Nada hay más opuesto a la mentalidad, a las necesidades y al sentido de nuestra época que las formas políticas y económicas elaboradas por el espíritu liberalburgués. Estas formas han sobrevivido a su propia eficacia, y los pueblos se desprenden hoy de ellas como de utensilios cuyo uso resultase ya ruinoso y molesto. La subversión cuyo desarrollo se viene perfilando en estas páginas actúa verdaderamente de liberadora de esas viejas formas, y constituye un esfuerzo por desprenderse de ellas, por evadirse de su caducidad.
La permanencia y duración de las instituciones demoliberales supondría hoy, para el mundo, la imposibilidad de extraer de esta época valor alguno, condenándola a vivir prisionera de formas que le son extrañas, en estado de amputación y de parálisis.
Es bien notorio, sin embargo, que la época actual logra, de un modo relativamente sencillo, desprenderse con éxito del peligro de falsearse y anularse. Lo comprueba la realidad subversiva que venimos estudiando, poblada como ha podido verse, no de fracasos ni de intentos fallidos, sino de victorias resonantes y completas.
El resultado de la trasmutación contemporánea será fatalmente el vencimiento de todas las formas políticas, económicas y culturales propias de la mentalidad y del espíritu de la burguesía capitalista, y a la vez, su sustitución por otras que sean una creación directa de las fuerzas hoy representativas y operantes.
Si analizamos un poco las características vitales y sociales del espíritu burgués, bien pronto percibiremos su absoluta oposición y su contradicción radical con los valores más vivos y fértiles que hoy aparecen.
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1. SU ACTITUD INDIVIDUALISTA
Las instituciones demoburguesas han sido elaboradas bajo la creencia de que el individuo, como tal, es el sujeto creador de la historia, y por tanto, que el cumplimiento de sus fines, como tal individuo, es la misión más respetable y fecunda del hombre. Todo ha de sacrificarse, pues, a esa misión individual, comenzando por el Estado, que no sólo no debe estorbarla ni mediatizarla, sino garantizarla eficazmente. He aquí la médula del Estado liberal, la función y la finalidad que le ha sido adscrita por la burguesía.
El Estado liberal es simplemente un utensilio para el individuo. No debe menoscabar en nada la libertad de éste, ni sacrificar esa libertad por ningún otro valor. Su mismo aparato coactivo se justifica en función de la libertad, garantiza la libertad y «los derechos» de los individuos.
Es notorio que unas instituciones así hicieron posible el robustecimiento histórico del régimen capitalista, la culminación de una clase social, la burguesía, que desarrolló hasta el máximo la energía creadora de sus miembros, e impulsó de un modo enorme su progreso económico, cultural y político. En tal coyuntura, el individuo hizo conquistas sorprendentes, adquirió un poder social enorme, y logró asimismo un elevadísimo nivel de vida. Todo estaba a su servicio, al alcance de su mano, para ser utilizado por él como instrumento de poder, de sabiduría o de riqueza.
No cabe desconocer la importancia considerable de esa etapa histórica y el número de adquisiciones valiosas que hizo durante ella la humanidad. Lo que sí puede afirmarse, desde luego, es que su período de vigencia ha sido corto, y que ya hoy vemos con claridad absoluta el manojo de contradicciones y monstruosidades que encerraba en su seno. Por muy minúsculas que sean las dotes de observación y comprensión que se tengan, cualquiera las advierte y las comprende hoy. O las presiente, que es igual.
Pronto ocurrió y se hizo patente que aquella supuesta grandeza individual, y aquella supuesta generosidad que informaba a las instituciones, era de hecho accesible a muy pocos, y consistía y se mantenía a costa de atroces injusticias.
Y era accesible a muy pocos, no porque fueran pocos los individuos sobresalientes, sino por propia naturaleza del sistema y de los fines que se señalaban como apetecibles. Eran muchos los hombres que podían aspirar al poder político, a la riqueza y a la cultura, y con dotes y capacidad para conseguirlo, pero fatalmente esa trinidad de bienes tenía que ser acaparada y monopolizada por muy pocos. Pero como el sistema admitía y hacía posible la concurrencia, la lucha y la pugna, a ellas se lanzaron las gentes con frenesí.
Y ahí tenemos las turbinas que operaron en el seno del individualismo burgués: los partidos políticos, en número cada vez mayor y más abundante, con aspiraciones e ideales programáticos distintos. Las empresas económicas, la producción sin orden ni concierto y la especulación financiera. Las escuelas y las morales diversas, la disgregación espiritual de la cultura.
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2. EMPEQUEÑECIMIENTO DEL HOMBRE
Y he aquí cómo el espíritu burgués, en honor y honra de la dimensión individual del hombre, condujo a éste a contradicciones y resultados como los que hoy presenciamos. Claro que no sin atravesar etapas de cierto esplendor y de liberar a la humanidad de poderes regresivos abominables. El liberalismo político y el capitalismo económico nos parecen hoy entidades y formas repletas de vacuidad, de ineficacia y de injusticia. Pero han realizado y cumplido una misión en la historia, tanto más reconocida como tal por sus actuales debeladores, mientras con más prisa y vigor la declaran mendaz y caducada. La prueba de ello la tenemos en que la subversión no corre a cargo de los poderes políticos desalojados por la burguesía liberal, es decir, del «antiguo régimen», a pesar de que aún es defendido y sostenido en pie por algunos. Y tampoco el derrocamiento del capitalismo se hace e intenta por las formas económicas y sociales que le precedieron.
