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Hace dos días, muy temprano, estaba yo viendo los informativos de Telecinco (hay perversiones mayores) mientras desayunaba. Y, de pronto, tras la larga sección de "sucesos" que caracteriza a estos noticiarios (y que a los más viejos nos recuerda aquel periódico ya extinto especializado en esto de la miserable condición humana:  "El Caso"), y como para compensar tanto desastre y horror, saltó la noticia de una profesora gallega que se había encontrado por la calle un sobre con 6000 euros y lo había devuelto a su dueño tras llevarlo a la  comisaria de policia. Hasta aquí, lo normal -como dicen en Bilbao-, pero lo que me pareció no tan normal y merecedor de una más amplia reflexión, es la justificación que de su honesto comportamiento hacía esta buena señora de nombre Isabel. 

Como no fuí capaz de recuperar o encontrar la noticia en la página web de Telecinco tal y como la escuché, busqué por otros lugares y al final me la  encontré en las páginas de la Voz de Galicia (6/10/2011). En la entrevista que le hicieron para este periodico, la buena señora decía casi literalmente lo que yo había escuchado por televisión. Así que utilizaré esta entrevista en el periódico como hilo conductor de esta entrada.

El caso es que esta buena señora, a la hora de explicar/justificar su comportamiento hizo algo excepcional desde mi punto de vista en este tipo de sutuaciones: fue sincera. Veamos. Doña Isabel, la protagonista de esta historia, devolvió un dinero que se había encontrado por la calle. Nada especial, ¿no?. Hizo lo que cualquiera hubiera hecho, como señaló el abogado que había perdido el sobre con el dinero cuando lo recuperó. Pero lo que despertó mi "sentido arácnido" de economista fue que su decisión de entregar el dinero en comisaria no fue inmediato e impremeditado o guiado por un mandamiento moral sino fruto de una decisión calculada, de un análisis coste-beneficio. En efecto, Doña Isabel no justificó su decisión en términos de que "lo hice sin pensarlo" o de que  "eso es lo que hay que hacer"  o de que "así nos comportamos la gente honrada", como  es lo habitual que suceda en casos similares, "justificaciones" que desprenden un tufo de hipocresia que echa para atrás,  sino que su decisión respondió a un cálculo racional. Frente a la ventaja de quedarse los 6000 euros, estaba el coste de hacerlo, que en este caso y para esta buena señora estaba clarísimo: "Si me hubiese quedado el dinero, no dormiría".

Pero hay más. Doña Isabel tenía muy claro que su decisión no era una cuestión de principios, sino que dependía de un factor tan obvio como lo era la cantidad de dinero en cuestión. Así, dijo textualmente lo siguiente: "que lo había hecho porque era mucha la cantidad...que si se (hubiera) tratado de un billete de 20 euros "seguramente" se lo hubiese quedado, porque consideraba que a nadie iba a causar especial trauma. Pero que 6000 euros era mucho ". Antes de seguir, y para que quede claro que en absoluto estoy cuestionando la moralidad o la honestidad de Doña Isabel, subrayo que yo habría hecho exactamente lo mismo...y aún más. O sea, que si me llego a encontrar con un sobre con 40 o 60 euros, seguro que me los hubiese quedado. Pero lo que plantea el comportamiento de Doña Isabel es una cuestión más sutil, la de cómo varía la relación coste-beneficio del dinero encontrado en la calle (si no hay otro coste adicional al psicológico, al de "sentirse mal" y no dormir bien).

Dicho de otra manera, si convenimos en que no devolveríamos un billete de 20 euros, ¿cual sería la cifra a partir de la cual el coste psicológico -el no dormir a gusto- llevaría a que nos acercáramos en comisaria? ¿100 euros, 600, 1000 o más? Para Doña Isabel, 6000 euros era una cantidad ya excesiva en que, resultaba obvio que el coste de quedarse el dinero superaba al beneficio de hacerlo. Pero está claro que esa cifra dependería en cada caso de la persona en concreto que se enfrentase a esta tesitura. Doña Isabel, nos informa el periódico, no le sobra el dinero, pero tampoco le falta. Es por ello por lo que todos los que más o menos vagamente podemos decir lo mismo a la hora de referirnos a nuestra situación económica sentimos que nuestro comportamiento sería muy similar al suyo. Pero, estoy seguro que si el sobre con los 6.000 euros hubiese caído en manos de alguien con más necesidades económicas (por ejemplo, un parado sin seguro y escasa perspectivas de empleo), su comportamiento hubiese sido distinto. Dicho de otro modo, el umbral a partir del cual una persona alteraría su comportamiento y empezaría a devolver el dinero sería más elevado conformel valor del dinero adicional fuese superior para ella debido a sus mayores necesidades. De igual manera, si el coste psicológico fuera menor (si Doña Isabel no tuviese "problemas de sueño") también ese umbral sería más alto.

