En la Edad Media las brujas han sido consideradas personas misteriosas con poderes mágicos emanando del diablo merced a pactos y acuerdos. En este contexto, el aquelarre es una reunión nocturna para las prácticas mágicas de las brujas, reunión en la que también está el diablo, que les confiere entre otras facultades la de volar y la transformarse. Además estas mujeres especiales se dedicaban a supuestos e infernales extraños ritos, también a recoger hierbas medicinales con fines poco claros, lo que eran consideradas actividades con fines malignos. Por si fuera poco, estas supuestas colaboradoras del mal y del demonio eran en el fondo una especie de engaño al ser humano, en particular al hombre.
Con este panorama que describe brevemente la idea de la bruja en el entorno medieval, que incluso, salvando las distancias y los equívocos, de alguna manera simplificada y estereotipada llega hasta nuestros días, no es de extrañar que el enfoque de fuerte conexión entre el gran poder de la Iglesia, los “oratores” con el otro gran poder de los “señores de la guerra” encabezados por reyes y nobles cristianos, “bellatores”, fuera una amenaza incluso de muerte para las brujas, en las que encontraban de paso un chivo expiatorio para manifestar y exhibir su inmenso poder a siervos, villanos, braceros, etc.
En mi reciente libro “Misterios y Magia de Aruej. Una fabulación sobre el Valle de Aruej y del Aragón en el Siglo XI”, recorriendo lugares como Villanúa, Castiello de Jaca, Canfranc, Somport y otros, me he permitido una colosal licencia y fabulación histórica en el entorno del Señorío de Aruej y las brujas, a las que he conferido un papel diferente y mucho mejor del que se les suele atribuir y por el que muchas mujeres fueron quemadas en hogueras.
Luis Ferruz /Economista y escritor /