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Días birmanos es el título de una deliciosa novela, Burmese Days en el original, del escritor británico George Orwell, que estuvo cinco años destinado en Birmania en su juventud. Con un estilo ágil y ameno, realiza una crítica cargada de ironía del imperialismo británico, y particularmente de los agentes de ese imperialismo y de la sociedad decadente que forman. En el ambiente tórrido de Birmania, con constantes referencias al calor abrasador que ralentiza toda actividad y espesa el aire que se respira, pone de manifiesto cómo los representantes del Imperio son un elenco de lo más miserable moral y socialmente de la Administración británica: quienes aceptan semejante destino lo hacen porque no tienen alternativa mejor, ya que son lo más bajo del escalafón militar, administrativo o casadero. Describe las vidas anodinas, cargadas de pretensiones e ínfulas que se ridiculizan por sí mismas, de unos personajes abotargados por el sudor y el alcohol, ante los ojos estoicos y asombrados de los birmanos sometidos hasta la práctica esclavización. Birmanos que muestra con genial precisión, en sus actitudes características: rostros impasibles de piel apergaminada, marcados por la transpiración, el trabajo y el hambre, y siempre con inmensos cheroots (cigarros de un grosor inaudito, de un trasunto de tabaco autóctono). Una invitación para que todos quienes presumen de ser superiores a otros simplemente por su origen hagan examen de su condición y actitud antes de menospreciar a quienes les rodean. Una lectura muy recomendable para ambientar un viaje por ese país, caluroso, de gente maravillosa que es Birmania.


Vista de Bagan
Estuve en Birmania en el verano de 2001, haciendo un recorrido desde la capital, Rangún (ahora oficialmente Yangon); Mandalay, en las abrasadoras tierras del centro del país, y las antiguas capitales que la rodean; la zona de Pyin-U-Lwin, un área a mayor altitud donde ya los administradores ingleses iban a descansar del calor asfixiante de Mandalay, y que se adentra en territorio Shan; Bagan, una extensa llanura sembrada de pagodas que se han ido levantando (y cayendo) a lo largo de siglos; y el Lago Inle y la zona montañosa y tribal próxima, un pequeño paraíso de tranquilidad y aire fresco, arrozales, bosques y pueblos variopintos. Lamentablemente, todo el perímetro fronterizo con Tailandia, Laos, China, India y Bangladesh está cerrado al turismo por la actividad guerrillera de grupos tribales y políticos que se oponen al tiránico gobierno central y la del ejército que les hace frente; y por la actividad de los plantadores y traficantes de opio. No se pueden visitar, por lo tanto, las selvas mejor conservadas, las montañas del Norte, ni muchas de las tribus que mejor conservan sus tradiciones.

Lo mejor del viaje por Birmania es el contacto con la gente, algo que ya me habían anunciado otros amigos viajeros. Se trata de un pueblo de una dulzura extraordinaria, todo amabilidad y sonrisas. Entre ellos nunca oirás voces, una discusión, ni siquiera reñir a un niño; todas las travesuras de los niños se toman con una sonrisa. Es más, te mirarán sorprendidos no sólo si discutes, sino incluso si elevas la voz un poco más de lo normal. Por supuesto, el viajero no corre ningún riesgo; al contrario, he visto cómo el dueño de un bar, alarmado hasta el extremo, enviaba a su hijo detrás de un turista para devolverle la cartera que se le había caído.

Seguramente esa dulzura tiene algo que ver con el budismo, religión-filosofía que todos practican. Hay monasterios por doquier, en los que todos pasan una de su infancia y juventud; y a los que una gran parte de la población vuelve a pasar una temporada anualmente. Todas las mañanas, monjes y monjas salen en silencio y actitud humilde a recorrer las calles con sus cuencos para recibir las dádivas de los vecinos formando una de las estampas más características del país.

Tan dulce es este pueblo que ni siquiera levanta la voz contra el Gobierno que le tiraniza. Birmania está en manos de una Junta Militar (Consejo para la Restauración del Orden y el Derecho Estatal, nombre oficial) que rige los destinos del país como si fuera su propiedad privada, con el más absoluto desprecio a los derechos de sus habitantes.

