"Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: “¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!”, lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!.”
(Antoine de Saint-Exupéry-"El Principito").
El ser humano interacciona con el medio que le rodea de forma básicamente emocional. Alguien puede caernos bien o mal solo por cómo viste. Amamos un país entero, o lo odiamos, como si todos los miembros de ese país fueran igual. Podemos sentir algo más profundo por un objeto, como un coche o una moto, que por otra persona.
En todo momento estamos experimentando alguna emoción. Quizá no la notemos, no sepamos definirla o asegurar cuál es la emoción exacta que sentimos, pero el hecho es que nuestro día a día (nuestra supervivencia) está en mayor o menor grado influida por nuestras decisiones (que son enteramente emocionales).
Desde hace muchos años, su estudio ha sido objeto de distintas ciencias. Medicina, Psicología, Filosofía y algunas ciencias sociales se han encargado, cada uno desde su campo, de tratar de explicar por qué el comportamiento humano es emocional. Pero es especialmente durante los dos últimos siglos cuando ha cambiando la forma de entender las emociones en el pensamiento social y han pasado de ser algo malo, que debía ser evitado y reprimido por la fuerza de la razón a ser algo bueno, hasta el punto de dar nacimiento a nuevos conceptos como el de “inteligencia emocional” (frente al conocido cociente de inteligencia que mediría la “racional”).
Es evidente, por tanto, que con todos los estudios que existen y dado lo extenso del tema, los próximos post sobre emociones van a tener dos problemas:
El primero es de espacio. No puedo extenderme demasiado porque no quiero hacer el tema aburrido, así que muchas cosas las pasaré de largo y otras tantas no las mencionaré.
El segundo problema tiene ya más que ver con el método. No pretendo hacerles creer que todo lo que voy a plantear es correcto ni absolutamente fiable. No existe ninguna ciencia que sea exacta y cada avance contradice o corrobora los avances anteriores. De este modo las fuentes en las que me he informado son las que a mi particularmente más me han convencido o gustado. Esto no significa que sean las mejores ni que no haya otras. Significa que son las que, emocionalmente, más me han convencido.
Una vez claro lo anterior, estamos ya preparados para entrar en el mundo de las emociones. Por unos días olvidaremos el trading, los mercados y la bolsa. No os preocupéis, pronto volveremos a por ellos. Ahora es el momento de la teoría (Dar cera. Quitar cera).
Pronto llegará la práctica.
Y empezaré por el principio, por su definición. El término emoción proviene del latín emotio, -onis significa literalmente “el impulso que induce a la acción”. Las emociones son fenómenos físicos y psicológicos, innatos pero influidos por la experiencia, que aparecen como método eficaz de supervivencia. Son fenómenos muy complejos y probablemente podríamos encontrar una palabra diferente para expresar cada una de ellas que cada persona entendiera de manera diferente (por ejemplo, no es lo mismo la angustia para un gallego, que la entienden como generalmente en el resto de España como un estado de ansiedad cercano al miedo o la desesperación que para un murciano, que entenderá el término como una especie de mareo que hace nudo en la barriga y puede llegar a la naúsea).
Las emociones son un fenómeno físico en el sentido de que siempre van acompañadas de reacciones somáticas: cambios en la respiración, secreciones glandulares, cambios en la circulación, expresiones faciales, voz, actividad del SNA... Una vez generada la emoción, nuestro cuerpo se prepara para la acción de la forma más efectiva posible.
De forma tremendamente resumida y con palabras de andar por casa, los estímulos entran por nuestros ojos, enviados al tálamo y procesados por la amígdala y por la corteza cerebral. La amígdala da una respuesta inmediata y prepara rápidamente al cuerpo. La corteza cerebral sin embargo analiza el mensaje más lentamente y lo reenvía de nuevo a la amígdala.
La corteza cerebral por tanto puede ejercer una gran influencia para inhibir reacciones de tipo fisiológico. Es por ello que existen personas que parecen tener un autocontrol suficiente para no mostrar emociones. Eso no significa que no las sientan, sino que no las exteriorizan. Es por ello que pese a los esfuerzos de Keeler y su credibilidad en la cultura popular (y en ocasiones de organismos incluso públicos) su “máquina de la verdad” no tiene ninguna validez científica.
Por otro lado, las emociones son fenómenos psicológicos porque cambian la jerarquía normal de respuestas de las personas. Estas respuestas tienen una vertiente social muy importante. Así, desde un punto de vista conductual y como señala acertadamente Levenson, las emociones establecerán nuestra posición respecto al medio que nos rodea, haciéndonos más afines a personas, animales, objetos... y menos a otros.
