JESÚS J. SEBASTIÁN
El dinero, como objeto de intercambio en forma de papel moneda, fue institucionalizado ocasionalmente durante el siglo XIX, pero durante unos cuatro mil años existió un acuerdo tácito por el que los metales (oro, plata, cobre) servían como instrumento de cambio. En la actualidad, las monedas se basan en las reservas de oro (mediante operaciones financieras inexplicables), en lugar de fundamentarse en el trabajo, en la riqueza, en los recursos naturales, en la tecnología, en las ideas y en el esfuerzo desplegado por un país y sus ciudadanos.
El patrón oro tiene en su desarrollo internacional un grave peligro que constituye, al mismo tiempo, una incongruencia económica y una práctica monopolística, pues está claro que, mientras alguien controle la provisión de oro, ese alguien controlará el monopolio sobre la creación del dinero. Nos referimos, siguiendo a Galbraith, a los tres progenitores de este maravilloso y perverso invento: las casas de la moneda, las secretarías del tesoro y las entidades bancarias, cuyo caso es especial por la explotación sistemática que encarnan sus operaciones y por los sistemas crediticios que no dependen, en absoluto, del número de billetes de banco que decide imprimir una comunidad, ni de la cantidad de oro que un país atesore en las arcas de su banco central. Ya sabemos que el dinero existe, que el dinero circula, que el dinero no desaparece, sólo que el dinero se acumula en unas pocas manos que deciden dónde debe ir o dónde quedarse.
La vieja superstición fetichista que concede al rey de los metales un carácter divino ha llevado a la humanidad a continuos desastres económicos cuando se producen descensos en las reservas de oro. Cuando las importaciones superan las exportaciones, cuando se dice que la balanza de pagos se encuentra en déficit, es porque una cantidad importante de oro ha salido del país, sustrayendo inmediatamente de la circulación el papel moneda proporcional al valor del oro en cuestión (esta operación ya no se hace “a peso”, sino por compensación de números). Este peculiar proceso se traduce, en términos domésticos, en la pérdida de poder adquisitivo, provocando la caída de precios y salarios, y frenando la aparente y ficticia época de prosperidad y bienestr anterior a la crisis.
El dinero es un medio internacional de cambio, reconvertido hoy en una mercanncía, pero sólo se mantendrá estable mientras su oferta esté equilibrada con la demanda: con ello, el dinero también podrá ser igualmente un instrumento de medida de la riqueza que genera una comunidad. Para ilustrarlo, nada como la definición que sir Arthur Kitson hacía del dinero: el dinero es la nada que se obtiene por algo antes de que se pueda obtener cualquier otra cosa. En fin, cero absoluto.
La sustitución del patrón oro por el patrón trabajo o patrón riqueza, se fundamenta principalmente en la demostración del hecho de que el dinero, instrumento de medida y cambio, debe basarse en el sujeto sobre el que actúa, o sea el trabajo y la riqueza generada por éste, y no en un metal hecho mercancía como el oro, con un indudable valor legendario y estético, pero objetivamente impreciso y, desde luego, injusto para valorar el esfuerzo productivo de un país.
La lucha entre los partidarios de uno u otro patrón económico siempre ha dado la victoria a los defensores del patrón oro, apoyados por la finanza internacional. Pocos experimentos financieros han intentado llevar el patrón riqueza a la práctica: Napoleón, Lincoln. También se frustró en Alemania durante el III Reich. Un testigo y protagonista de excepción, Winston Churchill, llegó a afirmar que las dos verdaderas causas de la segunda guerra mundial habían sido, por un lado, el éxito del sistema alemán de trueque, y por otro, la determinación alemana de no aceptar préstamos financieros internacionales. John Law, uno de los principales promotores anglosajones de la banca privada, acusado de asesinato, empedernido jugador y dilapidador de herencias, nos ha legado la siguiente perla: “el milagro de la creación de dinero por un banco proporciona a todo el mundo una agradable sensación de bienestar”. Entonces, si ya sabemos quién tiene el poder de decidir la creación y el destino del dinero, por qué cuando se produce una “crisis financiera” nos preguntamos dónde está el oro?
Quien tiene dinero tiene en su bolsillo a quienes no lo tienen