Al igual que el padre Asimov incluyó en la programación de sus robots Las Tres Leyes de la Robótica, una vez hice un paralelismo que reducía la existencia humana también a tres leyes, a las que llamé las Tres Leyes de la Humanética. Más tarde decidí cambiarlo por Humanótica, ya que la ética tiene un papel insignificante en la manifestación de los instintos, y, por el contrario, es fundamental en la represión de los mismos, aunque los mecanismos coercitivos que se han implementado en aras de la convivencia civilizada tengan la última palabra donde falla la ética. A diferencia del caso de los robots, como estas leyes están firmemente imbricadas en nuestro material genético, no necesitamos que nos las recuerden y operan en silencio, por lo que, más que leyes a las que haya que obedecer conscientemente, son instintos a los que se obedece inconscientemente. Estas Tres Leyes serían: 1ª.- Ley de la Autoconservación: El Instinto de Superviencia. Lo que nos impulsa a hacer lo posible y lo imposible para salvaguardar el pellejo desde el primer pañal hasta el último. 2ª.- Ley de la Reproducción, o instinto de lo mismo. Sí, aunque sorprenda a los más jóvenes, lo que el cuerpo nos pide es que nos reproduzcamos, no que nos refocilemos, y hubo un tiempo en que el fin y el medio estaban íntimamente relacionados. El que el progreso humano haya conseguido desvincular una cosa de la otra con una elevada tasa de fiabilidad, ha cambiado la forma de vida de las sociedades civilizadas, y todavía está por verse si a la larga será progreso o atraso. De momento, el balance, no exento de cinismo, es "Dos esclavos por el precio de uno". 3ª.- Ley de la Perpetuación de la Estirpe. Que no de la Especie, que es para lo que sirven las dos anteriores. Esta necesidad de asegurar, no sólo nuestra supervivencia y nuestra reproducción, sino también la de nuestra línea genética, y con ello el que nuestros descendientes tengan el porvenir lo más garantizado posible, es la explicación tanto de nuestra inveterada tendencia al nepotismo, como al por qué los que se lo pueden permitir nunca parecen tener suficiente dinero almacenado en los paraísos fiscales, por mucho que ya sea suficiente para vivir como un pachá en varias reencarnaciones. La observancia de estas leyes tiene su recompensa en forma de placer: el placer que sentimos al comer o al beber, satisfaciendo la primera Ley, el placer sexual, al cumplir con la segunda Ley y placer obtenido al acumular riqueza sería el premio de obedecer a la tercera Ley. Puede que explicadas así puedan parecer una gran cosa, pero no creo que las bacterias se guíen por unos instintos muy diferentes, y si de la noche a la mañana les salieran patas y empezasen a contar mentiras sobre sus valores, principios e intenciones, quizá no notásemos la diferencia. ;-)