Periódicamente un buen ahorrador se enfrenta de nuevo a sus mismos temores, a sus mismas contradicciones y, sobretodo, al riesgo de una cambio definitivo en su comportamiento. Cuando se tiene poco es fácil ser austero porque sencillamente no hay más pero en cuanto empieza a llovernos un poco el dinerito nos solemos relajar. Es entonces cuando hemos de activar nuestros mecanismos psicológicos de defensa para autoconvencernos de que en la austeridad está el buen camino. Es a esta toma de conciencia de porqué ahorramos y a dónde queremos llegar a lo que quiero dedicar esta entrada. Lo reconozco, es una entrada muy personal pero es mi modo de ver las cosas y así lo quiero transmitir.
Ya en La disciplina del ahorro hablé sobre cuatro grandes motivos para ahorrar. Dos motivos altruistas y dos egoístas.
Los dos motivos altruistas son el motivo ecologista y el motivo ideológico. En el ecologista además de pensar en nosotros pensamos en el medio, asumimos el hecho de que un menor consumo significa una menor contribución tanto en la extracción de recursos de la biosfera como en la generación de deshechos, desde partículas de CO2 hasta bolsas de plástico. Ahorrar recursos ahora significa adelantarnos a la era que ha de venir, una era marcada por la escasez y los daños al entorno. Ahora tenemos elección, mañana no la tendremos quien se acostumbre ahora a la abundancia el día de mañana padecerá las consecuencias de la escasez. Quien se autoimponga ahora límites razonables será capaz de sobrellevar mejor las futuras limitaciones a las que nos tendremos que enfrentar. Ligo así con el motivo ideológico, estrechamente relacionado con el ecologista. En el ideológico además de pensar en nosotros pensamos en la sociedad que queremos. Para nosotros y para las futuras generaciones. El consumismo es a la ideología lo que el código Da Vinci a la literatura. Hay que creer en él de la misma forma que hay que leer a Dan Brown aunque este sea un libro malo. Nos obligan a pasar por el aro y en ambos casos se logra mediante la presión directa, indirecta y subliminal. Está por todas partes solo que la mayor parte de veces no somos conscientes de ella. Pero algunos nos rebelamos, nos negamos a leer el código, nos negamos a consumir. Porque queremos una sociedad donde no se sigan derrochando recursos, que sea sostenible no solo medioambientalmente sino también económicamente. Una dependencia tan estrecha respecto a la explotación de los recursos naturales requiere de un constante procesamiento de materia terrestre, mineral y biológica y de su posterior defecación en forma de deshechos que inundan nuestro entorno ya sea en forma de concentraciones anormales de gases o de grandes vertederos. ¿Hasta cuando podrá mantenerse ese flujo incesante de recursos? Los ecólogos denominan capacidad de carga a la capacidad de un ecosistema de sostener cierta actividad. Pues bien, el ser humano en sus últimas décadas está superando la capacidad de carga de todo el planeta. ¿Es eso necesario? Lo triste es que no, que se podría basar nuestra economía productiva en el reciclaje, en el reaprovechamiento, en la eficiencia y en la alta productividad.
Los motivos egoístas nos son más cercanos en el tiempo. Se trata de ahorrar por precaución y por la jubilación. De ambos el principio de precaución es el más cercano. Soy el primero que ha visto numerosas veces reducidos drásticamente sus ingresos para más tarde volver a verlos incrementados. Si no tenemos una posición estable es muy difícil prever nuestros ingresos ante eso la disciplina del ahorro combinada con la medición de nuestra contabilidad casera nos es de importante utilidad. Por una parte para poder extrapolar nuestro gasto y proyectarlo hacia el futuro debemos saber cuánto gastamos. Si nos quedamos sin trabajo y con cuantiosos ahorros pero no hemos elaborado un plan de contabilidad habremos hecho el trabajo a medias porque no sabremos calcular durante cuánto tiempo podemos sobrevivir con dichos ahorros. Si por el contrario llevamos una contabilidad estricta pero apenas ahorramos de poco nos servirá si vienen las vacas flacas porque no podremos aguantar ni un mes sin ingresos. La clave está en perfeccionar ambas cosas. Llevar bien las cuentas y ser austeros en el gasto. Para el austero una disminución de los ingresos no es un drama, solo significa una disminución en su tasa de ahorro. La clave está pues en ahorrar durante las vacas gordas para no pasar hambre en las flacas. La suerte de tener un buen trabajo no es que podemos gastar más sino que podamos ahorrar más y a mayor velocidad. El proceso, como todos sabemos, se retroalimenta debido al interés compuesto. Realmente las normas son muy sencillas, no gastar más de lo que tenemos ni más de lo que se gana. Consumir aquello realmente necesario y renunciar con frecuencia a lo innecesario. Un capricho de vez en cuando no hace daño a nadie, pero darnos un capricho diario es un lujo que no nos debemos permitir.
