Un amigo nuestro se nos acerca y nos dice –he lanzado cuatro monedas no trucadas y tengo en esta hoja apuntados varios resultados, pero solo uno es el verdadero.- después nos mira fijamente y continúa -Me apuesto contigo una cena a que no lo adivinas. Nosotros aceptamos el juego. Entonces nos empieza a mostrar resultados.
El primero es ++++. No nos convence, no parece muy casual que salgan cuatro cruces seguidas. Pedimos el siguiente. Es cccc. Por la misma razón lo desechamos. El siguiente es ++cc, que tampoco parece muy casual, así como su gemelo cc++. Se ordenan de manera demasiado correcta. Las siguientes secuencias que nos presenta nuestro amigo c++c, +cc+ y c+c+, +c+c son también muy regulares. En las dos primeras demasiada simetría. En las dos segundas demasiado orden. Nuestro amigo sonríe. Nos propone +ccc, luego c+++, +++c y ccc+. Pero seguimos viendo orden. Primero una cara o una cruz suelta y luego tres repetidas ¡nuestro amigo nos quiere hacer el lío! Pero no caeremos en su trampa. No parecen resultados casuales. Nuestro amigo sin perder la sonrisa nos presenta c+cc,cc+c,+c++,++c+. Estamos un poco preocupados. Pensándolo bien, incluso estas secuencias tienen un orden: o solo hay una cara o solo una cruz, no parece casual... es raro. No nos decidimos. En este momento nuestro amigo se encoge de hombros y ríe. Ha ganado la apuesta: nos ha presentado todos los resultados posibles del lanzamiento de cuatro monedas.
Con este sencillo experimento, inteligentemente ideado por Matteo Motterlini en su excelente libro “trampas mentales”, podemos explicar con facilidad una de las trampas más peligrosas (por común) en la que solemos caer: la búsqueda de orden.
Lincoln fue elegido presidente de EEUU en 1860, su asesino nació en 1839 y su sucesor en la presidencia se llamaba Johnson. Kennedy fue elegido en 1960. Su asesino nació en 1939 y su sucesor en la presidencia también se llamaba Johnson. El Johnson de Lincoln nació en 1809. El de Kennedy en 1908. Hace poco leí en el periódico 20 minutos que en 1975, en Bermudas, un hombre murió atropellado por un taxi cuando iba en la moto. Exactamente un año después, su hermano murió también atropellado conduciendo la misma moto, en la misma calle y por el mismo taxista, que además llevaba el mismo pasajero del accidente anterior.
¿Existe una secuencia numérica en algún libro sagrado que nos diga el sentido de la vida, el universo y todo lo demás (aunque los que hayamos leído la guía del autoestopista galáctico sabemos que la respuesta a esa pregunta es 42)? La verdad es que no creo que exista, pero estoy seguro de que si nos ponemos a buscarla la podríamos encontrar en la Biblia, en el Mahabharata o en un libro de cocina de Karlos Arguiñano.
El ser humano está abrumado por la enorme cantidad de datos que recibe continuamente y necesita buscar un orden en ellos. Porque el orden es sencillo, nos hace gastar menos recursos, es menos costoso. El orden es simple. Sin embargo, por su culpa tenemos una fuerte tendencia a caer en lecturas “místicas” de la realidad: como muestra tenemos la enorme cantidad de teorías de ciclos aplicadas a los mercados: el ciclo de benner, los ciclos lunares de Wilson y el más conocido de todos: la teoría de elliott. Todos ellos funcionan misteriosamente bien... a posteriori.
Como he comentado otras veces, al ser humano le abruma la aleatoriedad del mundo en el que vive. Por suerte tenemos mecanismos de automatización y emociones que nos ayudan a no tener que estar parados eternamente, calculando cada una de las probabilidades que tenemos en cada opción que tomamos.
Esta trampa del orden está muy relacionada con otra muy interesante (por lo usada): la trampa de la correlación. Veámosla con algunos ejemplos.
Todos sabemos que existe una correlación entre fumar y el cáncer de pulmón, pero ¿sabíais que existe también una fuerte correlación entre los grandes consumidores de café y el cáncer de pulmón?
¿Puede el pulpo Paul ver el futuro o de verdad que escoja una u otra caja de mejillones influye en algo en los partidos de fútbol? Si hacemos un estudio encontraremos una fuerte correlación entre lo que diga el pulpo y lo que luego ocurre en el campo, por lo que si nos quedamos en el dato podemos afirmar que así es.
Lo que ocurre es que correlación no significa, de ninguna manera, causalidad. Puede haber relación de causa efecto y correlación o no. Una alta correlación sin causalidad puede deberse a la intervención de una tercera variable en la que no habíamos caído: por ejemplo en el caso del café y el cáncer de pulmón el hecho de que muchos grandes fumadores son también grandes consumidores de café. También puede deberse al efecto de pequeños números. Cuando el pulpo Paul haya analizado un millón de partidos, si no lo cocinan antes a la mugardesa, lo normal será que acierte el resultado de un 50% de ellos (y si no es así desde luego que me sorprendería).
En este sentido puede ser útil el llamado coeficiente de determinación (o r2) que trata de explicar que cantidad de la cifra de correlación se puede explicar como relación de causalidad.
Es importante también no sacar conclusiones precipitadas, del tipo de que como los consumidores de heroína normalmente han consumido antes marihuana, la mayoría de consumidores de marihuana terminarán en la heroína.
Lo más preocupante al final de todo este asunto es que al igual que nos creamos correlaciones falsas y planteamos nuestra vida en base a ellas (del estilo de “cuando llevo mis calzoncillos de la suerte ligo”, o la historia del pavo inductista de B. Russell) después no hacemos caso de las correlaciones que de verdad existen. No voy a poner como ejemplo el tabaco (seguimos fumando aunque sabemos que moriremos por ello) porque al fin y al cabo es una droga y tiene una psicología diferente, pero sí podemos poner como ejemplo los que lanzan el cigarrillo por la autovía (conociendo el alto riesgo de incendio) o lo que hablan por el móvil en el coche (sabiendo que existe un alto riesgo de accidente) o los motoristas sin casco...
En los mercados ocurre lo mismo. Buscamos correlaciones imposibles, fundamentadas en datos ordenados de forma equivocada pero después ignoramos signos claros de entrada y de salida en el mercado o avisos claros de cambio de tendencia. Por poner algunos ejemplos de indicadores con alta correlación con el mercado: el índice VIX, el ratio put-call y otros indicadores de sentimiento, últimamente el diferencial de la deuda con Alemania, etc. De todas maneras aquí entra en juego otra trampa mental, de la que ya hemos hablado alguna vez: todos somos mejores que la media.