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                                         FERNANDO ESTEVE MORA

La virtud que nadie le puede negar a Donald Trump que tenga es la de la sinceridad. Es más que posible que sea la única. Pero, hay que reconocerlo, en estos tiempos de lo "woke" y de la políticamente correcto,  o sea de la hipocresía convertida en virtud, eso es de ser sincero es de agradecer. Y es que, resulta difícil negar que en los últimos tiempos, el mundo de la política y de la comunicación atufa a "moralina". Doquiera que uno ponga la oreja aparece un periodista o un política evaluando los comportamientos de los demás con respecto a  los "más altos" criterios: la consecución o búsqueda de los denominados "bienes morales" como  la Libertad, la Justicia, la la Igualdad, el Progreso de la Humanidad, etc., etc., juzgando por ejemplo como buenos aquellos individuos  que son buenos moralmente hablando, aunque en la persecución de su bondad se olviden de los costes que ello conlleva, y aunque tras su "desinteresada" persecución de tan elevados principios se oculte la búsqueda de algún tipo de ganancias privadas y hasta personales ya adopten estas la forma de  riqueza o ingresos (dinero) o de status (prestigio y poder) . Por fuerza quienes no se dejan  impregnar el cerebro por tan dulzona moralina  han de reconocer la sinceridad exenta de de coartadas y justificaciones éticas o jurídicas  con la que Trump describe sus objetivos y explica y avala sus (veleidosos y hasta delirantes) comportamientos. Pero ¡qué sensación de limpieza y ligereza cuando se oye a un político poderoso dejarse de todas esas pesadas y empalagosas milongas del Derecho Internacional y demás metafísicas y atenerse a lo que desde Maquiavelo sabemos que es la real y eterna esencia de los desvelos de quienes están en el mundo de la política: la persecución del poder!

Donald Trump, en su oficio como Presidente de los Estados Unidos, lo tiene muy claro y es que su objetivo es el de que los Estados Unidos vuelvan a ser lo que lo era hace unas décadas, o sea, un poder imperial. No, no se trata de hacer "América grande de nuevo". Grande en términos absolutos pues "América" ya lo es. Y mucho. Y los datos demuestran que se ha hecho más grande en los últimos años, pues sus tasas de crecimiento económico han sido buenas o muy buenas durante la administración Biden.  No. El problema para Trump y buena parte de los estadounidenses es un problema que "América" está dejando de ser grande en términos relativos, en comparación con otros. Es decir, que los Estados Unidos están dejando de ser el poder hegemónico imperial que  había sido, poder que alcanzó su zenit cuando  colapsó de la Unión Soviética y luego colapsó aún más la Rusia que la sucedió, dirigida por aquel beodo de Boris Yeltsin guiado en la dirección de la transición del comunismo soviético al capitalismo por los amables y objetivos "consejos" de un grupo de economistas norteamericanos a los que sin la menor duda puede adosárseles todo lo que entonces está pasando en Europa, pues está claro que sin la debacle que causaron en Rusia, Putin no habría accedido al poder o si lo hubiera hecho no habría hecho lo que ha hecho..

Ahora bien, ¡cuán poco se le entiende a Trump incluso entre quiénes más debieran entenderlo: entre los economistas! Y es que los economistas de formación económica neoclásica (o sea, la inmensa mayoría) la noción de Imperio les viene intelectualmente muy grande. Maleados como lo están por años de formación académica en los asuntos internacionales centrados en el comercio internacional, nada entienden de relaciones de poder en la esfera internacional, lo que les hace ser singularmente cortitos a la hora de analizar cuestiones como, por ejemplo, las amenazas de aranceles que desde el primer momento Donald Trump no ha parado de proferir, y de llevar adelante en algunos casos,  caso de que los destinatarios no se hayan plegado a sus exigencias políticas o económicas. Dudo que haya hoy mismo en ninguna universidad no sólo española sino europea se imparta alguna  asignatura donde las obras dedicadas al análisis del poder y sus efectos en las relaciones económicas internacionales de autores como Lenin, Rosa Luxemburgo, Schumpeter o Hirschman sean estudiadas. Y sin ese estudio difícil es comprender lo que está pasando, su porqué y sus posibles resultados. No. Más que cursos de Economía Internacional, centrados en el estudio de modelos de comercio como el de Hershcher-Ohlin el de  Samuelson o el de Krugman entre una miríada de otros muchos, lo que sería imprescindible es estudiar Economía Imperial: la economía de los imperios y de su lógica.

