El resultado de la reciente negociación entre la Unión Europea y el nuevo gobierno de Grecia supone una imposición mediante amenazas y coacción sobre el pueblo Heleno de la situación anteriormente aceptada de mantener la integridad de los prestamistas ante una situación de deuda impagable. Supone el fin de la cooperación voluntaria que hace posible la Unión Europea.
No suelo hablar de política, porque en general no pienso que valga la pena malgastar mi tiempo en ello. Sin embargo esta vez voy a hacer una excepción dada la importancia del tema. Como hemos discutido en artículos anteriores, nos encaminamos a una crisis global sistémica producida por la confluencia del agotamiento del petróleo barato de extraer y de la saturación de la deuda, que va a significar el fin del crecimiento económico mundial, con abundantes repercusiones a todos los niveles.
La historia nos enseña que las graves crisis económicas provocan crisis políticas proporcionalmente graves dado el descontento de los ciudadanos. Los gobiernos suelen empeorar la situación aumentando la presión fiscal ante la caída de ingresos. La Revolución Francesa tuvo lugar a causa de la crisis financiera de 1786 y la coincidencia de los aumentos de impuestos con malas cosechas. La guerra de independencia norteamericana tuvo lugar tras la crisis británica de 1763 por la guerra de los 7 años y el aumento de impuestos a las colonias a partir de 1765. Las naciones heterogéneas y las entidades supranacionales a menudo se rompen bajo estas presiones. El imperio Romano se partió en tres trozos durante la crisis del siglo tercero, con la excisión del imperio Gálico y del imperio Palmirano. El imperio soviético y Yugoslavia se desintegraron en multitud de países tras la crisis de finales de los 80. En España la crisis de 1640 provocó la sublevación de Cataluña, Portugal, Nápoles y Sicilia, resultando en la secesión de Portugal.
La probabilidad por tanto de que la Unión Europea, una unión basada en intereses económicos, sobreviviera a la disparidad de intereses que provocaría una fuerte crisis financiera, económica, crediticia y monetaria es ya de por sí muy pequeña. Sin embargo, por si hubiera alguna duda acerca de dicha posibilidad, la propia Unión Europea se ha encargado de disiparla firmando su propia sentencia de muerte al obligar a Grecia a una rendición total de sus pretensiones de cambiar su situación.
Que quede claro que esto no va de un análisis moral sobre las causas de la situación griega, ni tampoco sobre la justicia o la viabilidad de las peticiones griegas. En ningún momento supone un apoyo a las posturas del partido Syriza en el gobierno. Personalmente pienso que es mentir descaradamente a los electores presentar un programa basado en un fuerte incremento del gasto público cuando se es un país económicamente quebrado, que se sostiene en base a financiación externa basada en el aval del Banco Central Europeo. Esta situación es igualmente aplicable para España, Portugal e Italia, y similares mentiras a las que ha contado Syriza en Grecia, nos las cuenta aquí Podemos a diario. El dinero para incrementar el gasto público ni existe ni mucho menos va a existir no importa que políticas se apliquen. La deuda pública de estos países se haya saturada por falta de colateral, y solo continúa aumentando por el respaldo del Banco Central Europeo que hace responsable al resto de la Unión Monetaria Europea.
Pero... El mandato democrático griego tras las pasadas elecciones muestra bien a las claras la voluntad de los griegos de acabar con la situación de rescate permanente que llevan padeciendo desde hace 4 años, que les ha impuesto unas condiciones durísimas a cambio de un dinero que incrementa su deuda y que esencialmente solo sirve para pagar a los acreedores sin mejorar su situación.
A pesar de su retórica combativa, el programa de Syriza se basaba esencialmente en la buena voluntad de sus socios europeos, de quienes dependemos completamente. El gobierno griego fue a negociar que no se extendiera el programa actual, que no hubiera supervisión por parte de la Troika ni nuevas medidas de austeridad, un programa puente que proveyera de liquidez y el reconocimiento de la inviabilidad de la deuda que debería renegociarse. Así mismo querían que el gobierno griego tuviera jurisdicción sobre el dinero para poder emplearlo en medidas de crecimiento, fuera del corsé del rescate en el que el dinero viene ya marcado para su uso. En esencia querían una condonación parcial de la deuda al estilo de lo ocurrido con Alemania en los acuerdos de Londres de 1953, esperaban en cualquier caso poder sacudirse a la Troika y poder aplicar una política económica diferente aunque no se llegara a un acuerdo sobre la deuda y esperaban que buena parte de la financiación que necesitan viniera de Europa a pesar del plante. Esperaban contar con el apoyo de algunos gobiernos e instituciones europeas de cierto peso para obtener suficientes concesiones para presentar a su electorado.
