A trabajar, vaguetes
Artículo de Alfonso Ussía hoy en La Razón sobre los liberados sindicales
Esperanza Aguirre está a un paso de obligar a dos mil liberados sindicales a trabajar para quien les paga, que es la Comunidad de Madrid. Nos ahorraríamos los madrileños setenta millones de euros al año, que es lo que cuestan los sustitutos de los que cobran por no trabajar. La ciudadanía está harta de la holganza y vagancia de los sindicalistas liberados, y últimamente se les ha visto demasiado el plumero. Con el plumero escondido, pasaban desapercibidos. Pero lo han sacado y expuesto con desmedida arrogancia a ojos de la sufrida ciudadanía, y junto a la indignación, se ha destapado el desprecio.
En las grandes empresas, a los liberados sindicales se les dice de todo. A sus espaldas. No se les puede decir a la cara porque no van. Hace años, al menos, acudían a cobrar el día del pago. Ahora todo se hace por los bancos y hay liberados que no han pisado ni una sola vez el suelo de sus empresas. En la Comunidad de Madrid hay más liberados sindicales que gorriones, y hay que enseñarles el camino de sus puestos de trabajo. Curiosa la mínima diferencia entre las voces «gorrión» y «gorrón», casualidad que dejo en manos de los expertos para que sea analizada adecuadamente.
El ambiente no está para bromas ni abusos. O cambian las estructuras de los sindicatos, o los sindicatos pueden estar viviendo sus últimos años de incompetencia y holgazanería. Al genial Enrique García Álvarez, el autor teatral más vago del siglo XX, le habría hecho feliz ser liberado sindical, aunque su sentido de la libertad y la independencia le hubiera apartado de ese camino. «Confieso con harto afán / y sentimiento profundo,/ que soy el más holgazán/ que Dios ha puesto en el mundo». Que se apliquen el epigrama.
No se trata de una discusión o diferencia entre las llamadas derechas e izquierdas. En el mundo laboral, y en la izquierda trabajadora, la distancia que se ha establecido entre los que dan el callo y los que se tocan el bolo es de muy difícil reparación. Ahí no hay ideología ni militancia, sino sentido común y agravio comparativo. No creo que a los trabajadores de Sanidad y Educación de la Comunidad de Madrid les parezca desproporcionada la pretensión de Esperanza Aguirre. Que trabajen los liberados que superan el cupo de vagos admitidos y ahorren a los madrileños setenta millones de euros. Si Esperanza Aguirre culmina su valiente y lógico propósito nuestros sindicatos ya pueden ponerse las pilas, porque la valentía, tan escasa, cuando se produce resulta contagiosa, y muchas administraciones y empresas seguirán su camino. Y al referirme a «nuestros» sindicatos, no lo hago con intención de afecto y cercanía, sino de propiedad. Son nuestros sindicatos porque mantienen sus gigantescas e inútiles estructuras gracias a los impuestos que pagamos los españoles.
La mediocridad y la vagancia no van a sacarnos de la crisis económica. Se dice ahora que el Gobierno tiene pensado aumentar los impuestos alcanzando el 45% del IRPF. A eso se le llama cometer un legal robo a mano armada. Seamos todos los atracados. Y los liberados, que trabajen. Si es que se acuerdan de ello.