Los límites de la economía material
LOS LÍMITES DE LA ECONOMÍA MATERIAL
Hace unos años andaba muy esperanzado con todo aquello que tuviera que ver con la biología, la naturaleza, el ecologismo, el medio ambiente, el equilibrio, la conciencia, el autocontrol, la responsabilidad individual y colectiva... Anduve durante años caminando por un desierto de ilusiones en el que no encontré a casi nadie. Era joven y quería cambiar el mundo, pero después de años de frustraciones sociales llegué a la conclusión de que si el mundo no me cambiaba demasiado a mí, podía darme por satisfecho.
Sigo aferrado a mis ingenuas ilusiones, pero ahora ya no me esfuerzo por tratar de convencer a nadie, ya no quiero cambiar el mundo, el mundo por si solo dice mucho más de lo que yo podría decir y hacer entender a nadie, pero nadie parece escuchar, a pesar de los gritos del mundo y de las miles de voces que diariamente claman sin respuesta.
A principios de 1990 se me ocurrió indagar sobre datos de población en la década de los 50, cuando yo nací. Lo que más me sorprendió es que en 1950 la población mundial alcanzaba los 2500 millones de habitantes, y en 1990 ya íbamos por los 5000 millones. En tan solo 40 años la población mundial se había multiplicado por dos. En al actualidad, marzo de 2010, se calcula que hemos sobrepasado holgadamente los 6000 millones de habitantes y caminamos hacia los 7000. En la historia de la humanidad nunca se había dado un crecimiento poblacional tan grande.
Esta explosión demográfica se considera a menudo como un gran éxito de la humanidad. Los años de explosión demográfica han coincidido con mejoras tecnológicas, económicas y sociales que nunca anteriormente se habían dado con tal magnitud.
Con todo ello la humanidad ha alcanzado magnitudes de plaga, una plaga inmensa que avanza sin control y lo transforma todo a su paso, adaptándolo a sus necesidades y deseos.
Hasta cierto punto es comprensible que la humanidad, sometida durante millones de años a las duras condiciones de la naturaleza hostil, se diera cuenta de su potencial intelectual y su capacidad creativa y la pusiera en marcha en su propio beneficio.
La evolución de la economía ha jugado en este crecimiento poblacional un papel de primer orden. La macroeconomía ha hecho posible la realización de proyectos tan grandes que hasta hace unos años solo cabían en la fantasía de unos pocos. La economía se ha basado principalmente en la producción de bienes de consumo, en la creación de riqueza material de manera creciente, pero todo crecimiento tiene sus propios límites. El límite externo lo establece la dimensión del territorio o hábitat ocupado por el ser vivo, en nuestro caso el animal humano, otros límites los establecen los propios contenidos del hábitat o sustrato, los diversos materiales y cantidades de todo aquello que nos resulta indispensable para la vida y el establecimiento de la dinámica económica. A falta de hechos que confirmen lo contrario, podemos decir que solo existe un hábitat común o sustrato de vida, la Tierra, el planeta Tierra, con toda su grandeza y finitud, y no es previsible a corto y medio plazo que nos podamos salir de los límites que nos impone. Dependemos totalmente de la Tierra para vivir y desarrollar todas las actividades que envuelven a la humanidad, pero para poder albergar vida, incluida la nuestra, y mantenerla en el tiempo, el propio planeta requiere de una serie de condiciones que se han establecido a lo largo de millones de años.
Hubo un tiempo en el que las dimensiones del planeta Tierra se podían considerar desmesuradas para la insignificancia de la especie humana, incapaz de arañar la tierra más allá de lo superficial y sin consecuencias. Pero la humanidad ha crecido y sigue creciendo desmesuradamente, como nadie podía imaginar, y con ella ha crecido su capacidad de transformar el medio a su antojo, el poder de la humanidad crece sin descanso y parece no tener límites.
Pero los límites existen, los límites están en la propia finitud de los materiales y procesos que nutren el éxito de la humanidad.
