Un buen amigo me dijo en cierta ocasión, hace muchos años: "Los periodistas no soléis tener ni puta idea de nada". Yo añado: "Ni falta que nos hace". Buscamos la verdad con datos y declaraciones de quienes saben.
Después de escribir la historia de la investigación sobre el asesinato de mi padre y de otros seis hombres inocentes, las dos primeras preguntas que me vienen a la cabeza son "quién" y "por qué". La primera tiene una contestación compleja. La segunda, ni siquiera eso.
QUIÉN Y POR QUÉ
He tratado de explicar una historia que nunca quise tener que contar, pero a la que no he tenido más remedio que enfrentarme. He buscado la verdad de la única manera que sé. He llegado tan lejos como he podido, dentro de la legalidad y con las armas de las que disponía. Unas veces he sido investigador. Otras veces, víctima. En algunas ocasiones he sido periodista. Y casi siempre, sólo un ciudadano atónito, protagonista de la más real de las películas de investigación, de suspense, o directamente de terror.
Cuando arranqué esta amarga aventura, mi principal objetivo era conocer qué había pasado realmente aquel 21 de junio de 1993 más allá de las descarnadas crónicas periodísticas de la época y de otras literaturas poco afortunadas. No buscaba venganzas ni sentía rencor alguno, sino que me impulsaba la necesidad de conocer la verdad. Poco a poco me di cuenta de que esa verdad sólo podría salir a la luz a partir de los autores del atentado, los que apretaron el botón para que aquella furgoneta se convirtiera en un amasijo de hierro, carne quemada y sangre reseca.
¿Son ellos los que aparecen en este relato? Yo no lo sé con total certeza. No hay pruebas inequívocas ni evidencias, pero sí serios indicios. Podría decir lo mismo quien haya leído esta historia con un mínimo sentido crítico. No obstante, se abre una vía nueva de investigación para averiguar la verdad; en este país, eso es también responsabilidad de los jueces y fiscales.
También ha aparecido otra senda inesperada, al menos para mí, que es la de la responsabilidad política. Y ésta no prescribe ni caduca.
¿Llegará la Fiscalía hasta el final? ¿Continuará la investigación judicial? ¿Se depurarán las responsabilidades penales y políticas de quienes tomaron decisiones erróneas? La pelota está ahora en el tejado del Estado que, en mi opinión, debería actuar ya. Esta investigación ha sacado a la luz nuevos datos que apuntan a personas que, por unas razones u otras, no han asumido su responsabilidad ante la Justicia, ante los ciudadanos y ante la historia.
Este relato aporta la única versión completa y razonada que existe hasta ahora de la autoría de la masacre de la Glorieta de López de Hoyos en Madrid
Este relato, fruto de tantos meses de duro trabajo, aporta la única versión completa y razonada que existe hasta ahora de la autoría de la masacre de la Glorieta de López de Hoyos en Madrid. Ahora hay una base sólida sobre la cual se puede llegar a contestar a la pregunta "quién" de manera unívoca. ¿Quiénes fueron los autores? Los etarras que integraban entonces el comando Madrid. Algunos quedan identificados, al menos mediante indicios claros, en este relato. ¿Quiénes idearon el atentado? Sus responsables operativos. ¿Quiénes pudieron evitarlo? Ellos mismos y los Cuerpos de Seguridad del Estado. ¿Quiénes tomaron las decisiones que sellarían el trágico destino de mi padre y de otros seis hombres?
A lo largo de estos años, mientras me esforzaba por obtener respuestas a la pregunta "quién", iba abonando el terreno para otra pregunta más terrible, más complicada y sin respuesta: "Por qué".
¿Por qué no se ha investigado a lo largo de los años y de forma exhaustiva no sólo la muerte de mi padre y sus compañeros, sino de cada uno de los asesinatos terroristas que han sacudido España en las últimas cinco décadas y que permanecen sin resolver? ¿Por qué tiene que ser un familiar o un allegado quien tenga que buscar en los sótanos del Estado para arañar nuevos datos y mantener viva la causa? ¿Por qué quien tenía la obligación de ayudarme o, al menos, de facilitarme este terrible trabajo, hizo todo lo contrario?
En última instancia, ¿por qué tuvo que morir mi padre?
MEMORIA HISTÓRICA
Cuando hace dos años me puse a escarbar en la hemeroteca y poco a poco llegaban los informes policiales que apuntaban directamente a Garcia Corporales como uno de los posibles autores materiales de la masacre, supe que había conseguido mucho más de lo que pensaba al principio de esta aventura. De alguna manera cumplía mi deseo principal, averiguar qué había pasado aquel 21 de junio de 1993.
Sin embargo, me decidí a continuar con el proceso. Incluso con muy pocas posibilidades de éxito, cualquier dato nuevo, cualquier declaración relevante, iba a perdurar en un documento público. Y esta información quizá, con suerte, podrá ser utilizada en otros procedimientos abiertos o por abrir.
Aún hay muchos asesinatos de ETA sin resolver, varios atentados sin autoría declarada y demasiados casos que no han llegado siquiera a los tribunales. Algunos estudios señalan nada menos que casi 400 muertes sin aclarar: concretamente, 314 en democracia y otras 66 durante la dictadura.
