Es que una cosa es ser patriota con valores y otra estúpido con el patrimonio propio.
Es una problema de identidad de contra quién es la patria.
En las aldeas es la rivalidad con el pueblo de al lado que les quita inversiones.
En las comunidades solo vende el simplismo como en el futbol, Madrid contra Barcelona.
Pero el mayor peligro para cagarla de verdad es en la identidad europea.
En la Economía lo razonable es hacerse amigo de quién te ayuda y en eso los anglosajones son prágmáticos hasta el punto de que la guerra es la continuación de la diplomacia que solo vela por intereses económicos, pero hay ser estúpido cuando se babea por alguien que solo da coces (aquí si se destroza a la patria):
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Falso amigo
Alinearnos con las posiciones alemanas puede ser políticamente conveniente, pero es malo para la economía.
El presidente Mariano Rajoy se ha afanado estos días por tierras gallegas en cultivar la amistad de Angela Merkel. Aprovechó las caminatas, los fogones y la intervención del santo Apóstol para lograr su respaldo a una mayor presencia política de España en las instituciones europeas. Y parece que lo ha logrado. Está bien. Nos conviene.
A cambio, la canciller le ha pedido su apoyo a la política de austeridad que defiende el Gobierno de Berlín. Un apoyo importante, ahora que Italia y Francia muestran dudas y recelos.
La amistad de la señora Merkel conviene al Gobierno. Pero no es buena para la salud de la economía. Entiéndaseme bien. No tengo animosidad alguna contra la canciller. Todo lo contrario. Me gustan sus virtudes como gobernante: su proximidad, su ausencia de boato en el ejercicio del poder, su honestidad. Lo que no me gustan son sus políticas.
Con la política europea de austeridad pasa una cosa curiosa. No es posible encontrar ningún dato objetivo que la avale. Pero, aun así, tiene apoyos. Especialmente, el de las élites financieras y de grandes corporaciones multinacionales. A los que les van bien las cosas, les gusta la austeridad..., pero para los otros, no para ellos.
Pero, como le dijo en una ocasión Sherlock Holmes a su amigo y colaborador Watson, hay que ir con cuidado al hacer teoría sin antes ver los datos. Y si se miran los datos, no se encuentran razones para apoyar la teoría de la austeridad expansiva que sostiene Merkel.
Nada de esto sucedió en Estados Unidos ni en otro país no europeo. La recesión de 2011-2013 fue, por tanto, una crisis autoinfligida por la austeridad. Pero también por la incapacidad del Banco Central Europeo para cumplir con su objetivo legal de mantener la inflación en el 2%.
A la hora de buscar datos positivos, algunos los ven en el hecho de que haya inversores que quieren comprar deuda española casi sin cobrar intereses. También ocurre en otros países. Eso es precisamente la señal de que la economía va mal. Como los inversores no encuentran proyectos rentables en el sector privado y ven el futuro de la economía con incertidumbre, prefieren invertir en bonos públicos, poco rentables pero seguros.
Algunos dirán que es por falta de reformas. Pero la economía alemana también va mal. No son las reformas, que en todo caso son necesarias. Son las malas políticas. Cuando Mario Draghi pide a los Gobiernos nacionales que hagan reformas duras, alguien tendría que recordarle que el BCE no cumple con su obligación. Y lo mismo vale para la Comisión Europea.
La causa del malestar es que la austeridad es un falso amigo. Es una idea aparentemente sensata, pero peligrosa por el momento y la forma como se aplica. Con un sector privado nacional sobreendeudado y anémico, y unas exportaciones que sufren un euro fuerte, la austeridad perjudica seriamente la salud de la economía y de la gente. Nos lo dice la evidencia cotidiana, pero también está bien documentado en la investigación académica, la del FMI y de la OCDE.
El principio clínico del primum non nocere (primero, no hacer daño) recomienda que cuando una medicina hace daño, hay que dejar de aplicarla. Ese principio vale también para las políticas.
Como sostiene Mark S. Mizrucchi (The fracturing of the American corporate elite), a diferencia de lo que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, las élites actuales no tienen una ética de responsabilidad civil ni un compromiso entre sus propios intereses y los nacionales. Ignoran que la economía de mercado sólo funciona si está arraigada en una sociedad próspera y en un buen gobierno.
¿De dónde pueden venir los impulsos para el cambio? De la presión de la sociedad civil y de las políticas de la UE. Los partidarios de la integración deben recordar que su legitimidad social, su núcleo moral, no está en conceptos como competitividad o eficiencia, sino en su capacidad para ofrecer oportunidades de mejora a los ciudadanos, especialmente a los que más lo necesitan. Las políticas europeas quiebran esa legitimidad porque perjudican a los más débiles. Reconstruirla debería ser la prioridad de la nueva Comisión Europea, que ha de comenzar a funcionar estos días.
Un saludo