Es curioso ver la envidia que algunos tienen a los empleados públicos, sobre todo ahora en crisis.
Es curioso ver también, cómo antes en pleno boom inmobiliario y épocas de bonanza, se reían de la miseria que cobraba un empleadao público, funcionario de carrera, comparado con su homólogo en la privada.
Resultaba chocante ver cómo fulanito, compañero de carrera de otro que había opositado y que siempre sacó muchas mejores notas que el primeo, entraba como funcionario cobrando casi la mitad que en la privada.
Llevándolo al extremo, resultaba también insultante que un simple azulejista (léase alicatador) sin estudios, sin otra formación que la de su oficio, cobraba más que el puesto de nivel superior de la administración. Y cómo otros, promotores surgidos de la nada, se forraban a espuertas, mientras se seguían riendo (literal, pues yo lo he visto de quienes se "conformaban" con ser simples funcionarios de carrera, a pesar del esfuerzo exigido. (En muchos casos, la mayoría, 6 años de carrera, y 3 de dosctorado) para ganar menos que el azulejista antedicho.
Pues bien, todo esto era insultante.
Ahora resulta que es pecado ser funcionario, y quienes lo son, se convierten en el blanco de las iras de todo bicho viviente que rezuma veneno por su boca contra esos mismos funcionarios, de los que antes se reían, y que ahora resulta que dicen que ganan no sé cuánto más que los demás, para (sin duda) justificar una nueva e injustificable proposición de ajuste a la baja en sus suledos o complementos.