No puedo hablar por ninguna víctima, sino por mí: necesito saber la verdad
No puedo hablar por ninguna víctima, sino por mí: necesito saber la verdad. Necesito saber qué ocurrió, quién lo hizo y todas las circunstancias posibles para saber por qué mi padre tuvo que morir, y si pudo haberse evitado. Esa ha sido mi obsesión durante los últimos años. Puede que no logre que el peso de la Justicia caiga sobre los autores y los cómplices necesarios de la tragedia que me dejo sin padre, pero habré conseguido algo que es para mí mucho más importante: memoria histórica.
Porque esto es memoria histórica.
LO QUE QUEDA POR HACER
"La verdadera historia del terrorismo en España está aún por escribir". Esto me lo dijo uno de mis contactos en el Pais Vasco. Según su opinión, las decenas de miles de informaciones que recogen las hemerotecas o los cientos de libros escritos al respecto no se acercan a formar una imagen fiel de lo que ha supuesto la violencia terrorista en España.
Creo que es imprescindible hacer un esfuerzo común para exponer a la opinión pública, con el mayor detalle posible, la relación que siempre ha existido entre el Estado y ETA. Quizá sea conveniente recordar que los poderes públicos, que emanan de todos nosotros -el pueblo español es el sujeto de la soberanía nacional-, no pueden ampararse en el secreto ni ejercer tutelas sobre una sociedad, la nuestra, lo suficientemente madura como para ejercer un sano y necesario control sobre las instituciones.
Pero es que además nuestro Estado es la personificación del orden jurídico, es la materialización de unas reglas del juego. Si se rompen las normas, si no se aplican las leyes, si se falla en la obligación de proteger y amparar al ciudadano, el Estado fracasa. ¿Es este relato una demostración más de este fracaso?
Este caso es sólo un ladrillo en un edificio inmenso, siempre sin terminar. Esa estructura es la historia y ha de construirse con verdad. Hoy puedo decir que ya existe al menos una versión de lo que realmente pasó aquel horrible 21 de junio de 1993, cuando asesinaron a mi padre.
Antes no había ni eso.
ESPERANZA
Cuando publiqué el artículo El folio 825, en el que contaba cómo había conseguido que la Audiencia Nacional reabriera el caso del asesinato de mi padre, lo hice lleno de esperanza. Aunque no sabía por dónde empezar, creía honestamente que iba a poder tener acceso a datos y testimonios, conocer, saber. Luego la realidad me sacudió tantas veces en tan poco tiempo que se me cayó la ilusión.
Me encantaría decir lo contrario, pero no creo que este caso pueda servir de ejemplo para nadie que quiera investigar casos similares. Al releer aquel artículo quisiera poder corregirlo. Concretamente, la parte en la que me refería a otras víctimas de otros atentados. "Me gustaría que todas las víctimas en la misma situación sepáis que es posible hacer algo", decía entonces. Hoy no lo tengo tan claro.
Al hacer balance de mi investigación me doy cuenta de que he tenido mucha, mucha suerte
Al hacer balance de mi investigación me doy cuenta de que he tenido mucha, mucha suerte. Ser periodista me ha permitido acceder más fácilmente a determinadas personas y documentación. Tener cierta formación jurídica me ha permitido saber en todo momento a lo que me enfrentaba y hasta dónde podía llegar. Por no mencionar la gran fortuna de que un personaje anónimo apareciera de la nada para darme las pistas fundamentales. ¿Qué probabilidades hay de que esto le ocurra a otro hijo, a otra viuda, que quiera investigar la muerte de su propio padre o marido?
El resto del párrafo lo dejo igual. "Se puede y se debe hacer algo", decía entonces. Hoy lo sigo pensando, pero sé lo complicado que es. "Duele, pero es necesario", decía entonces. Hoy puedo afirmar que es, de lejos, lo más doloroso que he tenido que hacer en mi vida. "Hay que moverse ya. Nadie lo hará por vosotros (nosotros). Encontraréis ayuda en el camino", concluía.
A pesar de los obstáculos, tan decepcionantes todos ellos, he tenido la gran suerte de contar con valiosas asistencias inesperadas.
PAZ
Comencé a escribir este relato durante el verano de 2015. Hasta entonces, todo se había desarrollado con tal discreción que ni siquiera mi madre estaba al tanto de mis pesquisas. Me moría de ganas de contárselo, aunque sabía que le iba a resultar muy duro. Sin embargo, ella tenía interés en conocer la historia que había escrito hasta ese momento.
Hace poco le leí una treintena de hojas impresas. Ella estaba recostada en un sofá, concentrada, inexpresiva. No sabía cómo iba a ser su reacción, me angustiaba que volviera a revivir tanto sufrimiento, tantos años después.
Cuando terminé esperamos un rato en silencio, en el salón de su casa. "¿Qué te ha parecido?", le pregunté en voz baja. Ella me contestó algo que, de repente, dio sentido a tanto trabajo y a tantas noches sin dormir.
Mi madre dijo: "Me da paz".