FERNANDO ESTEVE MORA
Sin duda, la noticia de la semana ha sido el alza en 0,75% del tipo de interés de referencia del Banco Central Europeo (BCE) que lo ha llevado a situarse en un 1,25%. El BCE se suma así a la política de la FED y el Banco de Inglaterra de usar el "arma" de los tipos de interés para enfrentarse a la inflación, que se ha situado en el 9,1% en el mes de agosto para la eurozona.
El objetivo declarado de BCE es "poner la venda antes de la herida". Y la "herida" es la ESTANFLACIÓN. El miedo, el pánico más bien, del BCE es que se repita ahora lo que se dio en los años setenta con las crisis del petróleo de aquella época. Entonces, los ascensos en los pecios del petróleo y sus derivados, al repercutirse sobre el resto de los precios, generaron un ascenso generalizado en los precios, que acabó convirtiéndose en un proceso inflacionista conforme las expectativas de ascensos en los precios se incorporaron en las expectativas de los agentes en los mercados de trabajo dando lugar a una espiral precios-salarios. A la vez sucedió que esa inestabilidad se tradujo en un estancamiento económico. A ese fenómeno se le llamó ESTANFLACIÓN, la coexistencia simultánea de dos fenómenos que hasta entonces se pensaba que no podían darse a la vez: inflación y estancamiento económico. La recuperación de la estabilidad fue costosísima pues supuso un ajuste terrible en forma de reducción del gasto público y de ascensos brutales en los tipos de interés que llevaron al paro a millones de personas.
Está claro que los bancos centrales tienen miedo a que algo semejante se de hoy. Por el lado de la demanda, la financiación tanto de los gastos asociados a la pandemia como del apoyo al gobierno Ucraniano se ha hecho recurriendo, no a subidas de impuestos sino a emisión de dinero para que las gentes no se cuestionen el comportamiento de sus gobiernos y no desfallezcan en su apoyo a Ucrania, y eso es claramente una financiación inflacionista. Por el lado de la oferta, las disrupciones en las cadenas de suministros y los cuellos de botella asociados a la pandemia, así como los efectos de la sanciones contra Rusia, están generando un ascenso en los costes de producción.. En suma, que estaríamos hoy, en lo que respecta a las expectativas de inflación, en el peor de los mundos: cantidades crecientes de nuevo dinero de nueva "capacidad de compra" a la vez que no hay la posibilidad de satisfacerla, o sea, que crezca la producción o lo haga con costes medios o unitarios constantes. Inflación de demanda e inflación de costes simultáneamente. Lo dicho: el peor de los mundos inflacionarios posible.
¿El peor? No, todavía no. Pues aún, afortunadamente, la inflación no se ha incorporado en los mercados de trabajo como sucedió en los años setenta. Es decir, que son los trabajadores quienes de momento "están pagando el pato" de la pandemia y de la ayuda a Ucrania en términos de pérdidas de su poder adquisitivo en la medida que los salarios están creciendo muchísimo menos que la inflación. Pero cabe dudar de que esa actitud tan económicamente "cristiana" ("poniendo sistemáticamente la otra mejilla") o quizás masoquista pueda durar. Para evitar que llegue ese momento de que los trabajadores exijan compensaciones, y ello desencadene una espiral precios-salarios, los bancos centrales han decidido anticiparse de la única manera que saben hacerlo: buscando generar una recesión mediante la subida de los tipos de interés,, ojalá que suave, o sea un aumento "ligero" del desempleo que les haga pensarse dos veces a los trabajadores la estrategia a seguir en las negociaciones salariales.
A nadie debería ocultársele, sin embargo, que mientras la financiación de la diariamente multimillonaria ayuda al gobierno Ucraniano no sea mediante impuestos y mientras las sanciones a Rusia generen alzas en los precios de la energía y cuellos de botella en multitud de sectores, la inflación difícilmente se atenuará en la medida suficiente, por lo que al final, puede que acabemos padeciendo una nueva ESTANFLACIÓN solo que asociada esta vez no a una espiral salarios-precios sino por el comportamiento de los propios gobiernos.
Dicho de otro modo, caben serias dudas de que la solución terapéutica que han decidido adoptar los bancos centrales en la actualidad, la suave recesión, sirvan hoy en el actual contexto político de guerra económica de Occidente contra Rusia y de ayuda sin fondo al gobierno ucraniano "cueste lo que cueste". Y más aún si se tiene en cuenta de que hay, además, factores estructurales como el calentamiento global y sus efectos contraproductivos sobre multitud de sectores económicos que se superponen a los ya mentados de tipo coyuntural (financiación monetaria de los deficits, disrupciones en las cadenas de suministros, sanciones y contrasanciones por la guerra de Ucrania).
En suma, que, de momento, las expectativas para el futuro son negras, muy negras. Que es no posible sino probable el que la suave recesión como remedio por la que abogan los bancos centrales no sirva para nada; y que al final, el inevitable ajuste a la "nueva" situación se haga a través de una muy severa depresión económica.
