Todos debiéramos reflexionar sobre qué hemos hecho para contribuir al clima actual, pero las responsabilidades no son las mismas, aunque a menudo se pretenda ridiculizar a los moderados a fin de hacerles callar En “Sin novedad en el frente”, la obra maestra de Erich Maria Remarque sobre la Primera Guerra Mundial, este describe a un personaje secundario pero importante. Es un maestro, Kantorek, que arenga a los estudiantes para que se alisten. Remarque lo describe como “un hombre pequeño y severo, con levita gris y cara de musaraña” que en las horas de gimnasia preguntaba con ojos húmedos y voz temblorosa si todo el mundo se iba a alistar. Remarque cuenta que quien se resistía era calificado de cobarde.
En Catalunya vamos sobrados de ellos; desde las instituciones y los partidos, desde ultrasubvencionadas tribunas, desde cenáculos onanistas amplificados por un ejército de bots y palmeros, son 'nerones' de saldo, que se cubren de una pátina de pedantería que pasa por intelectualidad (o de demagogia disfrazada de cercanía). Hay para todos los gustos, pero su característica común es, como en la novela, es una sentimentalización del conflicto y la guerra, y cierta glorificación estética de la violencia.
Después de la
sentencia era previsible una
reacción de rabia por parte de quienes han sido alimentados continuamente falsas expectativas por estos 'Kantoreks'. El mismo día, algunos de ellos -los imagino con su pijama de felpa y su copita de vino mirando el móvil- instaban a la gente a
resistir hasta el final en el aeropuerto, pese a que los propios organizadores de la marcha ya la habían
desconvocado. Otros -que imagino de una guisa similar- hacían bromas y chascarrillos sobre las penas. Todos debiéramos reflexionar sobre qué hemos hecho para contribuir al clima actual, pero las
responsabilidades no son las mismas, aunque a menudo se pretenda ridiculizar a los moderados a fin de hacerles callar. Porque el final de la descripción del maestro debiera ser un
aviso para navegantes: “Nadie presentía lo que iba a pasar. Los más razonables eran, sin duda, la gente sencilla y pobre; en seguida consideraron la guerra como un
desastre, mientras que, por el contrario, los acomodados no cabían en su piel de alegría; y sin embargo, ellos, mejor que nadie, pudieron prever las
consecuencias”.