Y es frecuente toparse por este peregrinaje con personas que han olvidado el gran valor que tiene la palabra, todas ellas, tanto la que se dice como la que se calla, la que se da o la que se pide; la que se necesita y la que sobra.
Hay palabras que dan la vida y otras que nos matan, palabras que nos alaban desde el corazón o que nos adulan desde la envidia, palabras que nos lapidan cuando sonreímos y nos hacen reír cuando nada es capaz de sosegarnos.
Existen incluso las palabras por las cuáles el ser humano ha entregado su vida, como el concepto que engloba la palabra libertad. Bella palabra, tantas veces tergiversada, tantas negligentemente confundida con el libertinaje.
También está con frecuencia muy mal utilizada la palabra igualdad, pretendiendo obviar lo bellísimo que puede ser lo diferente, Deberíamos aprender a amar las diferencias y a no tener miedo a acercarnos a ellas, con la inocencia de un niño, con la mirada limpia, con la mente despejada, con amor, en definitiva.
Y aquellas dos unidas a la fraternidad fueron capaces de formar bandera. Vuelvo mi mente a 1789 y me sitúo en Francia, por ejemplo...
Injusticia es otra palabra que se comete con frivolidad con sus congéneres. Nos olvidamos de los matices, si el concepto es relativo o absoluto, minimizamos a nuestra manera, a nuestro gusto, metamorfoseamos el vocablo hasta hacerlo nuestro. Pero las palabras son como las personas, no tienen dueño.
Otras palabras como crisis, necesidad, pobreza, hambre, frío... nos traen a la mente que aún queda mucho por qué luchar, que si se puede, se debe ayudar, que la solidaridad y la caridad no son incompatibles y que creyentes, incrédulos, directos, indirectos, grandes y pequeños, en mayor o menor medida y en la medida de nuestras posibilidades, podemos y tenemos que ayudar a los demás.
Nuestras palabras nos definen como hombres y como mujeres de bien o de todo lo contrario, de alguna manera ayudan a clasificarnos, a catalogarnos. Pero nuestra forma, momento, circunstancia, instante para decirlas, pronunciarlas, enfatizarlas, silenciarlas, nuestra manera de usarlas, nos delata como grupo. De ahí la clasificación, la personalidad o la carencia de la misma. Cada uno dispone de una manera peculiar de usarlas, algunos prefieren no destacar y dejar que otro dirija su dictado vital...
Se puede seguir al borrego y dejar que marque nuestro camino o se puede tomar la palabra y hacer bandera de nuestra ideología, de nuestro pensamiento, de nuestra intención...
Nuestras palabras forman parte de nuestro patrimonio cultural. Con ella nuestros mayores nos contaron su historia, y fueron redactando la Historia.
De niños nos contaban cuentos y leyendas, nos cantaban nanas y canciones que acompañaban a muchos de nuestros juegos.
Y por el camino hemos aprendido otras, incluso inventado palabras nuevas, de jergas, de vida, unas más sonoras, que nos matan de nostalgia al escucharlas, y que interactúan con nosotros igual que las imágenes, que los aromas, que la música, que el arte en cualquiera de sus expresiones...
Porque hablar con propiedad es un arte, y hacer que el otro disfrute y sienta, ría y llore, con lo que tú haces, hables o redactes es también un arte y requiere un ejercicio de responsabilidad.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero a veces con una sola palabra de cariño, consuelo, afabilidad, afecto, amor se consigue más que con un millón de fotografías.
Un saludo cordial
¡Sed felices!