Porque aguantamos el engaño del IPC?¿
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PUNTO DE VISTA
LA CESTA DE LA COMPRA,
LA VIVIENDA Y EL CARIACONTECIDO CIUDADANO
Por Jesús García
15/01/2004
La triunfal nota de prensa emitida ayer por el Ministerio de Economía sobre los últimos ocho años de euforia popular no contiene ni una mención al precio de la vivienda, ni al endeudamiento de las familias, ni a ninguno de los principales problemas de los ciudadanos españoles. Así deben ser las comunicaciones del Gobierno, sin resquicios, sin posibilidad de doble interpretación. Como mandan los cánones.
Para qué hablar del precio de la vivienda, si ni siquiera tiene cabida en la elaboración del IPC. Es cierto que en los epígrafes del Índice de Precios al Consumo aparece un renglón de “vivienda”, pero viene a ser algo así como un MacGuffin; un león en la sala de espera de cualquier consulta de la Seguridad Social: dos de mosqueo y ochocientas de abuso, que diría Forges, que estos días anda por la Huesca digital.
Hace un par de semanas, para terminar bien el año, la Sociedad de Tasación ha informado del precio de la vivienda nueva. En 2003 ha crecido casi un 16%. Ya podemos echar cuentas y disfrutar del efecto riqueza que eso nos produce. Compré por 10 y ya tengo 11,6 en un año, no está mal.
Vivimos en un sinvivir, con una euforia contenida que nos hace ser aparentemente más ricos, simplemente morando en una casa propia. Eso sí, con un buen crédito hipotecario de colchón que nos permita estar endeudados hasta las cejas y que, a su vez, posibilite el traspaso de esas exigencias monetarias a nuestras generaciones venideras.
Pues bien, resulta que en ese famoso epígrafe de “vivienda”, que hasta noviembre creció un 4%, está reflejado el precio de los alquileres; sumados algunos gastillos de electricidad y gas y esas minucias cotidianas. Es decir, que en el IPC no aparece uno de los principales motivos de preocupación de los jóvenes y no tan jóvenes, uno de los motores de nuestra economía, uno de los sectores en los que se ha desbordado la demanda. Y no hablemos de burbuja, no vaya a ser que explote.
Más curioso resulta el asunto si se tiene en cuenta que una parte de los anuncios que se publican sobre alquileres de vivienda resulta ser un simple gancho para captar clientes, es decir, son falsos. Otros no responden a la realidad y los más abren una carrera de obstáculos por el exceso de demanda que tiene un final frustrante, también por la desmesura del precio frente al bien ofrecido.
Al ciudadano de a pie se le queda cara de coitus interruptus, de víctima del tocomocho, cuando ve que sus salarios se negocian en relación con el IPC, que las pensiones de viudedad, las contributivas y no contributivas, y las subidas de muchas tarifas usan como baremo el dato anual de inflación, pero descubre que esas cifras, al menos en este aspecto tan esencial, no reflejan ni de lejos la sustancia de la subida de precios.
Luego vemos que, según el observatorio de precios que ha puesto en marcha el insigne Ministerio de Economía, suben los tomates, la lechuga, la cebolla; en fin, las verduras y las frutas; otros alimentos no elaborados a ritmos de dos dígitos, y que tampoco se refleja en el IPC. Resulta que la metodología es bien diferente. El organismo creado por Economía chequea 200 o 300 precios mientras que el INE, organismo en el que no caben en su gozo con la aparición del dichoso observatorio, recoge varios miles de precios. Además luego están las ponderaciones, que en el IPC tienen sus particularidades y unas partes de la cesta compensan a otras.
Es curiosa la sensación de estupidez contenida cuando se conocen las subidas de las distintas partes del coste de la vida, tal y como hoy ha ocurrido con el dato del IPC, y luego uno mira a su alrededor; compra el pan, coge el autobús o se le ocurre pedir un lenguado en un restaurante de medio tenedor.
Las estadísticas son así. En Europa hay gente que se come un pollo y la estadística es capaz de repartir el pollo entre varias capas de la población. Lo qu