La derrota ha sido total y absoluta, sin paliativos. La deuda griega está ahora en manos de los estados, no de los bancos, por lo que Europa teme menos, con razón o sin ella, a una ruptura y posible salida griega del euro de lo que lo teme Syriza. Nadie ha apoyado la postura griega y una tras otra todas sus peticiones han sido rechazadas. Tan solo se ha cambiado el nombre de Troika por el de Instituciones y se ha añadido una cláusula de que se tendrán en cuenta las condiciones económicas del 2015 para definir los objetivos a cumplir. Concesiones simbólicas que no permiten a Syriza disimular la magnitud de su derrota.
Es más, las autoridades europeas han decidido maniatar al gobierno de Syriza, obligándole a firmar que no tomará ninguna decisión unilateral para retrasar ninguna medida ni cambiar ninguna política ni realizar reforma alguna que pudiera tener un impacto negativo en los objetivos fiscales, la recuperación económica o la estabilidad financiera a juicio de las Instituciones. En esencia la Unión Europea ha dejado claro que no importa lo que los ciudadanos de un país endeudado quieran o decidan, la política de austeridad para garantizar que los acreedores cobran se va a imponer a la manera en que la entiendan ellos, mediante coacciones y amenazas. Grecia sabe ya que nada puede esperar de la Unión Europea, como lo sabemos muchos ciudadanos de otros países en similar situación.
A mí me interesa menos lo que puede pasarle al gobierno de Syriza tras la decepción que sufre su electorado, que ha visto traicionadas todas sus esperanzas y que ve ahora los desesperados esfuerzos de Syriza por vender como un triunfo la derrota total, que lo que pueda pasarle a la Unión Europea de la que seguimos formando parte. La Unión Europea, que tiene un fuerte déficit democrático y que se enfrenta al desapego y a las profundas divisiones de sus ciudadanos, exacerbadas desde la crisis de deuda soberana del 2010, tenía dos opciones en este asunto.
Su primera opción era reconocer la legítima aspiración del pueblo griego a que se reconozca el hecho evidente de que jamás serán capaces de pagar esa deuda, de la que son parte responsable tanto el prestamista como el prestatario y se sentaran a negociar que parte debería asumir cada uno para dar una oportunidad real a Grecia de superar su crisis de deuda. Esta opción tenía tres obvias e importantes desventajas. Por un lado suponía asumir importantes pérdidas financieras, lo cual tiene repercusiones económicas negativas para los prestamistas, entre los que se encuentra España, que deben provisionarlas, empeorando sus cuentas. Por otro abriría la caja de Pandora de tener que hacer lo mismo con todos los países endeudados que inmediatamente harían cola para solicitar lo mismo. Y en tercer lugar y no menos importante, supondría darle un triunfo sin precedentes a un partido populista con una fuerte retórica anti-europea, lo cual puede perjudicar gravemente los intereses electorales de varios partidos actualmente en el gobierno y conducir a un incremento del populismo anti-europeo.
Su segunda opción es la que han tomado, y a priori parece mejor desde su punto de vista. Se aplastan las pretensiones de renegociación griegas manteniendo la apariencia de que las deudas se van a pagar en su totalidad para tranquilidad de los mercados, y se derrota completamente y sin ambages a un partido populista, demostrando a las claras que por encima de las decisiones democráticas están los tratados, apoyando a las instituciones y partidos que siguen las reglas establecidas.
Y sin embargo, los líderes europeos no han sabido ver que si la primera opción era problemática, esta segunda opción supone la sentencia de muerte de la Unión Europea. Existe ya una seria desafección de la ciudadanía con respecto a una Unión Europea cuyo mecanismo de toma de decisiones está muy alejado de los ciudadanos y de sus preocupaciones. ¿A quien defiende realmente la dirección de la Unión Europea? Todos hemos asistido incrédulos al espectáculo de la colocación de dos tecnócratas vinculados a Goldman Sachs y al Banco Central Europeo al frente de Grecia e Italia sin pasar por las urnas en medio de la crisis de deuda, a finales de 2011, tras la dimisión de los primeros ministros legítimamente elegidos.
