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Las tribulaciones de Juan Español.

20 respuestas
Las tribulaciones de Juan Español.
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#9

Re: Las tribulaciones de Juan Español.

En este asunto discrepo:

Cuando decimos que el déficit es el 8% del pib parece poco, pero si decimos que es el 50% de los ingresos del estado...

Me refiero a que el presupuesto del estado es (ó era) de 270.000 M frente a unos ingresos de 180.000 M. Creo que no es moco de pavo como para quitar importancia al asunto.

Total... ¿Que sucedería si se acabara el dinero del estado? Bah, nada, algún incauto sin cobrar la pensión, unos mata-sanos que si no cobran no operan, los niños a su casa que los aguante su madre y yo a la aldea a cuidar cabras. Vaya, al final salgo ganando.

Un saludo.

#10

Re: Las tribulaciones de Juan Español.

http://xn--antoniomuozmolina-nxb.es/2011/05/hora-de-despertar/

He pensado desde hace muchos años, y lo he escrito de vez en cuando, que España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella. Un delirio inducido por la clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía, que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi siempre de tipo identitario o festivo, o una mezcla de los dos. La broma empezó en los ochenta, cuando de la noche a la mañana nos hicimos modernos y amnésicos y el gobierno nos decía que España estaba de moda en el mundo, y Tierno Galván -¡Tierno Galván!- empezó la demagogia del político campechano y majete proclamando en las fiestas de San Isidro de Madrid aquello de “¡ El que no esté colocao que se coloque, y al loro!” Tierno Galván, que miró sonriente para otro lado, siendo alcalde, cuando un concejal le trajo pruebas de los primeros indicios de la infección que no ha dejado de agravarse con los años, la corrupción municipal que volvía cómplices a empresarios y a políticos.

Por un azar de la vida me encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche de su clausura: en una terraza de no sé qué pabellón, entre una multitud de políticos y prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la clausura. Era un símbolo tan demasiado evidente que ni siquiera servía para hacer literatura. Era la época de los grandes acontecimientos y no de los pequeños logros diarios, del despliegue obsceno de lujo y no de administración austera y rigurosa, de entusiasmo obligatorio. Llevar la contraria te convertía en algo peor que un reaccionario: en un malasombra. En esos años yo escribía una columna semanal en El País de Andalucía, cuando lo dirigía mi querida Soledad Gallego, a quien tuve la alegría grande de encontrar en Buenos Aires la semana pasada. Escribía denunciando el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de la enseñanza pública, el disparate de un televisión pagada con el dinero de todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en lo superfluo y la mezquindad en lo necesario. Recuerdo un artículo en el que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome traidor a mi tierra; hubo una carta colectiva de no sé cuantos ofendidos por mi artículo, entre ellos, por cierto, un obispo. Recuerdo un concejal que me acusaba de “criminalizar a los jóvenes” por sugerir que tal vez el fomento del alcoholismo colectivo no debiera estar entre las prioridades de una institución pública, después de una fiesta de la Cruz en Granada que duró más de una semana y que dejó media ciudad anegada en basuras.

El orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la dificultad y la satisfacción del hacer. Es algo que viene de antiguo, concretamente de la época de la Contrarreforma, cuando lo importante en la España inquisitorial consistía en mostrar que se era algo, a machamartillo, sin mezcla, sin sombra de duda; mostrar, sobre todo, que no se era: que no se era judío, o morisco, o hereje. Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en identidad colectiva haya sido la base de una gran parte de los discursos políticos ha sido para mí una de las grandes sorpresas de la democracia en España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de izquierdas, ser de derechas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la Macarena, ser machote, ser joven. La omipresencia del ser cortocircuita de antemano cualquier debate: me critiacan no porque soy corrupto, sino porque soy valenciano; si dices algo en contra de mí no es porque tengas argumentos, sino porque eres de izquierdas, o porque eres de derechas, o porque eres de fuera; quien denuncia el maltrato de un animal en una fiesta bárbara está ofendiendo a los extremeños, o a los de Zamora,o de donde sea; si te parece mal que el gobierno de Galicia gaste no sé cuántos miles de millones de euros en un edificio faraónico es que eres un rojo; si te escandalizas de que España gaste más de 20 millones de euros en la célebre cúpula de Barceló en Ginebra es que eres de derechas, o que estás en contra del arte moderno; si te alarman los informes reiterados sobre el fracaso escolar en España es que tiene nostalgia de la educación franquista.