No es una novedad, sin embargo, en la historia que los birmanos caigan bajo el poder de sátrapas despiadados. En realidad, Birmania no fue un país unido hasta el dominio inglés. Su territorio se pobló por numerosos grupos tribales procedentes del Tíbet, de Yunnan, Laos, Tailandia y la India. A lo largo de los siglos se fueron formando una sucesión de diferentes "Estados" que ocupaban diversas partes de lo que hoy es Birmania, en alguna ocasión incluso extendiéndose hacia Tailandia; algunos de sus reyezuelos fueron extraordinariamente crueles y caprichosos, además de sumamente ignorantes. Los británicos incorporaron este territorio al Raj, es decir, al Imperio británico del subcontinente indio, lo que sirvió para empeorar aún más la situación del pueblo llano, que sufrió las consecuencias de la afluencia de indios en busca de nuevos terrenos de cultivo para sus arrozales; además de la extorsión propia de toda situación imperial por la potencia colonizadora. Con la Segunda Guerra Mundial surgió un movimiento independentista, liderado por Bogyoke Aung San, que encontró el apoyo de los japoneses (que, en su propio empuje imperialista y agresor, apoyó ciertos movimientos nacionalistas contra las potencias rivales, principalmente Gran Bretaña). Aung San firmó un tratado con los británicos para definir el camino hacia la independencia, que se declaró oficialmente el 4 de enero de 1948. Aung San había sido asesinado unos meses antes, se cree que por interés de un rival político, U Saw; aquél defendía un nacionalismo de orientación socialista que reconocería la autonomía de las tribus fronterizas, mientras éste defendía un capitalismo tipo anglosajón y la preeminencia de la mayoría bamar. También se especuló con la intervención del general Ne Win, para oponerse a los planes de desmilitarización de Aung San. El caso es que en las elecciones previas a la independencia, el partido de Aung San obtuvo la mayoría, pero tras la independencia estalló una rebelión generalizada. Se alzaron contra el poder central las tribus, los comunistas, una minoría musulmana, así como otros grupos variopintos. La Revolución China agravó el problema porque fracciones del ejército derrotado de Chiang Kai Chek se instalaron en Birmania con el apoyo de Estados Unidos, que jugó un doble papel ya que al tiempo parecía respaldar al gobierno central birmano.

Tras una sucesión de situaciones de caos político, relativa recuperación del orden pero con crisis económica, gobierno militar, elecciones que llevan a nuevos desórdenes, el General Ne Win tomó el poder en 1962 e instauró un Consejo revolucionario que inició el "camino birmano hacia el socialismo" que fue, de hecho, una dictadura que llevó a la población a cotas de pobreza y opresión aún mayores que las que había sufrido. En 1987 y 1988 se sucedieron una serie de manifestaciones hasta que Ne Win cedió el poder en julio de 1988, pero en septiembre hubo un nuevo golpe militar, se cree que promovido por el propio general desde la sombra, que instauró la Junta militar que todavía hoy oprime a toda la nación.

La oposición se reunió en la Liga Nacional por la Democracia (National League for Democracy, NLD) de la que es portavoz la carismática hija del antiguo líder independentista, Aung San Suu Kyi. En 1990 se celebraron unas elecciones libres que ganó por una mayoría arrolladora el NLD, pero la Junta militar no admitió el resultado y recrudeció las medidas de opresión del pueblo, incluyendo el asesinato, encarcelamiento o exilio de aproximadamente un centenar de los diputados elegidos. Aung San Suu Kyi desde entonces (en realidad, ya desde 1989) ha pasado la mayor parte de su vida en la cárcel o en arresto domiciliario, pese al apoyo internacional obtenido, que incluyó la concesión de los Premios Sajarov (por el Parlamento Europeo) y Nobel de la Paz en 1991; el Simon Bolívar, en 1992, por la UNESCO; y el Jawaharlal Nehru para el Entendimiento Internacional por la India en 1995.

Las condiciones de la dictadura birmana son tan rigurosas que se promovieron medidas de presión internacionales, aunque el ASEAN (la comunidad de países del Sudeste Asiático) se negó a aislar al país aduciendo que era mejor una política de "entendimiento constructivo", sin perjuicio de varios roces militares con Tailandia (de hecho, las fronteras por tierra están cerradas). Muchas compañías multinacionales instaladas en el país lo abandonaron, y las que decidieron continuar con su actividad en el mismo se han visto obligadas a dar todo tipo de explicaciones para justificar su decisión (véase el esfuerzo en ese sentido de Total, con toda una sección de su sitio en internet dedicada a justificarse).


familia birmana y horno de tabaco
Hoy la Junta Militar sigue oprimiendo a su pueblo, manteniéndole en unas condiciones de pobreza y subdesarrollo vergonzosas, practicando todo tipo de violaciones de los derechos humanos, desde detenciones arbitrarias, a la tortura o la imposición de trabajos forzados. Es también el país que más niños soldados incorpora a la fuerza a su ejército (también lo hacen las guerrillas), según denuncia Human Rights Watch; todo ello para su propio lucro personal, ya que el país tiene importantes riquezas, con yacimientos de piedras preciosas y gas natural, extensos bosques de teca que están siendo expoliados, pesquerías importantes y, sobre todo, opio para la producción de heroína; nada de lo cual beneficia a los birmanos de a pie.

Tras un vergonzoso olvido por la comunidad internacional, en estos días Birmania es otra vez noticia en estos días debido a las protestas lideradas por los miles de monjes budistas del país y a su despiadada represión por el gobierno militar. Hechos que coinciden con la publicación del último informe anual de Transparencia Internacional que respalda mis afirmaciones sobre el destino de las riquezas del país al señalar que su gobierno es el más corrupto del mundo junto con Somalia.

