La primera reflexión que debemos hacernos es qué se puede considerar criptomoneda y si éstas pueden considerarse dinero (o sea, medio de pago comunmente aceptado).
Desde mi punto de vista, no sólo el bitcoin y demás especímenes blockchain pueden esgrimir el calificativo de criptomoneda. Las divisas como el dólar, el euro, la libra esterlina... todas en realidad también comparten con las anteriores características esenciales de una criptomoneda, en especial que todas son dinero fiat y que, por supuesto, la inmensa mayoría de sus transacciones se efectúan de forma electrónica (con más o menos medidas de seguridad, eso sí).
Lo interesante de este nuevo cripto-mundo es la tecnología que lo sostiene y que, a no mucho tardar, se va a convertir en la del resto de divisas.
Una pregunta inquietante que debemos intentar responder es si, como consecuencia de la irrecuperable devaluación secular de las divisas mundiales (el dinero ha dejado de valer puesto que los tipos son próximos a cero, y esto parece ser que es definitivo y no se va a poder re-dotar de significado verdadero al capitalismo), los bancos centrales van a implementar la desaparición del dinero físico.
En un mundo ideal nadie tendría porqué realizar pagos sin fiscalizar pero la desaparición del dinero físico puede hacer evolucionar más a los estados en su afán recaudador, llegar mucho más lejos en su voracidad esquilmadora de la riqueza individual (y aquí la clase media siempre es la gran perdedora). Quizá sea el momento de empezar a pensar que un nuevo sistema de trueque puede extenderse por todas las economías...