Para empezar y a nivel individual, restringir al mínimo en nuestra dieta el consumo de azúcar (descartarla más bien), sal refinada de mesa (la que tomes preferentemente natural, no refinada y sin añadidos como flúor o yodo, que añaden toxicidad al propio cloruro sódico), harinas y arroces refinadas y leche pasteurizada; además, reducir el consumo de las grasas saturadas de origen animal y descartar por completo los ácidos grasos trans, presentes en la práctica totalidad de los alimentos procesados, que son un auténtico cóctel de basura comestible y nada saludable.
Las autoridades sanitarias deberían poner mucho más énfasis, a nivel general, para acabar con un problema de gran envergadura, como acertadamente indicas, cuyo coste sanitario es muy considerable y que guarda relación directa con el incremento de enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes, osteoporosis, alergias infantiles. La regulación en relación con el uso de algunos de los ingredientes utilizados por la industria alimentaria es muy laxa.
Tanto a nivel personal como desde las responsabilidades de gobierno, se han de tomar decisiones para acabar con esta lacra, que afecta a los países desarrollados evidentemente, que tiene mucho que ver también con nuestro estilo de vida y que genera un coste sanitario a tener muy en cuenta.
Personalmente soy muy cuidadoso en este aspecto. Hoy en día, hasta los alimentos para niños que se exhiben en las estanterias de los supermercados están saturados de ingredientes nada beneficiosos para la salud, eso sí, presentados en un formato y con un colorido muy atrayente y reforzados con una publicidad que oculta, intencionadamente, sus efectos perniciosos para la salud.
Saludos.