Para triunfar en la jungla financiera funciona una receta aplicable a muchos otros aspectos de la vida, al mundo empresarial, por ejemplo, pero también a las relaciones interpersonales. Nadie es perfecto, todos tenemos nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles. La clave del triunfo estriba en conocer unos y otros y utilizar al máximo los puntos fuertes y evitar los débiles.
Enfrentada a los mercados financieros, cada persona tendrá sus fortalezas y debilidades específicas, pero algunas no dependerán de su psicología individual sino de su posición en el mercado.
Una de las distinciones básicas entre inversores la determina su 'tamaño' es decir, el volumen de recursos con el que operan. Las fronteras entre el pequeño inversor y el grande son algo difusas, pero un posible criterio puede ser el patrimonio que permite promover una Sociedad de Inversión Mobiliaria (algo más de 2 millones de euros). Obviamente no es lo mismo tener 5.000 euros que 500.000, aunque la ironía del asunto estriba que al del medio millón se le presionará ferozmente para que delegue en 'profesionales' con el argumento de que es una cantidad demasiado importante para una gestión directa por el particular. Ironía porque es mucho más fácil (y menos arriesgado) gestionar cantidades relativamente grandes que cantidades pequeñas.
Los puntos más débiles del pequeño inversor son su deficiente acceso a la información (tanto por el retraso como por la manipulación que sufre), la dificultad para diversificar y controlar el riesgo en el caso de patrimonios muy pequeños, la dificultad a la hora de operar y su elevado coste, y su indefensión ante las diversas agresiones perpetradas en su perjuicio por los gestores y accionistas mayoritarios de las compañías. Agresiones que en ocasiones cuentan con la colaboración activa o pasiva de los intermediarios financieros y con la pasividad de las autoridades reguladoras que prefiero pensar no es malintencionada.
Es cierto que la situación ha mejorado mucho en los últimos años en el aspecto concreto de la agilidad operativa y de los costes gracias a la llegada de Internet y del brokerage online. También se dice que ha mejorado el acceso a la información pero esto ya es mucho más discutible. Ha aumentado el 'ruido' hasta hacerse ensordecedor y han aumentado las posibilidades de manipulación colectiva. También puede encontrarse mucha información útil y valiosa antes inaccesible. El problema es lo difícil que resulta separar el trigo de la paja. Y desde luego hay un tipo de información especialmente valiosa a la que nunca accederá el pequeño inversor, aquella que origina 'curiosos' movimientos en los valores antes de una noticia importante.
En cambio, la masificación sin precedentes de la inversión bursátil, que ha traído toda una generación de inversores no formados o, más bien, deformados por el ambiente eufórico y especulativo de la segunda mitad de los noventa, parece ser campo abonado para la agresión a los intereses del pequeño accionista. Stock options, ampliaciones de capital sin derecho de suscripción, retribuciones suculentas a los consejeros por calentar el sillón durante un rato unas pocas veces al año, racanería con el dividendo, cuando no su directa supresión, se han vuelto prácticas muy extendidas. También otros mecanismos más sutiles como el auge de la 'contabilidad creativa' para embellecer artificialmente a la empresa (incluso para dar apariencia de vida y salud a cadáveres como pasó con Enron).
En teoría, los accionistas son los dueños de la empresa pero esto es pura teoría. La falta de conciencia de la inmensa mayoría de los pequeños accionistas acerca de su papel y de sus intereses deja a la minoría de inversores lúcidos y concienciados poco más que el derecho al pataleo. Mientras los inversores individuales están desorganizados, los gestores de las compañías controlan la situación mediante delegaciones de voto procedentes de gestores de instrumentos de inversión colectiva que miran por su propio interés y el de la empresa que les paga antes que por el interés de los partícipes del fondo en cuestión.
Los abusos cometidos están provocando una especie de catarsis en el mercado más maduro y con inversores más conscientes y formados, el estadounidense. Los problemas de fondo no se van a solucionar pero sí pueden tomarse medidas para corregir algunas de las situaciones más sangrantes. Y algo llegará a España, al menos confiemos en que así sea, como consecuencia positiva de la 'globalización' de los mercados.
No todo son problemas e inconvenientes, también hay ventajas en la posición del pequeño inversor.
Una es su nula capacidad de influir en las cotizaciones con sus operaciones, algo que le da una agilidad para entrar y salir de la que carecen los grandes, sobre todo los muy grandes que manejan miles de millones de euros y que pueden tener auténticos problemas para operar en valores por debajo de una determinada dimensión. La falta de repercusión de sus órdenes en la formación del precio proporciona al pequeño inversor la opción de entrar en medianos y pequeños valores que pueden ser auténticas oportunidades a largo plazo tanto por sus dividendos como por las posibilidades de revalorización. Posibilidades de revalorización derivadas bien de operaciones de adquisición, bien de uno de los típicos cambios cíclicos que se producen a lo largo de los años y que transmutan los olvidos en modas.
Otra, la ventaja más importante, está su no sujeción a las reglas no escritas que determinan el comportamiento de los gestores profesionales. Algo que le permite aprovecharse de las imperfecciones que el comportamiento de los gestores provoca en los mercados.