El Gobierno ha respondido a las manifestaciones pacíficas de la única manera que sabe: matando. Todas las noticias muestran la dureza de la represión frente al carácter pacífico de la rebelión civil. Es especialmente reseñable el contraste entre los militares asesinos, de un lado, y los manifestantes, de otro, que son monjes y civiles en actitud pacífica y pasiva, desarmados, sin más medios de lucha que su mera presencia, sentados delante de las armas. Tengo la esperanza de que los birmanos, en esta ocasión, van a demostrar una vez más la superioridad de la fuerza moral de todo un pueblo unido y alzado pacíficamente, con medios no violentos, frente al desenfreno y la sinrazón de unos tiranos que no tienen más fuerza ni argumentos que los de las armas. Gandhi, en su día, consiguió levantar a su pueblo y derrotar al imperio británico, al Raj, con una estrategia de no violencia. Lo mismo conseguirán ahora, esperemos, los birmanos.

En cuanto a la comunidad internacional, en lugar de la tibia reacción de los gobiernos occidentales, con pronunciamientos de condena, el envío de un emisario especial por la ONU (tras un nuevo fracaso del Consejo de Seguridad, por el veto de China, respetable socio económico de todos pero que se resiste a reconocer los derechos humanos de sus nacionales y los de otros países) y la advertencia de que la reacción militar podría conducir a sus líderes ante el Tribunal Penal Internacional, debería haber una reacción mucho más radical. No la imposición de sanciones internacionales al país en su conjunto (que sólo perjudicarían más al pueblo, como ocurre en Cuba), sino directamente a sus líderes, con bloqueo de todos sus bienes e incluso una intervención militar directa para derrocar a la Junta. Quizás esta solución no se ajuste escrupulosamente al Derecho Internacional o a las facultades de la ONU, pero una intervención militar limpia y directa sí podría considerarse como un ejemplo de "guerra justa", como ocurrió con la intervención de la India en lo que entonces era Paquistán Oriental para liberarlo de la opresión sangrienta por el ejército de lo que era Paquistán Occidental, y que dio lugar a la independencia de Bangladesh; o la respuesta militar de Tanzania al ataque de las tropas ugandesas de Idi Amin, con la invasión del territorio ugandés para deponer al tirano (sobre el tema de las guerras justas o no, recomiendo el excelente libro de Michael Walzer Guerras justas e injustas).

Mientras tanto, nosotros, ciudadanos del mundo, podemos apoyar desde lejos la causa del pueblo birmano sumándonos, por ejemplo, a las concentraciones que está convocando Amnistía Internacional.

Un par de apuntes finales. El nombre oficial de Birmania en la actualidad es Myanmar. La Junta Militar cambió el nombre para ajustarlo mejor a la tradición del país, en cuanto que ese nombre se refiere al conjunto del país, mientras que Birmania lo hace sólo a la etnia mayoritaria; la ONU y la generalidad de la comunidad internacional reconoció el nuevo nombre, aunque la oposición prefiere utilizar el nombre anterior y algunos periódicos ingleses, p.ej., siguen utilizándolo también (en inglés, Birmania es Burma).

Para acabar, quiero hacer una reflexión sobre la actitud de los viajeros/turistas hacia la situación local. Creo que lo mínimo que puede exigirse a cualquiera que visita una tierra ajena es que se informe de la situación social, política, económica, religiosa, etc. de la misma; de las costumbres y tradiciones locales, y que actúe conforme a las mismas. Esto viene a cuento porque, durante mi viaje, cuando visité la colina que se alza sobre Mandalay, en cuya cumbre hay una pagoda con unas excelentes vistas de la ciudad, la llanura que la rodea salpicada de pagodas, e incluso de las lejanas montañas, varios trabajadores estaban preparando la pagoda para recibir a uno de los generales de la Junta Militar (alfombras rojas, sillones para que el general y sus acompañantes viesen cómodamente el anochecer...) Llegaron también las cámaras de la televisión birmana, que coincidieron con un grupo de turistas españoles, organizados por no sé qué agencia. Entrevistaron a algunas de las turistas, preguntándoles qué les parecía el país; muy sonrientes y festivas, expresaron cuánto les gustaba, qué contentas estaban de recorrer Birmania, qué maravilloso era todo. ¿Todo? ¡TODO! Sólo les faltó aplaudir y pedir autógrafos al general de marras cuando llegó. En un país en que todo el mundo repudia a sus gobernantes, en que observas la opresión existente en cuanto escarbas un poco y preguntas a cualquiera, me parece una enorme falta de respeto a la gente mostrarse tan encantado POR TODO ante la prensa oficial del tirano. ¿O no?
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