Una lógica que, me trevo a decir, es dialéctica. Es decir, una lógica que descubre en el ascenso de un estado al rango de poder imperial en una zona geográfica lleva ya en su seno  las semillas de su posterior e inevitable hundimiento, como ha ocurrido siempre en la historia de todos los imperios.

Veamos cómo podría articularse un modelo simple de economía imperial. Inicialmente, en una primera fase y debido a una variedad de posibles causas, ya sean demográficas, ecológicas, tecnológicas o, incluso, ideológicas se tiene que un determinado grupo (tribu, nación, ...)  se ve "obligado" a expandirse "ocupando" otras zonas. Es la fase de ascenso o constitución del imperio, la fase expansiva en la que, quien se expande, el centro imperial traslada el exceso de sus recursos a otras zonas periféricas que devienen en sus "colonias"  que resultan así englobadas en su área o zona de influencia. La pertenencia a un imperio resulta económicamente beneficioso tanto para el centro imperial como para las "colonias", en la medida que el imperio proporciona una serie de bienes públicos internacionales (una moneda común, seguridad y una legislación común) que disminuyen los costes de transacción, favoreciendo la división del trabajo internacional,  la expansión comercial y la especialización . A cambio de esta provisión de bienes públicos generales, el centro imperial recibe unos "tributos" bajo diversas formas según los imperios y las épocas que permiten a los miembros de ese centro disfrutar de unas condiciones de vida excepcionales o superiores a los del recto.

Pero, inevitablemente, la percepción de esos tributos  acaba pasando factura en forma de un debilitamiento sistemático y sistémico del centro económico, un debilitamiento progresivo económico, primero, político-militar, después, y finalmente también  cultural o ideológico. El centro del imperio pierde fuelle y fuerza en relación a su periferia,  y tarde o temprano en algún lugar de esa periferia aparecerá un aspirante a hegemón, un aspirante a sustituirle como centro de un muevo imperio.

Los Estados Unidos de América han sido el imperio de nuestros día, el imperio que sustituyó al anterior imperio hegemónico: el Británico. Si bien el inicio de su ascenso a ese status puede fecharse en la I Guerra Mundial, no fue hasta la II Guerra Mundial cuando alcanzó el reconocimiento definitivo. Ha sido el americano un imperio aparentemente diferente pues, formalmente, "ha guardado las formas" valga la redundancia y, consistentemente con la imagen ideológica que tenía de sí mismo, el Imperio Americano ha defendido la descolonización y  la formación de estados independientes si sus poblaciones así lo deseaban y el respeto al derecho internacional como guía en las relaciones internacionales Pero tras esa rimbombante fachada siempre ha sido evidente que los esa independencia política era de cartón piedra, como lo muestra el simple hecho de que los EE.UU. tienen unas 800 bases militares repartidas a los largo de todos los paises que forman parte de su área de influencia o de su área imperial.

¿Cómo ha podido mantener los EE.UU. la ficción de que no era un imperio sino tan sólo un primun inter pares sometido (aunque sólo lo haya sido relativamente) a las  reglas genéricas del derecho internacional y las normas de las instituciones internacionales  Pues, en mi opinión,  gracias al modo en que llegó al "trono" imperial. Un ascenso  que no requirió del poder coercitivo sino del poder económico (con la ayuda del poder ideológico o soft power). Y es que tras la II Guerra Mundial el nivel de devastación de todos sus posibles rivales era tan brutal, que todos ellos (Gran Bretaña y los retos de su imperio, Francia, Alemania y Japón) Y no sólo ellos, también el resto de Europa Occidental, el centro y el sur de América, las naciones emergentes en Africa y Asia  reconocieron que carecían de capacidad de comportamiento político autónomo so pena de caer en el marasmo económico con todas sus consecuencias, de modo que "voluntariamente" no les quedaba otra opción que plegarse voluntariamente -eso sí- a las exigencias de los EE.UU.

