Oye, yo que me veo el cimbrel como siempre, lo miro y me parece una joya.
Me sorprende que una parte de nuestro cuerpo se pueda hacer tan grande (esto nos pasa a unos pocos solamente, el resto están acomplejados) y al mismo tiempo, cuando el frío se apodera de nosotros se retrotae tanto, se esconde tanto, que encontrarlo es una aventura.
He cogido un FHM antiguo, en la portada figura una bella presentadora con un bikini escueto y precioso, está de muy buen ver, o sea buenísima y me he ido al váter. Con un vistazo lujurioso a la foto primero, varios pensamientos libidinosos después y un toqueteo (sólo toqueteo) por último, me he dado cuenta de que mi pito sigue tan arrogante, altanero, suavecito, gordo y largo como cuando tenía la edad que ahora tiene Boswell.
De pitopausia nada de nada, mi verdel está hecho un chaval y funciona que se mata. El único problema que tiene es el poco uso que le doy. (Este problema, evidentemente, no es culpa mía, como todos sabemos los hombres estamos dispuestos a hacerlo, bien o mal, siempre, en toda ocasión, circunstancia negativa o condiciones climatológicas adversas, los hombres queremos hacerlo siempre, siempre, siempre y si no lo hacemos es por el motivo que todos sabemos y que, por tan sabido que es, no voy a hacer mención de ello).
Ya no existen, lógicamente, las famosas poluciones nocturnas de la juventud, pero el aspecto y el tronío de mi PITO es innegable, inconmensurable y cada día me gusta más.
¿Pitopausia yo? ¡Venga hombre!