onegés más populares, ¿no?
(2) En tanto que la diversificación de las inversiones es una buena política en el mundo económico pra resguardarse respecto a al riesgo y la incertidumbre, no lo es en el sector de la ayuda, pues ahí no hay ningún riesgo