Ahora bien, y a pesar de este análisis economicista, hay que señalar que cuando Doña Isabel, yo mismo o cualquiera así procedemos, nos estamos comportando de forma completamente opuesta a como predice el modelo estándar del análisis económico: el modelo del homo oeconomicus. Un auténtico homo oeconomicus lo hubiera tenido muy claro desde el comienzo: se habría quedado con "la pasta" fuera cual fuese la cantidad hallada...y se habría quedado tan campante; e incluso puede apuntarse que la motivación para quedárse con el dinero  aumentaría conforme aumentase  el tamaño del sobre pues a más dinero, más necesidades a las que podría hacer frente. Y la razón es muy simple: un auténtico homo oeconomicus no tiene costes psicológicos como los de Doña Isabel pues nunca puede ponerse en lugar de los otros, en la piel de quien ha perdido el dinero. Como recalcó Doña Isabel, seis mil euros es mucho "y eso sí que puede hundir a alguien que lo esté pasando mal". Y esta frase tiene su enjundia ya que es lo que explica el coste psicológico que afrontaría Doña Isabel si se quedaba con el dinero: iba a dormir mal pensando en que el desconocido que lo hubiera perdido lo fuera a pasar mal, muy mal. 

Doña Isabel, con su frase, muestra que tiene empatía. Es esta la capacidad emocional que compartímos con muchos mamíferos a ponernos en el lugar del otro, a sentirnos afectados por lo que le pasa y a comportarnos de forma que su malestar se atenúe. Un homo oeconomicus carece de esa emoción pues, por definición, sólo se interesa  por él mismo. Puede interesarse por los demás, y actuar en consecuencia,  si así conviene a sus intereses propios (egoísmo ilustrado, se suele denominar a este comportamiento indirectamente "altruista"),  pero nada gana poniéndose mental o emocionalmente en el lugar del otro. Dejo para otra ocasión el tratar más abundantemente la cuestión que suscita el hecho de que los agentes que pueblan los modelos micro y macroeconómicos en los que se basan la mayoría de los "expertos" a la hora de aconsejar a los políticos en sus decisiones de politica económica sean todos homo oeconomicus. Son modelos inhumanos no en el sentido de inmorales, sino el de que quizás sólo valgan para esa concreta subespecie del género homo. 

La empatía que los seres humanos, que no son del género homo oeconomicus, sienten hacia los demás no es ilimitada o no condicionada. Está limitada por la posibilidad de ponerse en el lugar del otro, y ello depende de los diversos factores que afectan a la sensación de relación o conexión interpersonal con el otro. Conforme la lejanía debido a factores económicos, culturales o sociales sea mayor entre dos personas, menor será la capacidad de empatizar entre ellas.  En el caso que nos ocupa, ello se traduce para mí en el convencimiento que tengo de que la decisión de quedarse o devolver un dinero encontrado no es lineal, es decir, no sigue un patrón definido por la existencia de un umbral, una cantidad a partir de la cual Doña Isabel o cualquiera buscaríamos cómo reintegrar el dinero hallado a su propietario. Tengo para mí que habría una cantidad (¿10.000 euros, 60.000 euros, 600.000 euros,...?) a partir de la cual volveríamos a cambiar nuestro comportamiento, y nos quedaríamos con el dinero. Volveríamos a hacer exactamente lo mismo que habríamos hecho si la cifra encontrada fuese de 20 euros. Y creo que, junto con la capacidad de una cifra de esa magnitud para resolver de una tacada la mayor parte de nuestros problemas económicos,  la razón de esta reversión en nuestro comportamiento también se debería a que una cifra tan abultada sería para nosotros una señal de que quien hubiese perdido el sobre casi seguro que "ya no sería de los nuestros", ya no sería como nosotros en términos de su status socioeconómico, por lo que la conexión empática sería mucho más pequeña. Pregunto aquí a cualquiera de mis alumnos y otros improbables lectores, como diría Borges, ¿devolverías un sobre con 60, 100 o 300 mil euros que hubiese perdido en la calle un tipo como el señor Botín o Bill Gates? Quizás sí, si se piensa que estas personas "se merecen" sus ingentes riquezas. Pero, ¿y sí quien hubiese perdido ese sobre hubiese sido alguien que por azar, por jugar por ejemplo a La Primitiva,  hubiese ganado un millón de euros? 