En la creación de este nuevo tipo de imperio de base económica y no política, un imperio implícito que no explícito, jugó un papel crucial los famosos acuerdos de Bretton Woods, acuerdos en los que la derrota del Plan de Keynes a favor del Plan Whyte  significó, aunque los académicos no se hayan dado cuenta hasta hace bien poco, que sl sistema de las relaciones económicas internacionales  no era una Economía Internacional como las que aparecen en los libros de texto sino una Economía Imperial, o sea, una economía donde un actor ("América") tenía unos privilegios exorbitantes (como bien señaló ya en 1963 quien con el tiempo llegaría a ser presidente de Francia, Giscard d'Esteign, por entonces ministro en el gobierno de Charles DeGaulle)  frente al resto de participantes en el sistema de relaciones económicas internacionales, privilegios extramercantiles que hacían absurdo cualquier análisis de la economía internacional que no los tuviese en cuenta, que supusiese en consecuencia el absurdo de que los EE.UU. era un país como los demás sólo que más grande económicamente, pero sujeto a las mismas reglas.

Y no. EE.UU. no era como los demás porque en su comportamiento EE.UU. no estaba sometido a las mismas reglas que los demás. Y no lo estaba no sólo porque era más grande económicamente que ellos sino fundamentalmente porque la moneda norteamericana era la divisa internacional, la moneda usada predominantemente como medio de transacción en las relaciones comerciales entre países y también como la moneda de reserva internacional, la moneda depósito de valor central a escala mundial.

Este hecho, el dólar norteamericano sea la moneda internacional permitió a los EE.UU. construir un imperio sin necesidad de recurrir al costosísimo procedimiento de invadir otros países, como ha sido lo habitual en la Historia. Sencillamente a los norteamericanos (individuos, empresas y gobierno) les bastaba comprar con dólares que nada les costaba producir los activos  de todo tipo (recursos naturales, edificios, industrias, bases militares, etc,) de otros países, encantados por cierto de obtener así los dólares que necesitaban para adquirir los bienes que su desastrosa situación económica tras la II Guerra Mundial les impedía producir y que sólo podían obtener en los Estados Unidos. Un periodista francés que estudió este proceso en los años sesenta del siglo pasado, Jean-Jacques Servan-Schreiber lo denominó el desafío americano.
 
Muchos creyeron que ese "desafío" acabaría cuando en 1971 el entonces presidente de los EE.UU. , Richard Nixon, suspendió la convertibilidad del dólar en oro a una tasa fijada (33 dólares por onza Troy) que en el sistema de Bretton Woods mantenía la ficción de que los EE.UU. no eran sino un país también más sujeto a una norma. Pero tras la suspensión de la convertibilidad y el fin del patrón dólar cambios-oro nada pasó. El dólar no se desplomó y ninguna moneda le ha plantado  cara en el sistema de relaciones económicas internacionales. Ni el marco o el yen antes, ni el euro o el yuan-renmimbi ahora son equiparables al dólar.

El papel central del dólar le permite a los EE.UU. comportarse económicamente como un imperio, sin otras constricciones que las que él mismo se antoje fijarse. La teoría económica que mejor se le adapta es la denominada Teoría Monetaria Moderna, la teoría de una economía que tiene soberanía monetaria real. Sencillamente, los EE.UU. pueden permitirse tener los déficits fiscales o exteriores que quieran porque sus deudas (bonos del Tesoro, obligaciones de las empresas, dólares emitidos por la Reserva Federal) siempre son admitidos por el resto del mundo a cambio de los bienes y servicios que suministran a Norteamérica. No, ciertamente no es pequeño el privilegio de que ha disfrutado y disfruta aún los EE.UU.

Pero, como ya he señalado, hay una segunda parte en un modelo dialéctico de economía imperial. La parte de decadencia del imperio. 
(continuará)  
 



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  1. #1
    04/03/25 09:05
    Un par de puntualizaciones. Los EEUU claro que ejercieron su poder coercitivo. 

    1) En primer lugar, fueron quienes realmente ganaron la II Guerra Mundial, con la URSS en segundo puesto. Sin los EEUU, Alemania habría caído varios años más tarde. Tal vez hubiera degenerado la cosa en una guerra entre la URSS y los países occidentales. Y ellos solitos  derrotaron totalmente y sin condiciones a Japón.

    2) Las dictaduras en toda Iberoamérica fueron promovidas durante un tiempo por los EEUU, salvo Cuba. Por ejemplo, el sanguinario Pinochet no hubiera podido acabar tan fácilmente con el insufrible comunista Allende sin el apoyo de los EEUU. "Es un hijo de puta, sí, pero es nuestro hijo de puta". (Pobres chilenos, disfrutando primero del comunismo y luego de una dictadura de derechas)

    3) Vietnam y Corea fueron intentos de usar la guerra como antaño, pero no les salió bien.

    Saludos.