Lo sucedido ahora va mucho más allá. Muestra que las políticas decididas por quienes realmente gobiernan la Unión Europea se van a imponer mediante la coacción en contra de los deseos de los ciudadanos y de los gobiernos de los países más débiles. Esta es la definición de tiranía. Pero la fractura no solo se ha vuelto infranqueable entre los ciudadanos griegos y el gobierno de la UE, sino que separa a los ciudadanos griegos de los alemanes, y se extiende ya a los ciudadanos de otros países que se aplican el cuento. Para muchos ciudadanos, de la desilusión con la Unión Europea se pasó al recelo, y de éste se está pasando al deseo de no pertenecer a ella. Cuando las cosas se pongan peor, que se pondrán, pocos ciudadanos griegos querrán esforzarse por mantener la Unión, pero lo mismo sucederá con muchos ciudadanos de todos los demás países por diferentes motivos y la Unión no podrá mantenerse. Se equivoca Alemania si piensa que va a cobrar esa deuda. Su elección nunca ha sido cobrarla o no cobrarla, su elección fue entre buscar un compromiso para tratar de seguir juntos, o forzar una rendición para asegurarse una separación futura, y eligió lo segundo.
La dirección de la Unión Europea nunca tiene que dar explicaciones a los ciudadanos, lo cual es inconcebible en un ámbito democrático. La dureza con Grecia, socio de la Unión Europea y miembro del euro, contrasta con la blandura con Ucrania, un país con unos fundamentales económicos que hacen que Grecia a su lado parezca Noruega, y a quien la Unión Europea, junto con el FMI le está prestando con nulas garantías de devolución unas cantidades escandalosas sobre las que no se habla absolutamente nada mientras se aprieta la soga al cuello de Grecia. Se habla de un paquete de ayudas a Ucrania que llegaría a ser de 40 mil millones de dólares durante 7 años, de los que al menos 20 mil corresponderían a la Unión Europea, que ya ha "prestado" varios miles de millones. No es fácil saber a cuanto vamos a tocar, pero lo que está claro es que todos los países nos estamos haciendo responsables de ese préstamo, incluso los países muy endeudados, incluso Grecia. Nos vamos a endeudar aún más para prestarle a Ucrania un dinero que jamás veremos de vuelta, mientras a nosotros se nos va a exigir hasta el último céntimo. Un país que no forma parte de nuestras instituciones ni de nuestro ámbito histórico. Buena parte de ese dinero terminará en manos de Putín que ya ha dicho que no va a suministrar gas a Ucrania a no ser que se le pague, y Ucrania ya le debe a Gazprom más de 2 mil millones de dólares. Supongo que es difícil para la Unión Europea explicarles a sus ciudadanos que deben endeudarse y sufrir para que Putin haga negocio vendiéndole gas a Ucrania.
Conforme transcurra la crisis que va a suponer estar en el lado descendiente del pico de petróleo, el mundo va a ir transitando desde lo global a lo local. Todo fraccionamiento supone una disminución de recursos, puesto que los recursos globales suponen mucho más que la suma de los recursos locales. En ese sentido la ruptura de la Unión Europea hará que todos sus países constituyentes estén peor por separado que juntos. Las decisiones que están tomando los que rigen la Unión Europea garantizan que la ruptura se adelante, destruyendo el espíritu de colaboración que había llevado 5 décadas construir.
A lo largo del descenso del pico de petróleo siempre vamos a tener la opción de hacer las cosas mucho peor de lo que tienen que ser. Muchas de estas malas decisiones se van a deber al intento de retornar a un mundo que ya ha dejado de existir o de mantener a toda costa el status quo, malgastando preciosos recursos o destruyendo el espíritu de colaboración tan necesario para reducir su impacto. La decisión de la Unión Europea de exigir el pago de una deuda impagable humillando al pueblo griego aviva el fuego en el que se consume el espíritu de colaboración europeo y es un ejemplo de decisión errónea, al igual que lo fue la decisión de imponer sanciones a Rusia que rompió la colaboración económica entre ambos bloques. La Unión Europea se encamina de forma decidida a su destrucción y está haciendo todo lo posible por adelantarla.