¡Pasen y lean, que es gratis y sin anuncios!
Por Manuel del Pozo
Esta columna no vale nada. Como no valen nada los discos de Alejandro Sanz o las películas de Amenábar, y dentro de poco tampoco valdrán nada los libros de Ken Follet. El maravilloso mundo de Internet ha convertido en gratis total todos los contenidos culturales e informativos.
Nadie compra un disco, las películas ya no se venden ni en el top manta, los periódicos se quedan sin lectores y los libros ya empiezan a perder la batalla frente al e-book. Internet acabó primero con la industria discográfica, pero como yo no soy cantante no hice nada. Luego fue contra el cine, pero como no soy actor tampoco hice nada. Ahora va a por mí, y es posible que ya sea demasiado tarde para reaccionar.
Internet nos ha estallado a los periodistas en la cara y amenaza con noquearnos. Nadie sabe si el periódico en papel desaparecerá, pero lo que es evidente es que cada vez se venden menos diarios y que el lector medio tiene 50 años, con lo que con suerte nos aguantará 20 años más, y eso si le cuidamos bien.
Cada vez más, los ciudadanos se informan a través de Internet, esa fantástica jungla que no tiene reglas y en la que todo está permitido. Se pueden descargar discos y películas impunemente, y se pueden copiar noticias y reportajes de periódicos sin ningún rubor, como hace Google News. Y todo ello gratis.
Alejandro Sanz y sus colegas sobreviven gracias a los conciertos, a Amenábar le salva que no hay color entre disfrutar de una película en una sala de cine o verla en pequeñito en la pantalla del ordenador. Algunos periodistas se han lanzado a hacer bolos en forma de tertulias, pero la gran mayoría está atravesando una profunda crisis existencial. Si se quedan en el papel, saben que tarde o temprano terminarán desapareciendo, y si se lanzan a Internet, no está claro que puedan sobrevivir. En la Red hay cada vez más parásitos –los llamados agregadores– que hacen negocio a cuenta de artículos que escriben otros.
El maná de la publicidad –que es el soporte financiero fundamental de los medios de comunicación– no acaba de despegar en la Red por las reticencias de muchos anunciantes y por el rechazo visceral del internauta a cualquier tipo de impacto publicitario. No nos molestan las páginas de anuncios de los periódicos, pero sin embargo nos enervamos cuando nos salta el pantallazo publicitario al abrir una página web.
Los grandes anunciantes tienen miedo a que este rechazo pueda deteriorar su imagen, como le ocurrió a BMW, que en una campaña online sufrió el ataque de un perverso internauta que colgó, a modo de comentario, las imágenes de un accidente en el que aparecía un modelo de esta marca automovilística.
Esta desconfianza explica que, a pesar de ser Internet el principal medio por el que los ciudadanos se informan, la Red sólo acoge el 9% de la inversión publicitaria en España, frente al 43% de la televisión o el 31% de los medios escritos. Los banners no compensan igual que los viejos anuncios del papel.
Nadie duda de que el mundo online terminará imponiéndose, y que los publicitarios encontrarán la manera de llegar al internauta de una forma menos lesiva, pero este cambio no será la panacea para los medios de comunicación, dada la fuerte segregación que existe en la Red, con millones de webs que ofrecen la información al momento y a un coste infinitamente menor al de los medios en papel, que soportan grandes gastos de impresión y de distribución.
Ante este panorama, en el que los internautas quieren los contenidos gratis y sin anuncios, que es a lo que les hemos acostumbrado, la pregunta del millón es: ¿de qué vamos a vivir los plumillas? Si lo supiera, no duden de que ya habría montado una consultora y me estaría forrando.
Pero mientras, todos vamos a seguir la estela de Rupert Murdoch, que es el mayor editor del mundo (The Sun, The Times, The Wall Street Journal, MySpace, Fox y 20th Century, entre otros) y el que más se juega en esta partida. El magnate australiano ha decidido empezar a cobrar por los contenidos en Internet, algo que hace un año nadie se planteaba. Ahora se ve como la única vía para sobrevivir.
Todos los editores del mundo han empezado a rebelarse contra el gratis total en la Red y se han lanzado a explorar fórmulas para rentabilizar su presencia en Internet más allá de la publicidad, hasta ahora la única fuente de ingresos. Habrá algún sistema de micropagos en el que el lector abra una cuenta en la que se le cargue lo que lea, al estilo de iTunes. Y se ofrecerán suscripciones de distintos niveles con contenidos especializados y de calidad.
¿Pagaría usted, querido lector, por leer este artículo?
Yo tampoco.
http://www.expansion.com/2009/10/07/opinion/1254944487.html