Sin duda, la noticia de la semana ha sido el alza en 0,75% del tipo de interés de referencia del Banco Central Europeo (BCE) que lo ha llevado a situarse en un 1,25%. El BCE se suma así a la política de la FED y el Banco de Inglaterra de usar el "arma" de los tipos de interés para enfrentarse a la inflación, que se ha situado en el 9,1% en el mes de agosto para la eurozona.
El objetivo declarado de BCE es "poner la venda antes de la herida". Y la "herida" es la ESTANFLACIÓN. El miedo, el pánico más bien, del BCE es que se repita ahora lo que se dio en los años setenta con las crisis del petróleo de aquella época. Entonces, los ascensos en los pecios del petróleo y sus derivados, al repercutirse sobre el resto de los precios, generaron un ascenso generalizado en los precios, que acabó convirtiéndose en un proceso inflacionista conforme las expectativas de ascensos en los precios se incorporaron en las expectativas de los agentes en los mercados de trabajo dando lugar a una espiral precios-salarios. A la vez sucedió que esa inestabilidad se tradujo en un estancamiento económico. A ese fenómeno se le llamó ESTANFLACIÓN, la coexistencia simultánea de dos fenómenos que hasta entonces se pensaba que no podían darse a la vez: inflación y estancamiento económico. La recuperación de la estabilidad fue costosísima pues supuso un ajuste terrible en forma de reducción del gasto público y de ascensos brutales en los tipos de interés que llevaron al paro a millones de personas.
Está claro que los bancos centrales tienen miedo a que algo semejante se de hoy. Por el lado de la demanda, la financiación tanto de los gastos asociados a la pandemia como del apoyo al gobierno Ucraniano se ha hecho recurriendo, no a subidas de impuestos sino a emisión de dinero para que las gentes no se cuestionen el comportamiento de sus gobiernos y no desfallezcan en su apoyo a Ucrania, y eso es claramente una financiación inflacionista. Por el lado de la oferta, las disrupciones en las cadenas de suministros y los cuellos de botella asociados a la pandemia, así como los efectos de la sanciones contra Rusia, están generando un ascenso en los costes de producción.. En suma, que estaríamos hoy, en lo que respecta a las expectativas de inflación, en el peor de los mundos: cantidades crecientes de nuevo dinero de nueva "capacidad de compra" a la vez que no hay la posibilidad de satisfacerla, o sea, que crezca la producción o lo haga con costes medios o unitarios constantes. Inflación de demanda e inflación de costes simultáneamente. Lo dicho: el peor de los mundos inflacionarios posible.
¿El peor? No, todavía no. Pues aún, afortunadamente, la inflación no se ha incorporado en los mercados de trabajo como sucedió en los años setenta. Es decir, que son los trabajadores quienes de momento "están pagando el pato" de la pandemia y de la ayuda a Ucrania en términos de pérdidas de su poder adquisitivo en la medida que los salarios están creciendo muchísimo menos que la inflación. Pero cabe dudar de que esa actitud tan económicamente "cristiana" ("poniendo sistemáticamente la otra mejilla") o quizás masoquista pueda durar. Para evitar que llegue ese momento de que los trabajadores exijan compensaciones, y ello desencadene una espiral precios-salarios, los bancos centrales han decidido anticiparse de la única manera que saben hacerlo: buscando generar una recesión mediante la subida de los tipos de interés,, ojalá que suave, o sea un aumento "ligero" del desempleo que les haga pensarse dos veces a los trabajadores la estrategia a seguir en las negociaciones salariales.
A nadie debería ocultársele, sin embargo, que mientras la financiación de la diariamente multimillonaria ayuda al gobierno Ucraniano no sea mediante impuestos y mientras las sanciones a Rusia generen alzas en los precios de la energía y cuellos de botella en multitud de sectores, la inflación difícilmente se atenuará en la medida suficiente, por lo que al final, puede que acabemos padeciendo una nueva ESTANFLACIÓN solo que asociada esta vez no a una espiral salarios-precios sino por el comportamiento de los propios gobiernos.
Dicho de otro modo, caben serias dudas de que la solución terapéutica que han decidido adoptar los bancos centrales en la actualidad, la suave recesión, sirvan hoy en el actual contexto político de guerra económica de Occidente contra Rusia y de ayuda sin fondo al gobierno ucraniano "cueste lo que cueste". Y más aún si se tiene en cuenta de que hay, además, factores estructurales como el calentamiento global y sus efectos contraproductivos sobre multitud de sectores económicos que se superponen a los ya mentados de tipo coyuntural (financiación monetaria de los deficits, disrupciones en las cadenas de suministros, sanciones y contrasanciones por la guerra de Ucrania).
En suma, que, de momento, las expectativas para el futuro son negras, muy negras. Que es no posible sino probable el que la suave recesión como remedio por la que abogan los bancos centrales no sirva para nada; y que al final, el inevitable ajuste a la "nueva" situación se haga a través de una muy severa depresión económica.