Doña Isabel no es un homo oeconomicus. No lo es porque resulta patente que no le falta empatía: su preocupación y malestar ante el seguro daño que estaría sufriendo el desconocido que había perddo su dinero. Pero no lo es tampoco, porque es una mujer. Y es que está demostrado que la capacidad empática de las mujeres es muy superior a la de los hombres. Los hombres podemos empatizar con otros seres humanos al igual que las mujeres, excepto si los contemplamos como competidores reales o potenciales o si aquellos con los que pudiésemos empatizar pensamos que nos han tratado previamente injusta o inadecuadamente. En estos casos, nuestros cerebros -los de los hombres- respondemos antiempáticamente: nos alegramos del mal ajeno. ¿Explica este hecho comprobado con las modernas pruebas de resonancia magnética y TAC que las mujereses sean menos competitivas que los varones? Si así fuera, y dado que la empatía es la precondición para la confianza mutua, la base de lo que se conoce como capital social, ese lubricante social que junto a las otros tipos de capital: la educación y las máquinas, es la fuente del crecimiento económico, sin duda que sería deseable que cada vez fuesen más las mujeres que alcanzasen posiciones superiores en las jerarquías sociales. Ello redundaría sin duda en el bienestar conjunto pues uno de los problemas cada vez más acuciantes a los que se enfrentan las sociedades desarrolladas y modernas es a un deficit de empatía asociado a la dificultad de establecer lazos interpersonales continuados consecuencia de la creciente movilidad física y social que supone la economía moderna. 

 

 

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  1. #7
    17/10/11 11:46

    Joooooooderrr... sinceramente, me acabo de dar cuenta que soy la unica homo oeconomicus por aqui.

  2. Top 25
    #6
    12/10/11 20:30

    Muchas gracias por tus artículos, es un lujo leerte!!

  3. Top 100
    #5
    12/10/11 15:10

    El supuesto de que ganar dinero es lo que motiva al trabajo se basa en el concepto de que sin dinero la gente no se mueve. No habría software libre. Los adictos a los videojuegos creen que a todo el mundo le gusta jugar videojuegos. El juego del dinero es un videojuego, con la excepción de que los puntos se pueden canjear por cosas. Es evidente que doña Isabel no es una ludópata, y no sólo tiene empatía, sino que además tiene salud mental. Una persona con salud mental se alegra del bien ajeno, y no del mal ajeno.

  4. #4
    Madoz
    12/10/11 09:13

    http://www.youtube.com/watch?v=ETLqtJzKa2o

    El paradigma de competencia sin normas, se ha puesto en entredicho en esta crisis, porque los países en el 2009, tuvieron que limar diferencias para ceder parte de su egoísmo y se ha demostrado que si cada persona, de forma individual busca su beneficio, no necesariamente se consigue el mayor beneficio general, porque puede ser a costa, de otro, aunque es verdad que siendo realista cuando el número aumenta el acuerdo es más difícil.

    Como sustitución a la competencia sin normas, debemos acudir a la cooperación, para salvarnos nosotros mismos.

    Para una Economía que tenga en cuenta el factor humano o la prespectiva humanista, el problema es que la Empatía depende de haber vivido la misma experiencia y dificilmente nos podemos poner en el lugar de alguien, sino hemos vivido su situación (en el caso del mono es porque se veía a sí mismo, comiendo la nuez).

    Traduccion subtitulos en castellano
    http://www.youtube.com/watch?v=ETLqtJzKa2o

    Un saludo

  5. #3
    11/10/11 22:51

    estoy muy de acuerdo con lo que expones, y creo como tu que dependiendo del grado de necesidad personal el umbral de nuestra "honestidad" sera mas o menos alto.

    como dices no es lo mismo que el sobre de 6000 euros se lo encuentre un parado con varios hijos y al borde de la ruina a que se lo encuentre botin, que probablemente gana ese dinero en el tiempo que necesita para pararse, agacharse,recogerlo y ver que es.

    sobre lo que dices "¿Explica este hecho comprobado con las modernas pruebas de resonancia magnética y TAC que las mujereses sean menos competitivas que los varones?"

    mi opinion es que no solo no son menos competitvas que nosotros, sino todo lo contrario, simplemente ocurre que su competencia se produce en ambitos mas sutiles y sin violencia.

    un saludo.

  6. Joaquin Gaspar
    #2
    09/10/11 18:47