Un día en el circo del congreso
Este es el relato de un científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas que asistió a la sesión plenaria del Congreso de los Diputados donde se debatió la Segunda Carta por la Ciencia.
Autor: HP
Todos podemos albergar en el imaginario colectivo un hemiciclo prácticamente vacío, con diputados dormidos en sus escaños, o entretenidos con sus tablets. Aliento a todas las personas que sientan un mínimo amor por la democracia a asistir como oyentes a cualquier sesión plenaria. La sorpresa será grande. Todo es mucho más grave que de lo que podíamos imaginar. Sin duda, el espectáculo más lamentable al que he podido asistir en toda mi vida.
El prólogo: Todo comienza en el control policial. Registro del DNI, móviles fuera (no se vaya a grabar y mostrar la realidad del hemiciclo), un folio con el orden del día confiscado (todos sabemos que el papel corta cual navaja) y una camiseta interior roja con un lema de lo más violento “Sin ciencia no hay futuro”. Ese es el detonante de un cacheo exhaustivo, quitarse las zapatillas, bajarse los pantalones, y a alguno de nosotros hasta obligarnos a bajarnos los calzoncillos. Lo entiendo, debían de asegurarse de que no tuviéramos tatuado un eslogan en los mismísimos genitales. En honor a la verdad he de decir que esta humillación sólo fue ejecutada por uno de los tres policías presentes. Pasado el trámite y tras diversos intercambios de opiniones entre ellos, desprovistos a la fuerza de nuestras camisetas rojas, nos dejan subir aunque bien escoltados, por supuesto. Pero este trato vejatorio a científicos de este país, por todos sabido afines al “movimiento de liberación vasco” (como seguro que piensan algunos), no es más que una mera anécdota de lo que estaba por llegar.
Para comenzar, 4 amables policías de “incógnito” nos acompañan a la tribuna sin despegarse de nosotros ni un solo milímetro. Previamente, se nos avisa de que cualquier alboroto, como por ejemplo aplaudir (de todos conocido un acto tremendamente violento), puede ser motivo de 6 meses a 1 año de prisión, aunque dichos aplausos sean para unirse a los iniciados por algún grupo parlamentario. Para ser el congreso el lugar donde el pueblo tiene voz y representación, mal empezamos.
Cuarenta y cinco minutos para la votación y el hemiciclo vacío en sus tres cuartas partes. Poco a poco, muy poco a poco, vergonzosamente poco a poco, sus mediocrísimas señorías van ocupando sus poltronas.
La imagen: Un diputado hablando en la tribuna mientras nadie presta la más mínima atención, ni siquiera los compañeros de su propio partido.
La contra-imagen: diputados paseando, grupillos de sus anodinas señorías en mitad de los pasillos que conducen a los escaños hablando a gritos, al fondo otro grupillo riendo a carcajadas, una diputada teléfono en mano, probablemente con mala cobertura ya que no hablaba sino voceaba, dando instrucciones para que fueran preparando la cena ante su inminente vuelta a casa, otros entretenidos con sus tablets (¿jugando al “Angry Birds”?), a los que al menos hay que agradecer su silencio, pues por momentos era casi imposible seguir el discurso del orador debido a la tremenda algarabía que inundaba el hemiciclo. Sin duda, y no es metáfora ni exageración, he estado en verbenas mucho más silenciosas. Una falta total de respeto. La imagen más esperpéntica, más vergonzosa, más lamentable y más penosa que he visto jamás.
El sentimiento: Tras pasar por varios estados, básicamente de incredulidad e indignación, en un momento concreto me embargó una gran sensación de tristeza y los ojos se me llenaron de lágrimas. Sólo tenía ganas de llorar. Estamos perdidos. Y sin entrar a juzgar las mentiras que allí se vomitaron por parte de algunos individuos en el hemiciclo, ni entrar mucho menos en corruptelas conocidas por todos. Si creemos que esta casta de señoritos van a solucionar los problemas, creados por ellos mismos, podemos estar esperando hasta el día del juicio final. Para ser justos debería decir que quizá un puñado de personas podría ser la excepción dentro de este espectáculo lamentable, pero sin duda no representaban, ni de lejos, el 15% de los presentes (y no hago referencia a ningún grupo parlamentario concreto).
El epílogo: El salón se llena alcanzando más de tres cuartas partes. Sólo dos o tres ministros. Cinco minutos de cortesía para que ocupen sus escaños. Algún que otro imputado. Y comienza la votación. Como si de una verdulería se tratase, un representante de cada grupo, mano en alto con uno, dos dedos o tres dedos, y un sonoro SÍ o NO marca el camino a seguir. El resto, como integrantes de una manada que necesita de un pastor, pues la gran mayoría de ellos no tiene ni la más mínima idea de lo que están votando, aprietan el botón correspondiente. Si se equivoca el lazarillo son capaces de votar en contra de su propia propuesta. No sería la primera vez.
En resumen ¡Qué viva la democracia!