Si las emociones existen, es porque como ya apuntó Darwin, son útiles para la supervivencia. En palabras de A. Sloman, la necesidad de enfrentarnos a un mundo cambiante y parcialmente impredecible exige métodos que distraigan nuestra atención. Las emociones influyen en nuestro estado de atención, pero no para distraernos, sino para hacer más caso a aquello que nuestro organismo considera más importante para la supervivencia. Decía Wukmir que las emociones son como un mecanismo que nos informa de si lo que experimentamos es negativo o positivo para así marcar pautas en nuestro cerebro para favorecer nuestra supervivencia. Con lo que no contaba este Psicólogo es con que como todo mecanismo perceptivo, las emociones nos pueden equivocar. Por ejemplo, la leyenda urbana especialmente extendida entre las mujeres de que siempre que se van de viaje tienen el período tiene una explicación puramente emocional. Si el viaje ha surgido al azar, la probabilidad de no tenerlo es siempre superior a la de tenerlo. Sin embargo, nuestra mente selecciona los recuerdos de acuerdo a las emociones, lo que crea la falsa sensación de que siempre tenemos esa mala suerte. Como he comentando en algún post, las emociones ayudan al cerebro a elegir qué recordar. Nuestra mente no está preparada para recordar el 100% de las cosas por lo que nuestra memoria debe seleccionar qué y que no recordar, de acuerdo a lo que ella piensa que es más necesario para nuestra supervivencia. Las emociones son muy importantes en este tipo de procesos. Trasladado al mundo del trading, muchas veces los recuerdos sobre la operativa anterior pueden jugarnos malas pasadas, si nos hacen afrontar el mercado con exceso o con falta de confianza. Con exceso de confianza, cuando por ejemplo recordamos una operación ganadora. Con defecto cuando las que recordamos son las perdedoras (momento en el que estamos expuestos a sufrir el efecto pigmalión, que comentaré más adelante). Los analistas que salen en medios de comunicación pueden jugar con esto (no tiene porque ser conscientemente) porque es raro que nadie vaya apuntando exactamente todo lo que dicen. Sin embargo, cuando dicen “como ya dije la semana pasada, tal título ha subido...” si el oyente escuchó al comentarista la semana anterior, lo recordará y le dará más valor que a los otros 25 que también recomendó pero bajaron, pero que el analista, lógicamente, para no tirar piedras contra su tejado no dirá que los falló. Ocurre también con analistas, o con nosotros mismos, cuando defendemos con pasión un lado del mercado. Imaginemos que tenemos una opinión de que el mercado va a subir con fuerza y lo defendemos a capa y espada, recomendando a todos nuestros conocidos que compren. El mercado sin embargo no para de caer, pero no queremos verlo y nos empeñamos “mejor ahora, que está más barato...”. Cuando el mercado ha pasado de 12.000 puntos a 7.000, seguimos defendiendo el rebote. Entonces empieza a subir hasta los 10.800 puntos. Nosotros diremos, ¿lo ves como había que comprar? Y nuestros amigos (o miles de oyentes) recordarán nuestra afirmación y no los precios que dijimos y nos tratarán como a un gurú. Cuando en realidad nos habremos arruinado, pues lo que importa en el mercado no suele ser a dónde, sino cuándo y cuánto.
Volviendo al tema de la separación entre emociones y razón, R. Adolphs insiste en que no es cierta. Señala en su defensa que cualquier mecanismo vivo de toma de decisiones necesita de la emoción para tomarla, incluso el más lógico. Esto se debe básicamente, como defiende P. Ekman, a que las emociones no es que no son perjudiciales para tomar decisiones, es que son fundamentales. Sin emociones seríamos incapaz de tomar decisiones de forma eficaz, pues la razón se pasaría siglos analizando riesgos, pros y contras. Resolvamos la siguiente duda, yo le ofrezco con un 99% de posibilidades darle 1.000 millones de euros pero con un 1% matarle. ¿Qué decide? La respuesta a esta pregunta es claramente emocional.
Un hecho curioso es que siempre que tomamos una decisión, nuestra primera reacción es de abatimiento por haber desechado otras opciones. Sin embargo, nuestra mente rápidamente exagera las cualidades de la decisión que hemos tomado y menosprecia las demás opciones. Nos ayuda a auto convencernos ver que otras personas también toman nuestra misma decisión. Extrapolado a la bolsa creo que no es necesario ejemplo... todos nos sentiremos identificados con esto. Es lo que se llama en psicología “el remordimiento del comprador”.
Y creo que para este post es suficiente. Volvemos la semana que viene con más emociones... ¡y aún más fuertes!