Así es, amigo Zacka. Yo, si viviera solo, lo haría en un apartamento de 30 metros a lo sumo, donde cupiéramos mis libros, mi escasa ropa y yo. Que apenas me gastara electricidad y climatización, que fuera rápido y sencillo de limpiar y que, sobre todo, no me arrebatara lo más escaso y fundamental que hay en la vida, que es el tiempo.Aborrezco el monte, los pueblos, mantener jardines -y ya no digo animales-, el aislamiento, el uso continuo del coche y toda esa plétora de servidumbres neorurales de las que sabiamente huyeron nuestros abuelos y a las que ahora se anclan satisfechos ciertos nietos autistas hastiados de sus infiernos personales que llevarán sin remedio allá donde vayan. Adoro, en cambio, la ciudad, sus tiendas y calles, y el bullicio de sus gentes anónimas, los cafés, y restaurantes, los parques, las librerías y bibliotecas, ese mundo de cemento y cristal, que decía Walter Benjamin, donde el viejo súbdito del agro se convirtió en ciudadano y dueño, en su medida, de su tiempo y destino.