El humo de las barricadas tapa el conflicto político de fondo y convierte el paisaje en una nebulosa. Por mucho que se pudiera prever que cualquier sentencia no absolutoria acarrearía reacciones de protestas, era difícil imaginar adoquines arrancados, barricadas ardiendo y -de momento-, 600 atenciones sanitarias entre las que se encuentran varias personas en estado grave. Pocos días después de conocer el fallo del Tribunal Supremo ya apenas se habla del mismo, ya casi nadie debate si las penas son excesivas o no, si abre la puerta para que los presos puedan ser puestos en libertad vía vigilancia penitenciaria o si esta salida no es posible, o de las consecuencias jurídicas que puede tener la interpretación que el alto tribunal hace del delito de sedición. El debate hoy es qué hacer ante las noches y noches de violencia callejera y cómo puede articular cada cual sus estrategias a tres semanas de unas elecciones generales.
Para empezar siquiera a buscar caminos de salida –algo que debería ser la primera obligación de todo responsable político–, lo primero que hay que hacer es diagnosticar bien la situación, lo cual no siempre es fácil ni cómodo, porque implica reconocer la diversidad que hay detrás de cada palabra en esa realidad hoy enmascarada por el humo.
Como es sabido, una parte del movimiento independentista lleva tiempo hablando -haciendo gala de sus raíces románticas- de "un solo pueblo", negando por tanto la existencia de la otra mitad de catalanes y catalanas que no cuestionan la relación de Cataluña con el resto de España o que sugieren incluso una recentralización. Esta negación de las evidencias alcanzó uno de sus máximos puntos el pasado sábado cuando el president Torra declaraba "llegaremos tan lejos como el pueblo de Cataluña quiera llegar." ¿A qué pueblo se refería el president? ¿A la mitad de catalanes -aproximadamente– que se encuentran cómodos en la España actual, a los independentistas que buscan una vía pactada y dialogada, a los que apuestan por el unilateralismo…? Negar la división de la sociedad catalana en este momento impide encauzar y dar algún sentido al conflicto. Si realmente se cree esa tesis, el señor Torra demuestra su incapacidad de análisis. Si es solo propaganda, su irresponsabilidad.
Lamentablemente, las tentaciones simplificadoras no acaban aquí. El humo que oscurece
la diversidad social en Cataluña, también impide ver
la pluralidad dentro del movimiento independentista. En el medio millón de personas que se han manifestado pacíficamente en las marchas que confluyeron en Barcelona el pasado viernes los hay que "lo volverían a hacer", quienes abogan por salidas pactadas rechazando el unilateralismo, quienes justifican las barricadas en las calles, y quienes las condenan. Hacer creer que todo es lo mismo bajo una misma etiqueta supone desconocer al movimiento, lo que impide diagnosticar la situación y poder gestionarla.
Para poder entender bien qué está pasando en las noches catalanas, necesitamos conocer bien
los perfiles de sus protagonistas. Trabajos como
este o
este otro nos van dando indicios de que estamos ante una reacción que agrupa a
militantes anarquistas, con parte de independentistas, y jóvenes rebeldes que expresan la frustración creada tras años de pensamiento mágico sobre la independencia de Cataluña para conseguir la Arcadia prometida. Pensar que se trata de un movimiento teledirigido por el gobierno de la Generalitat es obviar su procedencia, sus características e intereses, máxime cuando se están revolviendo sobre muchos de los líderes independentistas. La petición de dimisión del conseller de interior o los abucheos a Rufián al grito de "¡butifler!" son muestra de ello.
Junto a todo lo anterior, hay que añadir que la situación generada por la sentencia y sus reacciones no puede analizarse obviando que
estamos en medio de una campaña electoral de alto riesgo. Por primera vez la
CUP se presenta a unas elecciones generales, y las proyecciones que les dan las encuestas no son malas. De cómo unos y otros gestionen estos próximos días depende que mejore, o no, su resultado. ¿A costa de quién? El temor a esta respuesta es uno de los factores que
dificulta que ERC se distancie de forma clara de Quim Torra, con el que ya muestra notables diferencias e incomodidades. Una reacción contundente de los republicanos podría hacer caer el Govern de la Generalitat y convocar nuevas elecciones que le dieran a ERC la presidencia del Gobierno. De su habilidad para erigirse en representantes del independentismo pragmático consiguiendo escapar de la amenaza de ser tratados como traidores depende su liderazgo, su resultado electoral y probablemente, una parte importante de la "desinflamación" del conflicto.
Una de las llaves de la caja del ibuprofeno la tiene hoy Esquerra Republicana de Catalunya.
Los cálculos electorales presiden también las reacciones en
los partidos de ámbito estatal. El PSOE sabe que juega con fuego: una respuesta contundente como le pide la derecha le haría perder votos progresistas, pero su apuesta por exhibir gobernabilidad le impide sostener la situación de conflicto y revueltas en las calles mucho más tiempo.
Como dijo Sánchez hace unos días, "la mesura es una fortaleza", pero debe dar resultados.
La lectura es totalmente distinta en el campo conservador. Mientras a la izquierda el debate sobre nacionalismos y modelo territorial del Estado siempre le ha resultado incómodo, le ha creado contradicciones y ha dado lugar a posiciones diversas,
a la derecha le sitúa en un marco idóneo. Podrán competir sobre el grado de dureza pero saben que comparten estrategia y táctica.
Hacer del conflicto en Cataluña el tema central de la campaña es, sin duda, su mejor escenario, algo que –por cierto- no consiguieron el pasado 28 de abril, cuando buena parte de la izquierda, hoy frustrada, desilusionada y dividida, salió en masa a parar a la extrema derecha y a la derecha extremada. De eso hace solo seis meses, y en ese tiempo hemos visto cómo el panorama político español daba varias vueltas de campana.
Si llevamos la mirada no ya al 10, sino al 11 de noviembre, la situación se complica aún más. Suponiendo que las encuestas no fallen demasiado, es
altamente probable que los partidos catalanes independentistas amplíen su presencia en el Congreso de los Diputados alcanzando, aproximadamente, entre 23 y 25 representantes. Si esto fuera así, ¿podría la izquierda formar gobierno sin contar con estos apoyos? A tres semanas vista, que se prometen largas e intensas, es excesivamente aventurado hacer conjeturas sobre cifras concretas, pero los escenarios deben estar previstos. El humo de las barricadas puede extender la tiniebla más allá de la calles catalanas.