La subversión contemporánea, al enterrar las formas demoliberales de la burguesía capitalista, lo hace revolucionariamente, esto es, no volviendo a las formas antiguas, sino descubriendo e inventando otras nuevas.
A la postre, en medio de las instituciones y de la civilización liberal-burguesa, el hombre resultó maltratado, explotado y empequeñecido.
La libertad política cristalizó necesariamente en la democracia parlamentaria, y tal sistema trasladó el Poder con rapidez suma a las oligarquías partidistas, a los magnates, dueños de los resortes electorales, de la gran prensa y de la propaganda cara.
La libertad económica lo dejó reducido en la gran mayoría de los casos a un objeto de comercio, cuando no a la atroz categoría de parado, de residuo social.
Por último, el hombre se vió privado de valores permanentes y firmes. Todos aquellos que tienen su origen y alcanzan su sentido en esferas humanas extraindividuales. Los valores de comunidad, de milicia, de disciplina justa. Y el valor de la Patria, la dimensión nacional del hombre, la que arranca y comienza antes que él y termina y concluye después de él. (No señalo el valor religioso, porque éste no ha peligrado propiamente bajo el signo de la burguesía individualista, ya que, entre los fines individuales, cabe perfectamente la preocupación religiosa de salvar el alma.)
En resumen, la vigencia de las formas de vida típicamente burguesas originó de un modo exclusivo el encumbramiento de una minoría política (las oligarquías) y de una minoría social (los grandes capitalistas), y como tal situación de privilegio carecía y carece en absoluto de raíces profundas, es decir, no se basa en valores jerárquicos reconocidos como justos, sino que procede de una libre concurrencia y pueden ser apetecidos por todos, surge la sospecha de que se deban al engaño, la mendacidad y la injusticia, haciéndose, por ello, más irritantes e insufribles.
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3. LA VANGUARDIA DISCONFORME
Fueron, naturalmente, los trabajadores los primeros en percibir que el mundo político y económico, creado por la burguesía demoliberal, resultaba una cosa, un artilugio, bastante poco habitable. Su respuesta histórica fue el marxismo, primera contestación sistemática, primera dificultad que se atravesaba en el camino de la democracia parlamentaria. Porque es evidente que el sistema demoliberal encuentra sólo su justificación práctica y teórica cuando es considerado, por todos, como método aceptable de convivencia. Pero el marxismo decretó y consiguió la insolidaridad proletaria, es decir, proveyó a los trabajadores de una doctrina y una bandera, dentro de las cuales no había sitio alguno para la colaboración pacífica y legal con las demás clases. A pesar de que existan otras interpretaciones del marxismo, entiendo que hay en él una formidable y fecundísima tendencia a apartar a los trabajadores, no sólo del mito demoliberal de la burguesía, sino del mito mismo de la libertad política. (La frase de Lenin «¿Libertad, para qué?» es aún más profunda de lo que se cree, está pronunciada por un marxista, y su contestación resulta de veras difícil en esta hora crítica de la política mundial.)
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4. AGOTAMIENTO Y CONTEMPLACIÓN DE LAS PROPIAS RUINAS
Es notorio que una de las realizaciones políticas que vienen persiguiéndose hoy en Europa, consiste en desalojar al espíritu burgués de las zonas gobernantes. La democracia parlamentaria otorgó el Poder, y lo otorgará siempre mientras subsista, a la burguesía misma, o a sus representantes más directos, que son los partidos.
Pero ocurre que el burgués carece en absoluto de capacidad para las tareas políticas rectoras. Es el tipo social menos propio y adecuado para el ejercicio del poder político. Le falta por completo el sentido de lo colectivo, el espíritu de la comunidad popular, la ambición histórica y el temple heroico.
Todo lo que actúa hoy como germen de resquebrajamiento, de impotencia, de cansancio y egoísmo, se debe de un modo directo al predominio social de la burguesía, y al predominio político de sus mandatarios, sus abogados y testaferros.
Ha entrado hace ya tiempo la civilización demoburguesa en una etapa final, caracterizada por la hipocresía, pues habiendo perdido ella misma la fe en sus principios, trata de sostenerse a costa de desvirtuarlos y falsearlos cínicamente. Favorece tal empresa el hecho de que la actitud característica del espíritu demoburgués —tendencia a la crítica, ceguera para lo colectivo, tibieza patriótica, falso humanitarismo sentimental, etc.— es compartida por anchas y extensas zonas, ya que sus contornos no se ciñen sólo a capas y sectores de privilegio económico, sino que alcanzan y comprenden también núcleos populares, proletarios, captados por él y por sus características más viles y degradadas.
Pero esa actitud histórica, en su sector más representativo y operante, tiene ya hoy plena conciencia de su infecundidad y agotamiento. Advierte que sus ideales políticos, lejos de construir y edificar nada, se transforman apenas salen de sus labios en fuentes de destrucción y de discordia. Sabe que su sistema y su ordenación económica conducen al advenimiento de crisis gigantescas, a su propia ruina y al hambre de las grandes masas en paro forzoso. Ve, asimismo, que las instituciones políticas y sociales, creadas por ella, convierten a las naciones en teatro permanente de sangrientas pugnas, y debilitan cada día más la solidaridad nacional, hasta poner en peligro la propia vigencia histórica de los pueblos. Percibe que no sabe qué hacer con las grandes oleadas juveniles que van llegando, y contempla, por último, la inminencia de su agotamiento y de su desaparición irremediable.