Boswell, me gusta mucho esto:
"Por eso, los locos son personas que no se reconocen en sus recuerdos: sus pilares de hormigón se han quebrado, y el edificio de su personalidad ya no les protege, dejando el espíritu de los locos a la intemperie y al albur del efecto de los elementos. Pobres locos que han perdido sus recuerdos".
Y esto:
"Su mirada, su sonrisa y su gran apetito compartido en la gran fiesta del comer, aseguran ya un día inolvidable, que perdurará para siempre, aunque ese día no caces nada. Sólo necesitas unas humildes migas y a tu padre para ser feliz. Casi sólo así es cuando el tiempo se detiene de verdad, como en una fotografía, y la puedes llevar siempre contigo, en la cartera de tu alma. Nunca se gasta esa fotografía. Siempre es nueva".
Y también esto:
"Que una mujer intuya que tiene a su macho dominado, y es como si un depredador oliera la sangre: abusará de él hasta límites insospechados.
Por eso la mujer los prefiere moderadamente canallas: de esta forma, si tiene una pareja a la que no puede dominar/subyugar del todo, tiene en el mismo hombre lo que siempre ha deseado: el marido que necesita para la vida diaria, y el travieso e impredecible amante con el que siempre ha soñado, y que le hace sufrir un poco, no demasiado. No hay nada más entregado y solícito que una mujer celosa e inquietada".
Escribes de maravilla, eres bueno, muy bueno. En esos pequeños fragmentos de escritos tuyos que te pongo lo demuestras.
Pero... yo soy muy torpe y hay que darme las cosas mascadas. Los libros muy bien escritos pero complicados y aburridos me sobran todos, quizás sea porque mi intelecto no me da para más. Sabes bien que a todo libro que se empieza a leer hay que darle un margen de maniobra de unas 60 páginas como mínimo, por lo tanto no se puede opinar nada de tu libro sin haber leído las 60 páginas de rigor.
Tus columnas son muy buenas -lo he dicho más arriba-, pero a lo que has escrito de Clara lo he visto confuso y no lo he acabado de entender (aquí entran mis cortas entendederas a las que aludía antes). Para darte mi sincera opinión debería leer mucho más.
Como ejemplo te voy a poner el caso del libro que he publicado, voy a poner tres páginas del mismo al azar, verás como no te dicen nada, pero si lees las anteriores y posteriores, quizás te dijeran algo más, lo mismo pasa con tu Clara.
ELEVEN - Los últimos corsarios.
El interior de la taberna era amplio y luminoso. Al fondo, los grandes ventanales miraban al activo puerto de la ciudad, a la derecha había una barra larga encima de la cual, pendían de cuerdas y ganchos, numerosos jamones, chorizos, longanizas y morcillas. Dentro de la barra, tres mozas con blusas blancas de generosos escotes deleitaban, en ocasiones sin proponérselo, a los clientes que miraban libidinosos las voluptuosas formas de las camareras que, ajenas a esas miradas se aplicaban en servir las bebidas demandadas con la mayor rapidez posible. Cerveza, vino y ron eran dispensados en grandes jarras de tosca madera. Pepet Coll, el encargado, pequeño, y barrigudo por la cerveza que continuamente bebía, ponía orden con malos modos y palabrotas en el caos del mostrador. Se notaba tensión entre las camareras y el desagradable posadero.
Desde una mesa del fondo, Zhiv se esforzaba, con grandes aspavientos de sus dos brazos, para que los últimos en entrar, Perico y Arra le vieran y se dirigieran a la mesa donde la capitana, dando la espalda a la ventana, les miraba mientras se acercaban.
La mesa en la que estaban sentados bordeaba por un lado a una improvisada pista de baile, en la que con un toque de solemnidad, cuatro músicos amenizaban la festiva velada. Uno de ellos, cojo y con un parche en su ojo izquierdo, tenía una mirada torva y aviesa, más propia de un malvado bucanero que de un músico.
Ellen tomó asiento al lado de Luigi, junto a la pista. Su pierna izquierda descansaba en el suelo, la derecha la apoyó distraídamente encima del banco. Su torneada pantorrilla debajo de la tela que la cubría, fue objeto de la mirada atenta de Zhiv, que enseguida imaginó, ¡qué artista, qué maestro cantero pudo esculpir ese maravilloso cuerpo! Ellen, con el sexto sentido que caracteriza a las mujeres, se volvió y miró a Zhiv con un poco de inquietud y, al mismo tiempo de orgullo por sentirse admirada y deseada. Con unos golpes en la mesa, Pilar llamó la atención de su tripulación para que escucharan sus palabras.
-Bueno amigos, Ignacio ya no está con nosotros, ha cobrado su parte correspondiente como grumete y se ha ido contento. Ese dinero le vendrá bien para pagar sus estudios.
-¡Elrichi! -llamó la Capitana-. Tú que llevas las cuentas, ¿cuánto dinero tenemos que repartir?
Elrichi sacó de una alforja que llevaba al hombro en bandolera, unos papeles astrosos en los que se entreveían escritos en dudoso orden letras y números, unos rojos y otros negros. Mac que en las cuentas actuaba como una especie de auditor, vigilaba con gesto serio que todo estuviera correcto.
-De la parte que nos corresponde a cada uno del botín conseguido en metálico, y antes de que se realice la venta de los bienes del barco, deberemos apartar una cantidad que servirá para correr con los gastos de todos nosotros durante el tiempo que permanezcamos en tierra –decía Elrichi-. Repartiremos una suma a cada uno, que no sea ni poco ni mucho, para que nadie pase apuros en el caso de que quiera comprar algo, pero que tampoco le sobre demasiado ya que podría extraviarlo o que alguien se lo robara con la consiguiente pérdida económica que esa situación le pueda ocasionar….
-¡Vale ya!, no te extiendas tanto en tus explicaciones, deja que cada uno haga con su dinero lo que crea conveniente –atajó Pilar interrumpiendo a Elrichi que cada vez que hablaba de dinero se explayaba sin parar de hablar.
Elrichi cesó su perorata, frunció el ceño y dijo enfadado:
-¡Conque esas tenemos! Si tú crees que puedes llevar mejor las cuentas y explicarlas también mejor, aquí las tienes –con brusquedad se las acercó a Pilar que se vio sorprendida por el mal genio de su segundo.
-Venga Elrichi, no te enfades, sabes de sobra que nadie de la tripulación puede llevar las cuentas tan bien y tan claras como tú –cucó un ojo Pilar a Mac cuando aquél no le veía-, ¿verdad Mac?
-Sí Pilar, nadie puede llevar las cuentas con tanta honradez y con tanta claridad como Elrichi –sentenció Mac, que por la expresión de su cara parecía que iba a estallar en carcajadas en cualquier momento.
En la cara bonachona de Elrichi asomaba una expresión de duda, no sabiendo a ciencia cierta si las palabras de Pilar y Mac eran sinceras o si sencillamente se estaban burlando de él. Sus pensamientos fueron interrumpidos y sus dudas olvidadas cuando sonó una canción dulce y melodiosa, rítmica y alegre al mismo tiempo.
Luigi, sin pensárselo dos veces y sin encomendarse a nadie, pidió con voz un tanto dubitativa a Ellen:
-¿Eres tan amable de concederme este baile?
-Encantada -respondió Ellen.
Espero querido amigo que mi pobre opinión te haya servido de algo.
Un abrazo.