Lograr desvincular la felicidad del consumo nos hace insensibles a los mensajes que continuamente nos presionan en esa dirección. Se trata de encontrar cosas que nos gusten y que podamos hacer con poco dinero. Un ahorrador encuentra divertido ahorrar y ver como sube y sube su masa de capital, yo no me puedo quejar y he de reconocer que cuando miro atrás y veo lo que tengo acumulado hasta alucino yo mismo. Pero un ahorrador ahorra sin darse cuenta. El avaro patológico también disfruta acumulando dinero pero la diferencia respecto a un ahorrador concienciado es que el avaro no se da caprichos, se lo niega todo, el ahorrador, por el contrario ha llegado a calcular el capital mensual que puede dedicar a caprichos sin por ello ver mermada la capacidad de ahorro.Es previsor y se ha designado un tope de capital de caprichos. El ahorrador controla las riendas del ahorro para vivir mejor sin sustos y sin problemas, el avaro patológico que vemos en la figura de un anciano viviendo rodeado de dinero y en la pura miseria por no gastar un duro no vive mejor, ya que amasar dinero se ha vuelto una obsesión para él, en una finalidad en sí misma. Uno de los mejores triumfos del marketing del consumismo como doctrina es justamente la de hacer parecer a los ahorradores como avaros tacaños obsesionados y paranoicos cuando no se trata de otra cosa que de llevar nuestras cuentas como si fuéramos una empresa. Maximizando el beneficio pero también invirtiendo de vez en cuando en nosotros, por supuesto. Las buenas empresas no solo maximizan beneficios sino que reinvierten una parte en sí mismas para mantener su buena salud y ser competitivas. Las empresas patológicas no reinvierten nada se quedan estancadas y acaban sus días en el olvido.
Por último, ser libre con todas las de la ley para un ahorrador significa estar libre de deudas. A mí me gusta decir que uno es dueño de lo que paga y esclavo de lo que debe. Y no creo que haya frase más sensata. Imaginaos llegar a la jubilación y aun con deudas por pagar. Imaginaos incluso dejar como herencia deudas y más deudas. No es que quiera pensar en la jubilación como algo próximo pero la mayoría no encontramos trabajos que nos realicen, acabamos trabajando para vivir y no por gusto esta es la tónica. Hay excepciones y son muy loables, ojalá todos pudiéramos trabajar en cosas que nos gustaran hacer pero eso no es posible. ¿No es alentador el panorama verdad? Pues bien, gestionemos bien nuestro patrimonio, cuidemos nuestras finanzas personales, cuidemos nuestros ingresos, mimémoslos, démosles rentabilidad, invirtamos con sabiduría y el día de mañana, tal vez hayamos dado con la forma de vivir de nuestros ahorros y de que nuestro capital nos de sustento y entonces quizá podamos plantarnos y hacer lo que nos plazca. ¿Un sueño tal vez? Es posible pero si empezamos a construirlo desde el principio viviremos más tranquilos, más relajados, sin tantas necesidades y antes de que nos demos cuenta quizá veamos que ya no necesitamos más que ya tenemos suficiente que hemos llegado la auténtica libertad que no es la de ser ricos y necesitar más y más sino la de ser autosuficientes con lo que tenemos y nuestras necesidades vitales.
Que tengan un feliz ahorro.