Hoy se ha hablado mucho de TEF y de la pretendida determinación del Gobierno para tener una participación accionarial que le permita condicionar con su veto algunas hipotéticas estrategias erróneas y relevantes que se tengan que tomar en la compañía.
Cuando le he tratado de explicar a algunos conocidos extranjeros que el principal accionista de la principal eléctrica española es el gobierno italiano y que esa aberración sectorial venía precisamente de que el gobierno de aquel entonces prefirió a “este accionista” en lugar de accionistas catalanes, les sangraban los ojos de tanto abrirlos.
Entiendo la pantagruélica animadversión que se le tiene al actual gobierno en este foro de ultraliberales aguijoneados por una prensa bananera, pero pretender argumentar en contra de la adquisición, por parte del Estado, de una participación decisiva para mantener una capacidad de acción relevante en una compañía estratégica, es de un acriticidad que me es extremadamente difícil de comprender. Es como usar la punta del miembro genésico para argumentar la solidez de tus argumentos. Máxime cuando el gobierno francés tiene una participación del 23 % de Orange, la antigua France Télécom, el alemán cuenta con un 13,8 % de manera directa en Deutsche Telekom (el banco de desarrollo público KfW, que se financia con los presupuestos alemanes, cuenta con otro 16,6%. De este modo, el 30,4% de Deutsche Telekom tiene participación pública) y el “gobierno bolivariano comunista” italiano pretende aumentar su participación en Telecom Italia hasta un 20% antes de finalizar el verano que viene.
Lo mejor es comparar lo que se decía en los medios de desinformación cavernarios hace menos de un día con lo que se dice ahora. Esos mismos sicarios de la pluma clamaban al cielo por el hecho de que el mayor accionista que pudiera haber en Telefónica fueran inversores de una teocracia cuasimedieval que se pasa todos los días del año, 24/7, los DDHH por sus bereberes escrotos.
Si esa es la coherencia del pensamiento para la toma de decisiones de un inversor, las gilipolleces que se cambian de un día para otro en el argumentario como actos indiscutibles de fe, me malicio que un mono atiborrado de whisky lanzando dardos sobre las cotizaciones globales de un mercado sería más eficiente en sus aciertos.