He visto a alcaldes y a autoridades autonómicas españolas de todos los colores tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York en presuntos viajes promocionales que solo tienen eco en los informativos de sus comarcas, municipios o comunidades respectivas, ya que en el séquito suelen o solían venir periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas. Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para “presentar” un premio de poesía. Presentar no se sabe a quién, porque entre el público solo estaban ellos, sus familiares más próximos y unos cuantos españoles de los que viven aquí. Cuando era director del Cervantes el jefe de protocolo de un jerarca autonómico me llamó para exigirme que saliera a recibir a su señoría a la puerta del edificio cuando él llegara en el coche oficial. Preferí esperarlo en el patio, que se estaba más fresco. Entró rodeado por un séquito que atascaba los pasillos del centro y cuando yo empezaba a explicarle algo tuvo a bien ponerse a hablar por el móvil y dejarnos a todos, al séquito y a mí, esperando durante varios minutos. “Era Plácido”, dijo, “que viene a sumarse a nuestro proyecto”. El proyecto en cuestión calculo que tardará un siglo en terminar de pagarse.

Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no solo para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos que somos: que haya listas abiertas y limitación de mandatos, que la administración sea austera, profesional y transparente, que se prescinda de lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que nuestro país necesita para ser viable y para ser justo, que las mejoras graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático estén siempre por encima de los gestos enfáticos, de los centenarios y los monumentos firmados por vedettes internacionales de la arquitectura.

Y autocrítica, insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar sobre lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar haciéndose responsable del privilegio que es la educación pública, el tan solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la madre responsabilizándose de los buenos modales de su hijo, cada uno a lo suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812, trabajadores de todas clases, como decía la de 1931.

Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto.

Detesto a las víctimas que respetan a sus verdugos.

#11

Re: Las tribulaciones de Juan Español.

Como dice mi suegro, si no se malgastara el dinero seríamos ricos...

Lamentablemente en la Historia tenemos muchos ejemplos de decisiones de la casta dirigente negativas para el pueblo, incluso suicidas (para el pueblo e incluso para la propia casta). Jared Diamond, en "Colapso", pone varios ejemplos. Cuando lo lees, pensarías que los antiguos eran unos imbéciles, si no fuera porque estamos viviendo la misma situación en tiempo real...

¡Bah! carnero, oveja. A tu raza, a tu vellón y a tu clan sé leal.

#12

Re: Las tribulaciones de Juan Español.

Si es como dices, el problema que veo es una mala expresión de las cifras. Porque cuando a mi me suben el 4% no es el 4% de lo que gana mi empresa, sino de lo que gano yo, y si hay un déficit hay que expresarlo respecto de la cifra de gastos, no respecto de una cifra mayor como es el PIB.

Por cierto, siendo como dices habría un déficit de 90.000 M€, que es un 30% y no un 8%.

Lo siguiente que veo es que la caida ha sido fundamentalmente de recaudación. Los técnicos de Hda. cifran el fraude fiscal en un mínimo de 60.000 M€, que taparia 3/4 del déficit. SI a eso se le suma el dejar de malgastar, deberia ser suficiente para no tener que hacer sacrificios excesivos. Sigo pensando que es algo tan simple como llevar la racionalidad a la gestión.

#13

Re: Las tribulaciones de Juan Español.

Lo que comenta Chisteras es cierto:

Si tienes PIB de 100, ingresos de 80 y gastos de 90, tienes un déficit del 10% (sobre el PIB).
Si tienes PIB de 1000, ingresos de 80 y gastos de 180, sigues teniendo un déficit del 10%, a pesar de que la situación está más desequilibrada que en el primer caso.

Esto es como la renta per cápita o cualquier otro dato: aislado no te proporciona toda la información.

¡Bah! carnero, oveja. A tu raza, a tu vellón y a tu clan sé leal.

#14

Re: Las tribulaciones de Juan Español.

En cuanto a la gestión, para mí es mejor un Insalud sin tener que pagar por receta, a 17 mini-insalud, suponiendo la misma calidad asistencial, pero teniendo que pagar (re-pagar, para ser precisos) por receta. Pero a ver quién le pone ese cascabel al gato...

¡Bah! carnero, oveja. A tu raza, a tu vellón y a tu clan sé leal.

#15

Re: Las tribulaciones de Juan Español.

Solo una apreciación mas: 90.000 M es el 30% del presupuesto (de 2011) pero es el 50% de los ingresos y el 9% del pib.

El símil familiar sería mas bien el de una familia que ingresa 1.800 € al mes y que gasta unos 2.700 € y que además de estar endeudada sigue pidiendo mas créditos para poder pagar todos sus gastos y encima con la perspectiva de que van a bajar sus ingresos.

Si se reduce el presupuesto en 45.000 M como estaba previsto en un principio, se reduciría el deficit al 4,5% sobre el pib pero seguiriamos con un desfase de ingresos de otros 45.000 M que siguen aumentando la deuda.

Una deuda total que alcanza ya 700.000 M osea el 70% del pib y no deja de subir.

Ánimo campeones que no está todo perdido.

#16

Re: Las tribulaciones de Juan Español.

Cuando es una buena noticia pedir más y más dinero prestado, es que vamos por buen camino...

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¡Bah! carnero, oveja. A tu raza, a tu vellón y a tu clan sé leal.