Hasta hace pocos años, nadie se cuestionaba que podríamos entrar en periodos de desabastecimiento de materias primas que podrían condicionar nuestra forma de vivir y de relacionarnos con el planeta que nos acoge. Pero en los últimos 30 años, a medida que el modo de vida occidental se ha convertido en un modelo a escala planetaria, se va tomando conciencia de que los cerca de 7000 millones de habitantes que alberga actualmente el planeta, no podrán vivir como dicta el modelo occidental sin romper los límites materiales a los que se enfrenta la humanidad.
El modelo occidental condiciona el sentimiento de bienestar a la posesión de múltiples bienes materiales de forma individual y colectiva. Es muy cierto que sin determinados bienes y servicios la vida resulta menos grata, pero también es cierto que la posesión de muchos bienes materiales, más allá de las necesidades reales, a menudo aporta más frustración que bienestar.
La humanidad habrá de hacer un gran esfuerzo por conseguir nuevos productos, procesos y servicios, que basen su existencia y mantenimiento en el mínimo consumo de materia y energía. La economía actual fuertemente basada en la explotación y transformación de la materia a gran escala, habrá de dirigir la mirada con mayor insistencia y eficacia hacia los procesos con escaso consumo de energía y materia que permitan mantener nuestro estado de bienestar reduciendo el balance de residuos y el consumo de materia y energía.
Los procesos económicos habrán de decantarse por la financiación de aquellos proyectos que permitan comerciar, crear riqueza y dar servicio a la humanidad con el mínimo coste energético y material.
Ciudadanos, trabajadores, empresarios y políticos tendremos que centrar nuestras capacidades mentales en la atención a los procesos emocionales, con el fin de conocer mejor el mundo de las emociones y procurarnos así las mayores satisfacciones con el mínimo consumo material y energético.
A veces me llaman la atención algunos comentarios sobre lo que se ha dado en llamar “realidad virtual”, a menudo se presenta dicha expresión como algo novedoso, como un descubrimiento reciente, pero la realidad virtual no tiene nada de nuevo, es tan antigua como el hombre, como el Homo Sapiens por lo menos. Todos sabemos de la potencia de la imaginación, capaz de hacer sentir a la persona que imagina sentimientos tan intensos como si se tratara de la realidad misma. Antiguamente, incluso en el mundo occidental, millones de personas superaban la dura realidad diaria a base de ensoñaciones que les transportaban mentalmente a un mundo imaginario, realidad virtual como se llama ahora, que les permitía capear el día a día con un mayor grado de optimismo y satisfacción. Pasaron los años y la mayor parte de las antiguas ensoñaciones se hicieron realidad, y a veces la realidad superó tanto a la imaginación que las antiguas ensoñaciones, a menudo nos parecen pobres y vulgares. Los antiguos sueños se basaban mayoritariamente en reivindicaciones de tipo material y a medida que se cumplían el mundo de las ensoñaciones y de la complicidad emocional se fue quedando a un lado.
Era tan grande la necesidad de materia que a medida que se conseguía sentíamos colmadas todas nuestras emociones, y caíamos en un ansia de posesión material equiparable a la drogadicción. Con el paso del tiempo, han sido necesarias dosis más altas de posesión de bienes de consumo para conseguir los mismos o peores resultados anímicos. Tal vez estamos cerca ya de no poder satisfacer nuestras sobredosis de consumo material por falta de materia prima. Y podemos llegar a un punto en el que toda la materia del universo sea insuficiente para colmar las acaparadoras ansias de consumo de la mente humana.
Los límites de la actual economía globalizada, basada en la producción, el intercambio y el consumo sin fin, tal vez se encuentren en los propios límites de lo material, en la finitud del espacio y de la propia materia de la que dependemos y estamos hechos.
Mucho tendremos que imaginar, mucha realidad virtual habremos de crear ahora mismo para satisfacer nuestras emociones actuales y que sirvan de base para las realidades futuras, para conseguir el mayor nivel de bienestar con el mínimo consumo material y energético, que podría sustituirse por otros tipos de consumo basados en un mejor conocimiento y gestión de las emociones, con miras a que cada ciudadano pueda administrar sus propias emociones con el mayor grado de eficiencia y eficacia.