¡¡Vaya brujas las mujeres!! No hay quien las entienda. Yo me llevo bien con ellas a pesar de mi machismo y de mi misoginia.
Son todas más malas que un puto veneno (perdón por el taco) durante toda su vida y, con los años, van aumentando su maldad y su egoísmo hasta límites insospechados. Ya viejas y pellejas hacen todo lo posible, y lo consiguen, por anular a sus maridos, logran que éstos sean una continuación "light" de ellas mismas.
A esas edades el maltrato psicológico inflingido a sus maridos es tan exagerado que los "viejos" me dan pena, por eso, sólo por eso tengo manía a las viejas maleducadas, groseras y zafias que te empujan en el autobus y se cuelan en el banco y en la verdulería.
Voy a dejarlo aquí porque si alguna fémina lee esto la podemos armar. Me libro de que no hay ninguna.
Os pongo una frasecita que de alguna forma puede llevarme la contraria en lo que he escrito anteriormente. Pero no.
"Le sonreí con esa sonrisa típica, fácil y bobalicona, que ponemos todos los hombres cuando nos gusta una mujer, y que ellas, captan al instante. A partir de ese mismo instante, las mujeres saben perfectamente que nos tienen en el bote y que pueden hacer con nosotros todo lo que quieran. Es literal, pueden hacer todo lo que deseen porque saben que el poder sexual lo tienen ellas y que lo pueden administrar y dosificar según su conveniencia. Desde ese momento, insisto, pueden hacer que comamos de su mano, y es que, debemos reconocer que los hombres no pensamos con la cabeza cuando por medio anda una mujer bella. Olvidé estos pensamientos que a nada me llevaban y, sin pensarlo, le guiñé un ojo. Elizabeth me miró con sorpresa, en sus ojos no hubo rechazo sino un reflejo de satisfacción y orgullo. Continué sonriendo y mirándola a los ojos como un pasmarote, ella me sostuvo la mirada".
En esas situaciones, las mujeres son maravillosas. Empieza el juego amoroso y son receptivas. Con el tiempo, y cuando ya han cazado al pardillo de turno que les va a alimentar todos los días saliendo de caza, y ya han procreado, la mujer cambia su bonita faz por su verdadero careto de todos los días, meses y años venideros, y que no es otro que el de sobrevivir a su marido, ese mentecato que de cuando en cuando intenta hacer el amor con ella.
¡¡Qué no quiero, te he dicho!!
Nota: Paro aquí porque me tengo que ir a trabajar. ¡Agur!