Juan Prat y Coll, exdelegado de la Generalitat: «Puigdemont es el hazmerreír en Bruselas»
El exembajador español publica «De Cataluña a Catalunya», un libro donde recoge las memorias de toda una vida al servicio del Estado
Javier Arias Lomo
Juan Prat y Coll representa la conjunción de tres identidades: Europa, España y Cataluña. El
diplomático ha desempeñado durante su vida profesional diversas labores entre las que destacan haber puesto en marcha la delegación comercial española en la Unión Soviética o haber ocupado la dirección general de
Relaciones Exteriores, convirtiéndose en uno de los artífices del «Proceso de Barcelona en el Mediterráneo». Actualmente reside en Bruselas, donde también ha desempeñado el cargo de
delegado de la Generalitatdesde 2011 hasta 2013.
¿Qué le transmite la idea de Europa, España y Cataluña?
La portada del libro transmite perfectamente esta idea. Aparece la Sagrada Familia, con el Atomium de Bruselas y el escudo de Roma. Se titula
«De Cataluña a Catalunya», pero también podría haberse llamado de Barcelona a Europa pasando por Bruselas, por ejemplo. Dada la actualidad del momento preferí llamarlo así por el hecho de que cuando yo salí se escribía con «ñ» y ahora se escribe con «y». Soy un europeísta convencido. He sido diplomático durante mucho tiempo, pero sobre todo he pasado muchos años en Bruselas, en la etapa de construcción europea. Fue un periodo espléndido. Desde el momento en que nos integramos en la Comisión allí no había ni partidos políticos ni historias, éramos todos europeos y trabajábamos todos para un mismo fin: la construcción de Europa.
¿Fue inesperado que le nombrasen delegado de la Generalitat en Bruselas?
Sí, eso sucede al final de mi carrera, cuando inesperadamente fui cesado como embajador en La Haya. Hubo un cambio de ministros y me tocó que las fichas de dominó fueran cayendo. Estaban buscando a gente, y hablé con Duran i Lleida, que es el político catalán con el que siempre me he sentido más identificado. Me dijo que no querían a nadie de partido, por lo que mi perfil se adecuaba a la perfección. Creí que podría ser útil y así fue. Durante los dos años que estuve allí, Cataluña se convirtió en un referente entre las regiones europeas. Aquello ha cambiado y ahora la delegación catalana tiene a una señora que está perseguida por la justicia. Hoy Cataluña se ha transformado en un problema, y en Bruselas todo el mundo está perplejo con lo que está sucediendo.
¿Cómo fue su relación con Artur Mas?
Mi relación con Mas siempre fue muy buena hasta que él decidió convocar elecciones a medio plazo. Lo hizo después de la Diada de septiembre de 2011. Nos convocó en el Palacio de la Generalitat en Barcelona para decirnos que en septiembre se iba a ir a Madrid a hablar con Rajoy y que aquello se había acabado si no le daban lo que quería. Cuando formaron el nuevo gobierno con ERC y se vieron obligados a contar con la CUP le fui a ver para decirle que mi perfil ya no le servía, le enseñé mi pasaporte diplomático como embajador de España y le dije: con esto, presidente, yo no puedo seguir. Él me contestó que lo sentía, pero que lo comprendía.
¿Y Carles Puigdemont? ¿Quién cree que tiene más responsabilidad de la actual situación?
Puigdemont es más un «cupista» que otra cosa. No entiendo por qué Mas dejó esto en sus manos. Puigdemont no estaba a la altura para ser presidente de una comunidad autónoma como Cataluña, y no digamos el virtual que tenemos ahora. Puedo estar en desacuerdo con Mas, pero era un hombre culto y honorable que se equivocó creyendo muchas cosas que él mismo contaba y que no debería haber creído. Pero tenía otro perfil. Puigdemont, en Bruselas, ya es el hazmerreír. ¿Cómo vas a ser miembro del Parlamento Europeo sin jurar o prometer la Constitución de un Estado miembro?
¿Se despilfarraba dinero en las delegaciones de Cataluña?
Lo que era muy caro era el alquiler. Me sorprendió encontrar unas oficinas espléndidas en pleno centro de la zona europea de la ciudad. Aunque si te fijas en la de Baviera, por ejemplo, es como una embajada, un palacio. Las de España son más pequeñas, pero la de Cataluña indudablemente es la más grande de las españolas. Aunque toda la deriva de utilizar las delegaciones para que jugasen el papel de embajadas vino después.
¿Qué grado de responsabilidad ha tenido la Administración Central en la cuestión independentista?
La única responsabilidad es de quienes han tomado decisiones unilaterales totalmente incomprensibles en un país democrático y su Estado de derecho. ¿Ahora, por qué estos se han creído que podían llegar hasta aquí? Ese es el tema. Todos coincidimos en que deberíamos hacer un poco de autocrítica, pero dialogar con alguien que quiere sentarse contigo como un país extranjero es difícil. Mas y su equipo, sobre todo forzados por ERC, se equivocaron. Pensaron que era el momento idóneo para ello: la grave crisis en España, la alta tasa de desempleo, especialmente entre jóvenes... Pensaron que uniendo a la gente tradicionalmente independentista con la que estaba contra el sistema, como la CUP, la coyuntura les sería favorable.
¿Ha pagado algún precio por adoptar esa actitud conciliadora?
Si yo estuviera en política tendría que pagar un precio como lo ha hecho Duran i Lleida, pero como no lo estoy, puedo opinar con la visión de la experiencia de estos 45 años. Efectivamente, hoy hay que tener valentía y más capacidad de ir al centro. Ahora los partidos de la derecha se han ido demasiado a la derecha y los de la izquierda, a la izquierda. Han dejado el centro vacío. Yo creí que habría algún partido político que ocuparía este espacio y no lo ha hecho.
¿Cómo ve que en España no haya triunfado el euroescepticismo que ha emergido en otros países?
No ha sucedido ni sucederá. Hemos sido europeístas desde el primer día. Otros países como Reino Unido han querido jugar otro papel en Europa sin sentirse europeos. Lo de Italia sí nos debe sorprender porque siempre ha sido un país proeuropeo, pero ahora se han hartado de los políticos, y quien ha pagado el pato ha sido Europa. Y luego están los países del este como Hungría o Polonia. Les cuesta mucho ceder un poco de su soberanía a la Unión Europea porque están en un momento histórico distinto al nuestro, en el que predominan las ideas decimonónicas de independencia y soberanía, cuando en realidad en un mundo interdependiente la única declaración que se puede hacer es la de interdependencia. Sin embargo, la postura más desintegradora es la independentista catalana, de la que ni ellos son conscientes, por más que digan que son europeos. Lo más antieuropeo que puede haber es querer desintegrarse de un Estado.